miércoles, 9 de noviembre de 2016

¿Es Donald Trump el amo?

Por Sergio Sinay

Sus groserías, su violencia verbal, su ausencia de respeto y empatía pueden ser las pantallas que ocultan al verdadero poder.




En 1954 un film inglés dirigido por David Lean (el realizador de Lawrence de Arabia) ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín. Titulado ¿Es papá el amo?, contaba la historia de un vendedor de zapatos despótico, enfrentado a sus tres hijas que, a medida que crecen, lo enfrentan, generando un fuerte conflicto familiar. ¿Habrá, a medida que avance su gestión, un conflicto entre los métodos y el carácter de Donald Trump y la ciudadanía estadounidense? ¿Lo habrá entre Estados Unidos y el resto del mundo (excepto Rusia)? ¿Será Trump de veras el amo, autoritario, capaz de saltarse las leyes, de amenazar y mentir a diestra y siniestra, de perseguir ciudadanos a causa de su raza o nacionalidad?
Con todo lo preocupante que es su triunfo, como lo fue su campaña, quizás no sea Trump el amo, como no suele serlo ningún presidente estadounidense (o de casi cualquier país) en los tiempos de la globalización. Más allá de que obtengan sus mandatos por vías democráticas, sus mandantes no son quienes los votaron. Esa es una ilusión óptica. Los presidentes son, en la práctica, gerentes que responden a los mandatos de accionistas que, como es de rigor, permanecen anónimos en cuanto a sus identidades. Quizás por eso Obama (que quedará bien perfilado en la historia) corrió a salvar a los bancos que de manera criminal provocaron una de las mayores crisis económicas y financieras de la historia mundial en 2008, dejando un tendal de vidas y futuros destruidos, y acaso sea esa la razón por la que ni él ni nadie pueden con la National Rifle Association, la organización que vela, armas en mano, por los intereses de la industria armamentista. Son apenas un par de ejemplos, por no mencionar a otros mandantes-accionistas, como la industria farmacéutica, la petrolera o la automotriz.
Las grandes corporaciones y oligopolios que van colonizando a pasos agigantados la economía mundial (y que pese a la expansión china siguen teniendo su centro en EE.UU.) necesitan calma para seguir expandiendo su poder, apoderándose de nichos y empresas menores y conquistando mercados. Según el McKinsey Global Institute (organismo privado que estudia la economía global), 10% de los grupos que cotizan en Bolsa obtienen el 80% del beneficio económico mundial. La tendencia del momento (como refleja un extenso informe publicado por El País, de Madrid, el 30 de octubre pasado con la firma de David Fernández) no es la competencia entre compañías, sino la fagocitación de las menos poderosas por las más grandes. Peter Thiel, fundador de PayPal, escribió,  recuerda Fernández,  que “la competencia es para perdedores”. Los ganadores construyen monopolios, y los monopolios se unen en oligopolios. Ahí está el poder, no en las bravuconadas del mamarrachesco Trump.
Hay una estrecha ligazón entre poder político y corporaciones (las rencillas entre “círculos rojos” y gobiernos puntuales son anécdotas que no alteran la cuestión de fondo). El tamaño que adquieren algunos conglomerados los convierte en factores de poder ante quienes los gobiernos se postran o claudican. De hecho, muchos de estos mastodontes económicos manejan cifras que superan largamente los presupuestos y el PBI de países en los cuales actúan. Y actúan en cada vez más territorios, porque, como los dinosaurios, su tamaño les requiere espacios cada vez mayores. El límite es el planeta. Los Estados y sus gobiernos pasan a ser parte de este juego. Ni hablar de los ciudadanos. Como anotó hace un tiempo el sociólogo y pensador polaco Zygmunt Bauman, estos van perdiendo sin prisa y sin pausa esa categoría. Son, ante todo, consumidores. Y serán, en tanto la tendencia oligopólica se acentúe, consumidores cautivos con derechos menguantes. Al votar, simplemente contribuirán a la designación del gerente de turno. No más.

Desde esta perspectiva, que el mundo se espante ante Trump es apenas un juego de distracción. Donald Trump es el nombre del gerente de turno. Los accionistas posiblemente lo disciplinarán, pero le permitirán mantener algunos de sus trucos para entretener al respetable mientras el poder se ejerce en otra parte y de otro modo.