Dante y el infierno mundial
Por Sergio Sinay
Hubiera
cumplido 101 años el pasado 5 de noviembre. Pero murió a los 57 años, el 14 de
abril de 1978. Nació en Las Varillas, Córdoba, se inició como periodista en el
diario “La Voz”, de San Justo, cuando era adolescente y había abandonado sus
estudios en sexto grado para ayudar a su familia. Soñaba con escribir en “El
Gráfico” y lo logró a los 21 años, recomendado por un legendario wing de Racing
y de la selección nacional: Enrique “el Chueco” García. Fue redactor de esa
revista inigualable, con la que muchos aprendieron a leer, otros tantos a ver
el fútbol y, quizás, algunos a escribir, así de extraordinarios eran los textos
de varios periodistas que la habitaron, entre otros Osvaldo Ardizzone, Ernesto
Lazzati o Pepe Peña. Dante Panzeri, de él se trata, la abandonó luego de veinte
años de trabajar en ella, los últimos tres como director. Hombre de principios
morales inoxidables, que certificaba con su conducta, de una cultura sólida que
forjó como autodidacta, y de una escritura siempre inspirada e iluminadora que
hacía de cada palabra una gema, Panzeri renunció a “El Gráfico” cuando, por
intereses políticos, le quisieron imponer la publicación de una nota con la que
no estaba de acuerdo. Pero no renunció a sus convicciones ni al ejercicio de la
profesión que amaba y honraba. Su estilo combativo, didáctico, de vasta riqueza
idiomática y sólidos argumentos, se desplegó, hasta su muerte, en diversos
medios, entre ellos este diario.
EL
JUEGO DEVALUADO
Es
oportuno convocar a Dante Panzeri a una semana del inicio de uno de los
mundiales más cuestionables de la historia del fútbol. En 1967 ese entrañable y
justificado cascarrabias publicó “Fútbol, dinámica de lo impensado”, un clásico
insuperado y posiblemente insuperable para entender las razones de este
fenómeno deportivo y social que trasciende épocas, idiomas, fronteras e
ideologías. Con una lucidez que encandila, una profundidad abismal y una
escritura exquisita Panzeri ilumina hasta los últimos intersticios de este
juego que nació oficialmente en Inglaterra el 26 de octubre de 1863 a partir de
una escisión producida en la Asociación que regía al rugby. “El fútbol es el
más hermoso juego que haya concebido el hombre, escribe Panzeri en su libro, y
como concepción de juego es la más perfecta introducción al hombre en la lección
de la vida cooperativista”.
El libro
es un canto a la creatividad humana, es una celebración del pensamiento
estratégico (capaz de ver en perspectiva, más allá de las narices), y del
táctico (que apela a recursos a veces insospechados para resolver en lo
inmediato), es un homenaje a las potencialidades físicas y psíquicas que, en
distintas proporciones, se combinan de una manera única e irrepetible en cada
ser humano. Todo eso puesto de manifiesto en esa ceremonia ritual que condensa
en 90 minutos el drama y la tragedia, la esperanza y el dolor, la agonía y la
resurrección. Una ceremonia en la que, para bien o para mal, para mejor o para
peor, ningún protagonista es prescindible y en la que cada uno es parte de un
todo mayor que la suma de las partes, aun cuando una de estas resulte más
destacable que otras. Cada línea del libro de Panzeri demuele la charlatanería
tóxica que, hoy más que nunca (en la medida en que aumentan los charlatanes),
envenena la atmósfera futbolística. Y rescata los fundamentos intrínsecos, cada
día más ignorados por legos y por pretendidos “especialistas”, de este juego.
Al hacerlo permite comprender por qué convoca como convoca y por qué es el más
democrático de los deportes, el que menos exige de sus practicantes (no hay
requisitos de altura, de peso, de posición económica, de orígenes, de cultura,
de edad y hoy ni siquiera de sexos) y el que más les devuelve.
De cara
al inicio del mundial de Qatar y en la atmósfera viciada de patrioterismo de
ocasión, de oportunismo de todo tipo (político incluido) y de las publicidades
desvergonzada y patéticamente interesadas con que las marcas intentan pescar
consumidores afiebrados por la ansiedad ante el evento, resuenan las palabras
con las que Panzeri denuncia “la abundante dialéctica comercializante del
fútbol como industria del espectáculo”. Los miles de millones de dólares que se
mueven en torno de un mundial y nada tienen que ver con el juego en sí y mucho con
diferentes negocios lícitos e ilícitos (televisión, alcohol, electrónica,
turismo, hotelería, gastronomía, indumentaria deportiva, cable, prostitución,
narcotráfico, etcétera) confirman esas palabras.
LA
GRAN CORPORACIÓN
Desarraigado
de sus orígenes y de su esencia el futbol es hoy ante todo un negocio en el que
el fin justifica los medios. Y el fin son las ganancias económicas, la
rentabilidad. Que el país en el que se juega este mundial tenga un pésimo
récord en materia de derechos humanos, que haya sido refugio y fuente económica
de grupos terroristas, que las mujeres estén reducidas a un servilismo arcaico
les ha importado poco a los países participantes y a quienes van a concurrir
para “alentar” y lo harán a precios obscenamente desmesurados en un mundo en el
que, en pleno siglo veintiuno, el hambre, la pobreza y la desigualdad son lacras
extendidas ante la indiferencia mayoritaria. Que hasta 2020 hayan muerto unos
6500 trabajadores migrantes llegados desde Nepal, Sri Lanka, India, Bangladesh
y Pakistán para construir los estadios (datos de una investigación del diario
inglés “The Guardian”), poco importa, el show debe seguir. Debe realizarse,
aunque organizaciones internacionales dedicadas al derecho laboral calculen
que, desde el comienzo de las obras, en 2010, murieron 12 trabajadores por
semana. “Existe una falta real de transparencia en torno a estas muertes”,
advirtió Amnistía Internacional.
La FIFA,
federación que rige el negocio futbolístico en todo el planeta, es una
corporación hermética, con leyes propias que en muchos casos están por encima
de las leyes nacionales. Su funcionamiento es oscuro, pero sus fines no lo son:
sumar poder económico y político sin límites, valiéndose del juego que nació en
1863, y atrayendo por todos los medios posibles, con colaboración y complicidad
de gobiernos, marcas, medios y personajes públicos, a miles de millones de
consumidores del producto que aun conserva el nombre de fútbol. Porque, aunque
se pretendan hinchas o espectadores, en realidad se trata simplemente de
consumidores, y, como tales, fácilmente manipulables. “La barbarie y lo
desagradable del fútbol, escribía Panzeri en su libro cada día más vigente,
tiene su fuente en el hecho de que el público aún no sabe para qué y por qué se
juega al fútbol. Por eso es permeable a creer que en un partido de fútbol juega
´el país´ o ´la patria´”. La manipulación lleva a que personas que son
indiferentes al padecer ajeno y que no logran concretar objetivos comunes y
trascendentes se envuelvan en la bandera cada cuatro años atacados por una
súbita (y fugaz) fiebre épica al grito de “¡Vamos Argentina!”.
Panzeri
fue un solitario e inquebrantable opositor a la realización del Mundial de 1978
en Argentina. En el país martirizado por la dictadura había otras prioridades,
decía. Fue desoído y denostado. Murió tres semanas antes del comienzo del
torneo. Si hoy viviera, a una semana de Qatar 2022, acaso volvería a morir.
Que duro es ir contra la corriente. A menudo me siento así cuando me siento a escribir mi propio blog, inspirado por tu trayectoria como escritor. Hay temas que me encuentro escribiendo y reescribiendo, porque el mero hecho de mencionarlos pueda resultar antipopular. Buscar que la gente vea más allá del espectáculo, que operen como personas y no como meros consumidores, es arriesgar ser patoteado, criticado o, como se estila hoy, cancelado. Gracias por seguir siendo el vocero de los elefantes que abundan y nadie quiere nombrar.
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