jueves, 20 de febrero de 2020


Causas y razones
Por Sergio Sinay

Buscamos causas y dejamos de explorar razones. No son lo mismo. Unas nos llevan al pasado, las otras nos impulsan al porvenir.



Algunas experiencias humanas tienen causas y otras tienen razones. Causas y razones no son la misma cosa. Así lo explicaba, en El hombre doliente, Víktor Frankl. Si lloro al pelar cebollas hay una causa, no una razón. Si lloro por la muerte de un ser querido hay una razón. A cuatro mil metros un alpinista puede sentir mareos y angustia por falta de oxígeno; es una causa. O puede angustiarse porque se sabe mal entrenado y siente que no logrará su meta: es una razón. Si río porque me hacen cosquillas, estas son la causa de mi risa. Si río porque celebro con alegría el encuentro con mi amada, mi risa tiene una razón.
Vivimos un tiempo plagado de causas.  Ansiosos, impacientes, incapaces de navegar en la incertidumbre, de estar abiertos al rumbo de la vida, buscamos o pedimos la causa de cada cosa que ocurre o nos sucede. Causas que nos tranquilicen. Eso en cuanto a la causa entendida como motivo. Y también nos embanderamos en causas, a veces de manera fanática, intolerante, intemperante, autoritaria sin sostenerlas con razones.
En la búsqueda del sentido de la propia vida las razones son más importantes que las causas. Es por eso, quizás, que a menudo las causas que creemos encontrar o que nos proveen los vendedores de certezas tienen el mismo efecto que un analgésico. Nos tranquilizan o adormecen por un breve tiempo, pero al no ser razones no impiden el regreso de la angustia. El médico y logoterapeuta Gerónimo Acevedo explica en su libro El modo humano de enfermar que el sufrimiento humano no es sólo un síntoma, sino una experiencia personal a la que es necesario acompañar para encontrar su razón (no meramente su causa). Y describe a la salud como el desarrollo del ser en su esencia y sentido, como la capacidad de respuesta ante la dolencia y no como la ausencia de dolencias. Al buscar denodadamente causas creemos que con ellas desaparecerán las dolencias, del cuerpo y del alma. Pero “encontrar un sentido existencial no es la causa de la salud sino el motivo para tenerla”, dice Acevedo. “Y la medida de la salud no viene dada por la ausencia de crisis sino por la capacidad de superarlas para instaurar un nuevo orden funcional”.
Hurgamos tratando de encontrar causas para las enfermedades, para las crisis políticas y económicas, para la violencia, para el malestar psíquico que se extiende como plaga en la atmósfera social cotidiana. Se gastan palabras, desfilan los especialistas con sus explicaciones. Y todo sigue allí, igual o peor. Quizás se trate, entonces, de buscar razones para vivir, convivir y relacionarnos de otra manera, de explorar las razones para las cuales disponemos de una vida. Las razones invitan a mirar hacia el porvenir. Las causas nos obligan a mirar hacia atrás. Las causas solo explican (y no siempre). Las razones inspiran.

lunes, 10 de febrero de 2020

La hora de los hombres
Por Sergio Sinay

No es con una guerra de sexos y géneros como se creará una sociedad más justa y equitativa, sino en una permanente y comprometida cooperación de todos y todas. Desde el dolor, hay hombres que empiezan su tarea.




Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, Madres del Dolor, Liga de madres de familia, Red de mujeres judías argentinas, Liga de mujeres evangélicas, asociaciones de madres solteras y toda una larga serie de organizaciones nuclean desde el dolor por pérdidas injustas, desde la vivencia cotidiana de la inequidad y desde la voluntad y la esperanza de mejorar el mundo recibido, a mujeres de diferentes edades y condiciones sociales, económicas y culturales. Muchas de las causas que las reúnen, de los sufrimientos que comparten y de las razones que las agrupan y las impulsan afectan por igual a los varones. Sin embargo, las voces que estos hacen oír en ámbitos deportivos, económicos, políticos o tecnológicos se convierten en resonantes silencios cuando se trata de cuestiones que las prácticas culturales han consagrado como “femeninas”: los hijos, el cuidado, la crianza, la salud, la alimentación, el sufrimiento, los emprendimientos solidarios, la ecología. No es que no haya hombres allí, pero son los menos. Como si los temas y causas que involucran sentimientos, vulnerabilidad, emocionalidad al desnudo, incertidumbre, fueran riesgosos y pudieran amenazar las fortalezas y armaduras “masculinas”.
 Alrededor de asuntos lacerantes, como la muerte violenta de un hijo, la violación de una hija, las condiciones infames en que se producen tantos nacimientos, la caída de hijos en la drogadicción, la controvertida cuestión del aborto legal, la disparidad salarial y de oportunidades laborales y profesionales que padecen las mujeres o el desempleo femenino (que supera en número al de varones), por nombrar apenas algunos, la pasividad, la inacción y el retiro masculino es inocultable. Como si los manchones de injusticia, inequidad, discriminación y violencia que tiñen a la sociedad e intoxican la atmósfera colectiva no afectaran a todos sus integrantes, sin distintos de sexo y de género. Ese silencio masculino es disfuncional y nocivo para unas y otros (no usaré el lenguaje “inclusivo” (?), empobrecedor del rico idioma del que disponemos, del entendimiento y de la realidad). Ese silencio, en fin, es una enorme deuda de los varones hacia la sociedad en su conjunto, incluidos los propios hombres.

DOLOR MASCULINO
Un encomiable intento de empezar a saldar esa deuda se produjo recientemente, cuando se lanzó en La Plata una convocatoria a los hombres dispuestos a luchar contra el machismo. Como suele ocurrir con tantos agrupamientos de mujeres, el dolor disparó el movimiento. Jorge Taddei y Manuel Iglesias aparecieron encabezando este emprendimiento auspiciado por Casa Abierta María Pueblo, el refugio para mujeres, niñas y niños víctimas de violencia, que trabaja desde hace 25 años en la ciudad con reconocimientos de la ONU, Amnistía Internacional y Human Rights Watch. Taddei e Iglesias perdieron una hija (Wanda Taddei asesinada por el baterista del grupo Callejeros Eduardo Vázquez) y una hermana (Laura Iglesias, violada y estrangulada en Miramar) a mano de otros hombres. Pasaron años desde entonces, el tiempo que les llevó decir “basta” e iniciar esta convocatoria a todos los varones dispuestos a tomar acciones concretas contra la violencia machista. Porque, aunque las víctimas más visibles de esa violencia sean mujeres y niños, resultan muchos los varones lastimados por ese fenómeno (que incluye, en el caso de ellos, el asesinato, los mal llamados “accidentes”, las demostraciones pueriles y salvajes de machismo en banda, la violencia y el autoritarismo en el ámbito laboral y muchas otras modalidades, sin dejar de lado la guerra en todas sus formas).
Según explicaron Taddei e Iglesias en el lanzamiento de esta iniciativa, la sociedad está hoy lo suficientemente sensibilizada como para que el silencio y la inacción de los varones ya no tenga justificación. No estaban solos. En el lanzamiento los acompañaron muchos otros hombres, entre ellos Miguel Pereyra, padre de Marisol, una de las víctimas del cuádruple crimen de La Plata en 2011; Luis Basualdo, padre de Marcela, asesinada en Punta Lara en 2004 junto a su pareja. También los padres de Natalia Melmann y de Carolina Aló, y Hugo Capacio, padre de Dayana, asesinada en 2012 por su novio en Rosario. Darío Witt, abogado y fundador de Casa Abierta María Pueblo, dijo en la oportunidad: ““Creemos que para muchos hombres es importante que el mensaje llegue desde los hombres. Porque nosotros reproducimos esa estructura y esa violencia. Entonces, si no hacemos nada, somos cómplices”.

UN COMPROMISO COMÚN
Probablemente es allí donde está la clave para un cambio de paradigma en este tema que no admite más indiferencia ni postergaciones. En que los varones comprendamos que es a nosotros a quienes nos cabe la responsabilidad de una transformación. Del mismo modo en que las mujeres tomaron los riesgos y asumieron el compromiso de hacer oír sus voces, poner en evidencia inequidades, injusticias y violencia que las afectan y comenzaron una larga marcha que acaso llevará más de una generación. Para los hombres la tarea tendrá características propias. No se trata de “copiar” al feminismo ni de empezar desde la culpa (como tampoco es bueno para las mujeres centrarse en la victimización). Es responsabilidad y no culpa lo que se necesita. Las mujeres marcharon desde lo privado, lo encerrado, lo doméstico hacia lo público, lo visible, lo abierto, lo social. Los varones, a cargo de la vida pública, económica y política durante generaciones, deberemos hacer el camino inverso. Ese camino es más solitario, requiere de cada varón ingresar en un mundo poco conocido y transitado, el de sus emociones, de sus debilidades, de su sensibilidad, su espiritualidad. Conectarse desde allí con territorios inexplorados (crianza, funciones domésticas, salud, educación, cuidado de los otros, cooperación en lugar de competencia) y permanecer en ellos un buen tiempo, hasta que comiencen a ser familiares. Es una tarea individual, dura, desconocida, en la que quienes entraron lo hicieron desde el dolor y la pérdida. Habrá que entrar ahora desde la esperanza, desde la testosterona espiritual antes que la física. Esto requiere un nuevo tipo de coraje.
Cuantos más hombres emprendan la tarea, más seremos los varones en condiciones de trabajar junto a las mujeres, respetando nuestras diferencias y honrando lo más enriquecedor de ellas, para vivir en una sociedad más equitativa, menos violenta, más cooperativa, más amorosa y esperanzada. “Hablo como padre, es un antes y un después no sólo porque es tu hija, sino porque cuando empezás a entender vas aprendiendo que el asesino de tu hija es producto de una sociedad de la que vos también sos parte”, dijo Taddei aquel martes 21 de enero, dando una prueba de ese coraje.
Con esas palabras convergen las de Carola Labrador, madre de Candela Rodríguez, la nena secuestrada y asesinada en Hurlingham en 2011, quien apoyando esta campaña, dijo: “Tiene que ser en conjunto, es entre hombres y mujeres, necesitamos apoyarnos, porque no todos los hombres son femicidas y si bien el feminismo consiguió mucho, necesitamos de los hombres”. Aunque haya quienes desde el sectarismo no lo entiendan así, no se trata de mujeres contra hombres o viceversa, sino de un compromiso común e impostergable.

viernes, 7 de febrero de 2020

El valor de la actitud
Por Sergio Sinay

Solemos detenernos en la pregunta acerca de por qué nos pasan las cosas que nos pasan. Y quizás lo importante no es por qué ocurren esas cosas, sino cómo actuamos ante ellas.




Es mejor encender una vela que maldecir las tinieblas
Confucio

“Si te tocó es porque sos capaz de afrontarlo". Esta es una frase muy común con la cual se intenta consolar a quien atraviesa una situación difícil. Como otra, de frecuente auto aplicación: “Me toca vivir esto porque algo tengo que aprender”. Si fuera así, si las situaciones difíciles llegaran para que aprendamos algo, serían parte de un programa y no habría manera de evitarlas. En ese caso nuestra vida marcharía por un sendero predestinado, con poco o ningún margen para nuestra libertad y nuestra responsabilidad. Sólo nos quedaría responder como buenos o malos aprendices ante eso que nos “tocó”. Lo cierto es que, paso tras paso, en la vida nos “toca” algo, y nunca sabemos de antemano de qué se trata. Pero nos obligamos a saber, a descubrir el supuesto sentido oculto de esa circunstancia. Necesitamos una explicación, y si no aparece la construimos. Hasta llegamos a decir que lo intuíamos, que sabíamos que lo que pasó iba a pasar. Es lo que el ensayista libanés Nassim Nicholas Taleb (autor de El cisne negro y Antifrágil) llama “post-explicaciones”. Pretender que sabíamos lo que no sabíamos ni podíamos saber. No admitir el imponderable, lo que escapa a nuestro control, a nuestra voluntad y nuestra previsión. Y, en verdad, la mayor parte de los acontecimientos de nuestra vida están más allá de ese control. Sobre lo que sí tenemos absoluta responsabilidad es sobre nuestra actitud ante lo que la vida nos propone, por fuerte o doloroso que sea.
La escritora y terapeuta austriaca Elisabeth Lukas dice que ante la muerte de su madre un chico de 16 años puede pasarse el resto de la vida maldiciendo al destino, o transcurrir su existencia agradeciendo el haber tenido una madre cariñosa en los años decisivos de su infancia. Ante una enfermedad incurable un hombre de 50 años puede increpar a la suerte, apunta Lukas, o dar gracias por haber vivido medio siglo a salvo de ese mal. Y ni el uno ni el otro sabrán jamás por qué les ocurrió justamente a ellos eso que vivieron. Quizás, entonces, no se trata de lo que un hecho difícil o doloroso viene a enseñarnos, sino de lo que emerge de nosotros en esa situación. Allí se pone de manifiesto lo que Víktor Frankl (padre de la logoterapia, autor del imprescindible El hombre en busca de sentido) llamó el valor de la actitud. El sentido no está en el hecho que vivimos, nosotros significamos ese hecho a partir de nuestra actitud.