lunes, 26 de octubre de 2015

Ganó el No afirmativo
Por Sergio Sinay

La sociedad tiene por delante una tarea moral: convertir la energía con la que dijo No a una década perversa en una energía que, en el día a día, empiece a construir el con el que sueña



       En las elecciones del domingo 25 de octubre ganó el No. No a la intolerancia. No a la mentira como única verdad. No al narcisismo desbocado instalado en la cima del poder. No al insulto gratuito y resentido como única forma de comunicación. No a la negación sistemática de la realidad y a su adulteración permanente. No a delirantes sueños monárquicos sin sustento. No a la ordinariez como dogma y estilo. No a la ausencia absoluta de empatía por el dolor ajeno. No a la ofensa automática al diferente y a su pensamiento. No a la pobreza estructural. No a una intelectualidad de pacotilla, oportunista y miserable atrincherada en un absurdo “pensamiento nacional”. No al narcotráfico y a la delincuencia instalados en cargos y funciones gubernamentales. No al usufructo rapaz del Estado, que es propiedad de todos los ciudadanos, en beneficio propio y de una banda de obsecuentes. No a la naturalización del crimen en las calles y en las casas ante la total e imperdonable indiferencia del poder. No a la manipulación de la justicia y a su desprecio cuando no puede ser usada para granjearse impunidad. No a la corrupción más obscena y desembozada de la que haya memoria en tiempos democráticos. No al desprecio por las instituciones republicanas. No a la ostentación de incultura e ignorancia en cada párrafo de cada discurso oficial. No a la soberbia y a la prepotencia como argumentos políticos. No a la educación clientelista y empobrecedora. No a la prebenda y el clientelismo en lugar del esfuerzo y el trabajo. No a la utilización perversa e inmoral de los derechos humanos y de la memoria colectiva, avalada por muchos de los que debieran protegerlos y ponerlos a salvo de cualquier manipulación gubernamental. No a la penalización del salario mediante impuestos usurarios. No al agravio permanente a los jubilados mediante el arrojo de migajas mientras se malversan los fondos que les corresponden. No al uso de empresas estatales (como la ineficiente e impresentable Aerolíneas Argentinas) como guaridas de patotas militantes. No a la falsificación permanente de la historia, tanto de la reciente como de la lejana. No a la complicidad con dictaduras inmorales e indisimuladas como la rusa o la venezolana, y a la complicidad con regímenes que desprecian los modelos y procedimientos políticos e institucionales que el mundo civilizado transita desde el Iluminismo en adelante. No al encubrimiento de funcionarios terroristas extranjeros que planearon y ejecutaron en la Argentina un atentado que asesinó a más de 80 hombres y mujeres hijos de este país. No a todo aquello que oscureció la mente de tantos a lo largo de doce años siniestros, la dimensión de cuya oscuridad se percibirá con más perspectiva y certeza a medida que el tiempo (ese gran escultor, como lo llamaba la incomparable Marguerite Yourcenar, autora de Memorias de Adriano) ajuste las lentes y emerjan a la superficie aspectos hoy inimaginables del desquiciado elenco que encabezó este proceso.
     La lista de los No que ganaron el domingo es aún más larga que la de los candidatos amontonados en las prehistóricas boletas conque se votó. Todos esos No indican que, a pesar de todas las enfermedades que la aquejan (varias de ellas autoinfligidas) el sistema inmunológico de la sociedad argentina funciona. Hubo anticuerpos el domingo 25 de octubre y deberá haberlos (para que exista un futuro) el domingo 22 de noviembre. Mientras llega esa fecha y en el serpentario del poder se atacan unos a otros, a la sociedad (esos dos tercios de ella que se negaron a prolongar la agonía en que vivimos) se le presenta una tarea que será larga, esforzada y que necesitará de mucha voluntad, honestidad, sinceramiento, generosidad, reflexión y responsabilidad individual. 
     La tarea es convertir a toda esa energía que hizo posible el No en una energía que de nacimiento a un . Cada uno debería pensar en qué sociedad aspira a vivir. Basada en que valores, en qué tipos de relaciones personales, en qué actitud frente a la ley, ante las normas, ante el trabajo. En qué comportamiento ciudadano. En qué propósitos colectivos. El paso siguiente (en el que confluyen voluntad y responsabilidad) es comenzar a vivir en el día a día, en cada espacio cotidiano (aún el que se vea menos trascendente), de acuerdo con esa aspiración. Esta es la parte que no se le puede pedir al futuro gobierno (ni a ninguno). Y en esa parte, aunque no lo parezca, se inicia un pacto moral que cambia la política. Es el antídoto contra otra década perdida y sombría.

jueves, 22 de octubre de 2015

Infeliz domingo
Por Sergio Sinay

Cuando las elecciones y los candidatos ponen a la sociedad frente al espejo y le preguntan qué hará frente a esa imagen, solo ella puede responder. 

   

Finalmente el domingo se vota. Dejarán de acosarnos e invadirnos telefónicamente hasta el abuso con encuestas y llamadas proselitistas, que ponen en evidencia lo que somos para los candidatos. Simples votos sin identidad. No personas que merecen respeto. Esa falta de respeto la demostraron de muchas otras maneras. Ocultando propuestas o proponiendo lo que ellos y nosotros sabemos que no cumplirán. La demostraron con las chabacanas reyertas de gallinero (con perdón de las gallinas, que no tienen segundas intenciones y responden a su naturaleza) que evidenciaron el pobrísimo nivel de su sintaxis, de su léxico, de su cultura y, lo peor, de su cosmovisión y sus ideas. Una sociedad que juega su destino a manos de estos candidatos tiene en ellos la imagen de sí misma. Si no lo entiende llevará una y otra vez la misma piedra hacia ninguna parte. Ni siquiera se la podrá comparar con Sísifo, rey de Corinto y, según leyendas, padre de Odiseo. Castigado por oponerse a Tanatos (es decir a la muerte) fue condenado a subir una y otra vez una roca sin alcanzar jamás la cima.
     Considerado en la mitología como el más sabio de los hombres, Sísifo es protagonista de un mito en el que, como en todos, hay grandeza, misterio, belleza, profundidad y abundante materia prima para la interpretación y la reflexión. Nada que se pueda comparar con una sociedad que cada cuatro años empuja vanamente una piedra extraída de su propio riñón, sin el menor aprendizaje ni transformación.
     A pesar de este sombrío panorama, no todos los candidatos son lo mismo. Uno de ellos representa como ninguno el pantano del que no se puede salir, la desesperanza final, la impunidad completa de los corruptos y la continuidad de muchos de ellos. Es el candidato de la vacilación, de la inseguridad garantizada, de las inauguraciones apócrifas, de los hospitales sin médicos ni recursos, de las escuelas como aguantaderos, del clientelismo abyecto. De la década perdida. El candidato que hizo cualquier pirueta para llegar a serlo (aun a costa del desprecio de su inefable tutora). El que no habla, no enfrenta, no afirma, no decide, no asume, no se hace cargo. El que, como Bartleby (protagonista de la clásica novela del mismo nombre creado por el gran Herman Melville) podría aferrarse a la frase: “Preferiría no hacerlo”. Aunque detrás de la superficie opaca del escribiente Bartleby había una conmovedora profundidad a explorar. Y detrás de la superficie opaca de este candidato solo hay un vacío sin fin.
     Así llegamos a estas elecciones. Las encuestas, con sus cifras más o menos amañadas, no dejan de reflejar una realidad. Cualquiera sea el resultado, la conveniencia le habrá ganado a la conciencia, la cobardía moral se habrá impuesto al coraje moral y la corrupción habrá salido impune para volver por más, ya que uno promete mantener a los corruptos y los otros no han dicho que estén dispuestos a castigarlos como merecen. En los porcentajes que las encuestas (y los opinólogos) adjudican a los candidatos se ve una vez más que las sociedades acaban por tener los gobernantes que se les parecen.

lunes, 5 de octubre de 2015

El gran escape
Por Sergio Sinay

Cuando un candidato huye al debate con sus adversarios falta el respeto a  los ciudadanos y muestra cobardía cívica. Y los medios que omiten transmitir ese debate debilitan a la democracia y demuestran irresponsabilidad.



En una democracia, quien aspira a ser Presidente del país y se niega a participar de un debate al que concurren todos los demás candidatos, actúa con falta de respeto hacia la ciudadanía y con cobardía cívica. Además permite sospechar, con fundamentos que carece de propuestas (o que si las tiene son insostenibles o indemostrables) y que es incapaz de dialogar o de articular ideas mediante la palabra. Si, por otra parte, huye de ese debate por órdenes superiores, da la razón a quienes sostienen que es apenas un testaferro de quien lo designó. Patético testaferro, sin duda, cuando quien lo designó manifiesta por él (a través de actitudes y palabras) un profundo desprecio. Con su ausencia, entonces, dice mucho.
Si un candidato con esas características ganara las elecciones, una masa crítica de la sociedad lo habrá elegido como el sepulturero del futuro colectivo y de toda esperanza republicana. En la noche del domingo 4 de octubre, cinco de los seis candidatos a la presidencia en las elecciones del próximo 25, expusieron en público y por televisión sus propuestas, sus ideas, sus visiones. Con mayor riqueza o con mayor pobreza, con mayor elocuencia o con menor precisión, las expusieron y las debatieron. Además, lo hicieron con respeto y con escucha. Se pueden tener mayores acuerdos o desacuerdos con cada uno. Lo cierto es que allí estuvieron. Honraron a los votantes a los cuales apelan.
El sexto candidato escapó de la cita. El desertor prefirió asistir a un festival de rock. Mostró en toda su dimensión su idea de diálogo, democracia, coraje cívico. Una idea nula. En consonancia con él, la mayoría de canales de televisión, especialmente los de noticias (?), omitieron transmitir lo que era un hecho histórico en la anémica democracia argentina. Olfatearon, quizás, que allí no habría agresiones gratuitas, no habría olor a sangre, no habría bajezas, no habría personajes bizarros, es decir faltaría la materia prima con la que están acostumbrados a alimentar sus pantallas. Faltaron a su responsabilidad periodística. Mostraron cuál es su ética. La ética del oportunismo, del rating fácil y barato, de la pereza intelectual. Esos canales son privados. La televisión pública (esa que pagamos todos y que manipulan obscenamente unos pocos) transmitía fútbol.
Sería un buen ejercicio para la memoria y para fortalecer nuestra condición de ciudadanos en un caso, y de telespectadores en el otro, no olvidar ni la actitud del candidato que huyó ni la de los canales que miraron para otro lado. Porque las democracias fuertes, las repúblicas estables y los futuros de las sociedades se construyen desde aquello que los ciudadanos, a través de sus votos y de sus acciones de cada día (hasta las más mínimas, como apagar televisores o cambiar canales) les dicen a quienes pretenden representarlos o informarlos. Como en todos los casos, quien calla otorga. Y, como en todos los casos, la culpa no es del chancho. La responsabilidad es de quien le da de comer.