Ni uno más
Por Sergio Sinay
Poner freno a la violencia física y emocional contra la mujer es responsabilidad de los hombres.
La
marcha Ni una menos del miércoles deja
secuelas que merecen atención. Una de ellas, las declaraciones de muchos
varones (y bastantes mujeres) que proponen movilizarse contra todo tipo de violencia.
Algunos lo hacen al tiempo que dicen apoyar la marcha y los reclamos. Otros, como
reacción ante la protesta. Vivimos en una sociedad violenta: asesinatos,
asaltos, peleas callejeras, peleas en los colegios, en los boliches, en las
canchas (dentro y fuera del campo de juego), descalificaciones continuas,
violencia verbal, violencia contra los animales. Abarca a todas las clases
sociales, niveles culturales, profesiones, oficios y edades. Frente a esto hablar
contra la violencia queda bien, es oportuno y cumple con los requisitos del
pensamiento correcto.
El
pensamiento correcto es peligroso. Conduce al relativismo moral y fomenta la
inmovilidad. Al proponer que “todo” debe ser tomado en cuenta (ideas, culturas,
ideologías, actitudes) termina por no profundizar ni detenerse en nada. Y se
parece al “no te metás”. No te metás porque es otra cultura, porque no sabés,
porque hay que escuchar todas las voces (¿cómo distinguirlas en el barullo?),
etcétera, etcétera. Así no se priorizan necesidades ni sufrimientos, se termina
en la inacción y la indiferencia cool.
Los
hombres que se dicen “no machistas”, sino “antifeministas” son un ejemplo
claro. Si uno de veras no es machista, no tiene por qué agregarle el
antifeminsimo. Pero ocurre que simulando disparar contra el radicalismo
feminista (que a menudo es la contracara exacta del machismo al convertir una
parte en un todo excluyente), se suele expresar de una manera velada, soft y hasta glamorosa un agudo malestar
ante el creciente protagonismo de las mujeres en áreas que les eran prohibidas,
malestar ante el clamor femenino que exige acciones y se las exige en primer
lugar a los hombres, malestar ante una situación que amenaza la zona de confort
masculino que durante generaciones permitió a los varones poner las reglas de
juego en las áreas donde se juega el destino colectivo y común: la política,
los negocios, el espacio público, el sexo, la ciencia, la técnica.
El “antifeminismo
no machista” termina en un machismo light,
pero machismo al fin. Cuando se habla de violencia contra la mujer, se habla de
un femicidio por día, de más de 300 mujeres asesinadas por hombres cada año, de
chicos huérfanos, de la indiferencia estatal (sea el gobierno que fuere), de
una justicia machista y cómplice, de una educación familiar que sigue transmitiendo
concepciones patriarcales (aunque lo haga de manera intelectualmente elegante).
Si nos proclamamos contra “la violencia de todo tipo” nos quedamos en
declaraciones bienpensantes que dejan todo como está.
Empecemos
por una violencia específica. Y empecemos los varones. Es un ejercicio mínimo
de responsabilidad. Las mujeres no se matan entre ellas. Tampoco son suicidios.
Mueren a manos de hombres. Por lo tanto, este es un problema nuestro, de los
varones, y debemos ser los primeros en abordarlo y ponerle un freno. No se
asusten, muchachos, la masculinidad auténtica, profunda, nutricia, fecunda,
capaz de liderar con valores, de transformar el mundo para mejor, de abrir el
corazón para que entren y salgan emociones fertilizantes, la fuerza masculina
capaz de construir, no están en peligro por la movilización de las mujeres.
Están en peligro por la pasividad de los varones ante el brutal machismo de
tantos congéneres que no solo se expresa en femicidios, sino en guerras,
narcotráfico, barras bravas, depredación económica, vaciamiento de la política,
todas especialidades masculinas (en las que suelen filtrarse mujeres machistas,
que las hay y las conocemos).
La
violencia contra la mujer es contra la mujer. Punto. Acabemos con ella y
vayamos luego por cada tipo de violencia, con menos palabras y declaraciones
seductoras para la tribuna y más acciones concretas y anónimas en el día a día.
Para esto se necesita mucha testosterona. Pero espiritual, del corazón, no de
los testículos. Y hay que producirla con conductas, con actitudes. Requiere mucho
coraje. Mientras ellas claman Ni una
Menos, nosotros deberíamos prometernos que Ni uno más, ni un machista más ofendiendo y deshonrando a nuestro
sexo con femicidios, descalificaciones a las mujeres, chistes machistas,
indiferencia, maltrato laboral, publicidad sexista del peor tipo, etcétera.
Nuestra
sociedad no solo es violenta. Es machista. Y, para peor, es careta. Basta. Ni
un machista más haciendo de las suyas o disfrazándose de no machista.
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