martes, 1 de marzo de 2022

 

Varones que mancillan la 

masculinidad

por Sergio Sinay





Tomás Fabián Domínguez, 21 años, Lautaro Dante Ciongo Pasotti, 24 años. Ignacio Retondo, 22 años. Steven Alexis Cuzzoni, de 20 años y Franco Jesús Lykan, 24 años. Estos son los detenidos y acusados por la violación grupal a una chica de 20 años ocurrida el 28 de febrero en Palermo, a la luz del día. Sus nombres no solo deben ser repudiados por organizaciones feministas. Estos cobardes especímenes nos interpelan en primer lugar a los varones. Mancillan a los hombres que aman a sus mujeres con buen amor, que son padres nutricios de sus hijos, que mantienen relaciones sexuales en términos de equidad y de placer compartido y consentido. A los varones que trabajan por una sociedad mejor, que muestran en la vida coraje y testosterona espiritual, de esa necesaria para luchar por la justicia, por el respeto, por la igualdad social y económica, por la paz y los encuentros, insultan a los que honran la diversidad. Estos inexcusables imbéciles violan no solo a una mujer sino a la integridad del amor. La primera barrera a este tipo de canallas, que abundan y nos ensucian, la debemos poner ante todo los varones. Cada uno de estos imperdonables nos convierten a todos los hombres en sospechosos y acusados. Y nos hacen blanco del odio y el resentimiento de quienes ganan (ganancias pírricas) con los desencuentros, con el enfrentamiento, con el desamor.

 Silencio y pasividad frente a basuras así nos dejan en deuda moral ante nuestras compañeras, amigas, novias, hijas, madres, hermanas, colegas o incluso amantes. Una deuda inadmisible y que a nuestras conciencias (que hablan, aunque las silenciemos) les costará saldar. No hay que ser feminista para enfrentarlos, denunciarlos y excluirlos de todo espacio digno de un hombre que merezca llamarse así. Ni hay que estar de acuerdo con las expresiones más sesgadas del feminismo confrontativo, excluyente e intolerante. Basta con ejercer una hombría digna, con demostrar coraje espiritual, con sentir en nosotros la ofensa provocada en el otro cuerpo, en la otra persona.