Psicópatas corporativos
Por Sergio Sinay
Son más de los que parecen, están enquistados en las empresas que manejan a los gobiernos y los efectos de sus acciones son devastadores para la sociedad. En estos días el caso VW los puso en el tapete.
Hare se ha dedicado especialmente a estudiar la psicopatía
en general (es célebre su trabajo Sin
conciencia: el inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean) y a
estos especímenes en particular. Tiene sus motivos. Ya en 2002 había detectado
que la mitad de las grandes economías del mundo no correspondían a países, sino
a corporaciones. El porcentaje no ha variado y acaso haya aumentado en favor de
las grandes empresas, que, en definitiva, deciden sobre el destino de naciones
y personas en la era de la economía de mercado.
El porcentaje de psicópatas en los altos cargos de las
corporaciones, advierte Hare, es notablemente superior al de los que existen en
la sociedad en su conjunto. Y sus características emulan y acentúan la de
tantos psicópatas camuflados en el mundo común. Son superficialmente
encantadores, tienen un alto concepto de sus propios merecimientos, son
patológicamente manipuladores, no conocen el remordimiento, resultan emocionalmente
superficiales e insensibles, carecen de empatía y jamás asumen responsabilidad
por las consecuencias de sus acciones y decisiones. En cierto modo con estas
características también se podría crear la categoría del psicópata político y aplicarla a gobernantes y candidatos, ya que
estamos en épocas electorales.
Lo habitual es que estos psicópatas salgan impunes de los
desastres que pueden provocar (y provocan), agrega Hare, y que se lleven
incluso algún premio. Allí están como prueba los altos ejecutivos de Lemman
Brothers y de toda la banca que hundió al mundo en la peor crisis económica en
un siglo (con secuelas de quiebras, suicidios, vidas y futuros destruidos) y no
sólo se reubicaron y siguen libres, sino que, rescatados por los gobiernos que
se postran ante las corporaciones (incluido el de EE.UU.), terminaron cobrando
jugosísimas indemnizaciones y bonos. Su única falla fue haber sido
descubiertos. Por lo demás, cumplieron con su tarea: permitir a las
corporaciones ganar dinero, así sea a costa de la salud y vida de las personas
o del planeta. Para eso los contratan.
Cuando se lee que el nuevo CEO de Volkswagen, Matthias
Müeller (trasladado desde Porsche) ve en esta situación “una oportunidad” para
que la empresa renazca y se fortalezca, mientras otras autoridades de VW echan
la culpa del crimen a “un pequeño grupo”, se entiende por qué Robert Hare
consideró necesario estudiar y dar a conocer las características de la
psicopatía corporativa y sus amenazas y costos para la sociedad.
Cada vez que oímos sobre “responsabilidad social
empresaria”, sobre lo que quieren, piden y esperan los mercados, sobre la
influencia de éstos en decisiones gubernamentales que afectan a países enteros
y millones de vidas, es tiempo de internarse en los estudios de Hare y de
preguntar si nuestros destinos como personas, como ciudadanos, como usuarios
están en manos de psicópatas corporativos. Si es así, también conviene recordar
que el psicópata (de cualquier tipo) no suelta su presa hasta que ésta decide
abandonar su condición de tal, como bien señala Marie-France Irigoyen en El acoso moral. Y en todas las
condiciones que mencioné (persona, ciudadano, usuario), siempre hay algo para
hacer y escapar al papel de presa. Desde no consumir sus productos,
denunciarlos, negarse a jugar con sus reglas, ejercer el derecho de elección. Y
muchas más. O, por el contrario, esperar amodorrados que sus acciones nos
afecten y que entonces sea tarde.