Mentirosos
Por Sergio Sinay
Todos
mienten. Dicen una cosa y hacen otra. Emiten una promesa y la incumplen.
Expresan algo hoy y lo contrario mañana. Reniegan de su pasado como si no lo
tuvieran. Si se les pone delante de las narices las evidencias de sus mentiras
(en forma de textos, fotos, audios, videos, documentos que llevan su firma) lo
niegan y, en el último de los casos, dicen, sin que se les mueva una pestaña ni
les aparezca un asomo de rubor, que fueron sacados de contexto. Sean presidente,
vicepresidenta, ministro de economía, vocera presidencial, jefe de gabinete, canciller,
diputados, o se trate del cargo o la función que se tratase, mienten. Cuanto
más ambiciosos (por ejemplo, si van detrás de una candidatura) más mentirosos.
Cuanto más desesperados (por ejemplo, en el final de sus penosas gestiones o si
huelen la sombra de la Justicia), más mentirosos. Y siempre negadores de lo
evidente.
Acaso
nunca hayan mentido tanto y tan burdamente como ahora, en el ocaso de una
experiencia monstruosa, que nació hace cuatro años y fue calificada, incluso
por quienes hoy olvidan u ocultan haberlo hecho, como una genial maniobra
política, cuando fue en realidad otra torpeza de quien siempre eligió mal. Pero
siempre mienten. Y, más allá de la indignación a menudo impotente que generan
en grandes sectores de la sociedad, terminan por imponer la mentira como única
verdad. Al menos para ellos se naturaliza de tal manera, es hasta tal punto su modo
de vivir, que termina por ser la única verdad.
En el
libro Por qué mentimos (cuyo título original en inglés es The honest
truth about dishonesty) el estadounidense Dan Ariely, criado y educado en
Israel, psicólogo conductual especializado en economía del comportamiento y
premio Nobel de Medicina 2008, ofrece algunas pistas para comprender, aunque
jamás justificar, este tipo de comportamiento. Una cosa es irritarse por
fraudes y mentiras menores a cargo de personas en definitiva irrelevantes, dice
Ariely, y otra es la institucionalización del fraude a escala mayor. Este es
posible, señala, cuando unos pocos con información y poder privilegiado se
desvían de la norma y contagian a los de a su alrededor, quienes además
contagian a otros hasta que en un tiempo relativamente breve todos quienes
actúan así empiezan a considerar adecuada sus propias conductas. Tan adecuadas
y normales les parece, cabe agregar, que cuando alguien se las señala como
fraudulentas son capaces de ofenderse.
Para
ilustrar hasta qué punto estas conductas se naturalizan entre los mentirosos y
fraudulentos, Ariely cita el caso de Peter Sessions, congresista republicano
por Texas, quien preguntado por las decenas de miles de dólares pertenecientes
al fisco que perdió en el casino Forty Deuce, de Las Vegas, respondió: “Para mí
ya no es fácil saber qué es normal”. Dejemos de lado la anomalía psíquica que
sugiere la pérdida de contacto con la realidad, un delirio que suele ser
habitual en casos de ambición desbordada, e imaginemos qué respondería, en un
raro caso de sinceridad, alguno de nuestros numerosos embusteros y fraudulentos
si tuviera que dar cuenta de sus trapisondas. Posiblemente lo mismo que Peter
Sessions. Y, una vez más, esto no lo justificaría.
Ariely advierte que cuando el fraude y la mentira se instalan como única verdad en un determinado ámbito la propagación del virus es tan veloz y extendida que ya no importan las diferentes ideologías o los distintos orígenes de los infectados, y estos, aunque en apariencia se digan opuestos o adversarios entre sí, son mucho más parecidos de lo que se piensa. En el caso de la política, señala, esto crea las condiciones bajo las cuales la conducta poco ética de cualquier mentiroso o fraudulento traspasa las fronteras de su partido e influye en otros con independencia de su filiación.
Cuando aparece el fantasma de la
deshonestidad, afirma el autor de Por qué mentimos, nace también el
autoengaño, y los deshonestos (sea su deshonestidad moral o económica) se dan
excusas para crearse una opinión positiva sobre sí mismos. Escuchémoslos
hablar, veámoslos actuar, y todo quedará confirmado.
(Publicado
originalmente en Perfil el 2 de abril de 2023)