El lado B de Qatar
Por Sergio Sinay
Como en
cada Mundial o en cada Olimpíada, también en este se inició, desde el momento de la designación de la sede, un vasto y
apabullante operativo de mercadeo, publicidad, transacciones políticas, planes
económicos y manipulación de mentes que cubre todos los rincones del planeta.
En este caso coordinado por la FIFA, una gigantesca corporación que incluye
casi tantos o más países que las Naciones Unidas, que se maneja con leyes
propias, las que en muchos casos se sobreponen a las de los países miembros o
directamente las desconocen, y cuyas actividades, escudándose en lo deportivo, trasuntan
tintes cuasi mafiosos.
VIEJOS
Y NUEVOS LAVADOS
Esta copa deja en claro lo que significa el sportswashing,
palabra instalada desde el periodismo inglés que puede traducirse como “lavado
de cara a través del deporte”. Un procedimiento por el cual países y personas
(políticos, presidentes, deportistas, empresarios, personajes del mundo del
espectáculo, etcétera) usan eventos deportivos para borrar de la memoria de la
opinión pública aspectos o actividades aberrantes. Se trata de usar deportes
masivos (fútbol a la cabeza, básquet, boxeo, automovilismo, ciclismo) o de llevar
a la masividad a deportes de público más restringido (como el polo, el hockey,
el rugby) para ampliar los mercados y campos de operaciones y obtener
multitudinarios testigos para el blanqueo de imagen.
El sportswashing
no nació ahora, tiene antecedentes y ejemplos importantes en la era moderna.
Quizás el más notable sean los Juegos Olímpicos de Berlín en 1938, cuando el
nazismo estaba en su apogeo y, con todas sus siniestras características a la
vista, se encaminaba a desatar, un año más tarde, la Segunda Guerra, en la que murieron
más de 60 millones de personas y el horror alcanzó su cumbre. De ahí en más
abundan los ejemplos, y basta con citar unos pocos: México con las Olimpiadas
de 1968, Argentina con el Mundial 1978, el Mundial de Rusia 2018, el Mundial de
básquet en China 2019, el de 1978 en Filipinas (bajo el yugo de Ferdinando
Marcos), la pelea entre Muhammad Alí y Joe Frazier en 1975, también en
Filipinas bajo Marcos, el Mundial de 1934 en la Italia de Mussolini, los
numerosos grandes premios de Fórmula Uno que se corrieron y se siguen corriendo
en países que no respetan derechos humanos ni reglas democráticas, otro tanto
ocurre con torneos de Tenis, los Juegos Panamericanos de 1991 en Cuba, etcétera.
LAS
GRANDES COMPLICIDADES
Qatar es un pequeño reino ubicado en la Península Arábiga.
Su superficie es de apenas 11,571 km² y su población de 2.931 millones de
personas, según el Banco Mundial. Su actual emir es, desde 2013, el jeque Tamim
bin Hamad Al Thani. Él tiene el poder absoluto y no existen partidos políticos.
Las mujeres carecen prácticamente de derechos, aunque oficialmente se diga lo
contrario, pero no se verifique en la vida cotidiana (tal como ocurre en Dubai
y Emiratos Árabes, otros pequeños reinos contiguos, y en Arabia Saudita). La
homosexualidad está penada, igual que las relaciones sexuales fuera del
matrimonio, y aunque se pretenda que existe la libertad de expresión, esta no
tiene donde ni cómo manifestarse. Hasta 1939 este emirato hubiese pasado
inadvertido en el globo terráqueo, perdido en el desierto, pero en ese año (el
del comienzo de la Guerra) se descubrieron allí fabulosas reservas
petrolíferas. No todo es arena en el desierto. Hasta entonces las
principales actividades eran la pesca y la búsqueda de perlas. En 1971, cuando
la compañía holandesa Shell finalizó su pozo North West Dome 1 (compartido por
su extensión con Irán), a la reserva petrolífera se sumó el yacimiento de gas
más grande del mundo. Y, además de acceder a la riqueza descomunal que hoy se
traduce en construcciones faraónicas (escenográficas, sin uso ni habitantes
reales) y en un derroche insultante frente a la pobreza de países del área,
Qatar se convirtió en una preciada joya para el Occidente rico y poderoso, que
en materia de aprovisionamiento energético es un gigante con pie de barro. Que
haya financiado a movimientos terroristas (los mismos que produjeron asesinatos
masivos en el propio Occidente), que omita los derechos y el funcionamiento de
instituciones democráticas que Europa Occidental venera, que en plena época de
masivos movimientos por la equidad de género las mujeres cataríes vivan bajo la
tutela masculina (como niñas o como mascotas), pasó inadvertido para el mundo,
y sobre todo para los países, entre
ellos los más poderosos del mundo, que, después de la pandemia más que nunca, están
aterrorizados por su insuficiencia energética. Mimar a Qatar, callar, fue la
consigna de gobiernos y de marcas. También de la mayoría de los protagonistas
de la copa, salvo honrosas excepciones, como los planteles de Alemania,
Inglaterra y Dinamarca. Y ni hablar de hinchas que solo miran a la pelota y a
sus ídolos y hacen caso omiso de todo lo que el Mundial tapa y de los fines
últimos a los que sirve.
Como dijo Martín Luther King (1929-1968), el asesinado luchador
por los derechos civiles: “Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera
y la estupidez consciente”. Dolorosa verdad en tiempos de sportswashing.
Así se oculta cómo los ídolos, entre ellos Lionel Messi con sus contratos
millonarios (incluido uno fabuloso en dólares para encabezar el lavado de cara
de Arabia Saudita), entran en transacciones con marcas que fueron denunciadas
por apelar al trabajo esclavo y al trabajo infantil, y callan (con lo poderosas
que podrían ser sus voces) ante la oscuridad que se extiende más allá de los
lujosos estadios en donde el show eclispsa a indignantes realidades. El 7
de abril de 2022 se podía en un informe de Amnistía Internacional: “Cada vez
más, muchos gobiernos tratan de ocultar las atrocidades que se cometen en sus
países organizando competiciones, patrocinando o comprando equipos que limpien
su imagen. Denunciamos esta práctica que intenta tapar las violaciones de
derechos humanos detrás de los valores y la fascinación que provoca el deporte
en todo el mundo”.