lunes, 23 de enero de 2023

 

Picoteando vidas ajenas

Por Sergio Sinay





 

 

Apenas nació Truman Burbank fue entregado a un matrimonio de actores contratados para desenvolverse como si fueran sus padres. Ellos lo criaron y Burbank creció y vivió una vida feliz, perfecta, sin contratiempos, en una pequeña ciudad suburbana llamada Seahaven en la que todo era armonía y la convivencia entre los habitantes resultaba ideal. Burbank tuvo una familia y desarrolló una eficaz carrera como agente de seguros. Lo que se dice una vida soñada. Y en realidad lo fue, porque el único que ignoraba que aquella existencia no era real y que todo en Seahaven resultaba falso era el propio Truman Burbank. La ciudad en la que vivía era una escenografía de cartón piedra construida bajo una gigantesca cúpula que la aislaba del mundo real. El cielo siempre azul era también escenográfico y el eterno sol un poderoso reflector eléctrico. El reluciente pasto de los jardines, las calles limpias y ordenadas, todo pura apariencia. Los vecinos no vivían allí, eran extras que se cruzaban estratégicamente con Burbank, e incluso la mujer de la que se enamoró y con la que formaría pareja era una actriz que seguía las líneas de un guion.

Durante treinta años todo esto funcionó. Truman Burbank ignorò que era protagonista de un show televisivo, un reality, de un alto rating alimentado por espectadores que seguían día a día y hora a hora la vida de él, que, manipulado desde el primer minuto de su nacimiento, no era una persona, sino un personaje creado para alimentar el consumo de esos espectadores, dispuestos a malgastar incontables horas de sus vidas espiando las peripecias de otro. El creador de ese exitoso espectáculo fue Christof, un productor obsesivo e implacable, dedicado casi por entero a hacer que el mundo ficticio de Burbank funcionara a la perfección y el rating se mantuviera. Lo consiguió durante treinta años, hasta que una serie de imponderables (la vida real es así, aun para quienes se creen demiurgos) puso al protagonista de cara a la verdad.

 

TIEMPO DE REALIDAD

Durante todo ese tiempo Truman fue una marioneta manipulada para satisfacer la avidez de miles de personas dispuestas a devorar como caranchos la vida de un prójimo. Para desesperación de Christof, que no admitía la autonomía y la libertad de su criatura y lo amenazaba con una desvergüenza psicopática, Truman Burbank (como alguna vez lo hizo Frankenstein, el monstruo triste) escapó de Seahaven hacia el mundo real, dispuesto a ser el dueño de su vida. Cuando Christof explicó las razones para haber creado aquel reality dijo: “Estábamos aburridos de ver actores interpretando emociones falsas”. Tanto él como los espectadores querían alimentarse de las emociones reales de una persona real, aunque para eso hubiera que usar a esa persona despojándola de una vida cierta.

Este es argumento de “The Truman Show”, película que el talentoso director australiano Peter Weir (un lúcido analista de fenómenos sociales y colectivos, como demostró en filmes como “La sociedad de los poetas muertos”, “La ola”, “La costa mosquito” y “Testigo en peligro”, entre otras) filmó en 1998, con Jim Carrey en el papel de Truman y Ed Harris en el de Christof. La película habilita reflexiones sobre varios temas. Por ejemplo: la realidad como ilusión, el derecho a una vida propia y autónoma, la manipulación irresponsable que se suele ejercer desde los medios sobre la mente de los espectadores, y la misma irresponsabilidad de esos espectadores cuando se entregan sin espíritu crítico a lo que se les ofrece consumir.

Quizás sea este último tema el que en estos días conecta poderosamente al “El Truman show”, con la realidad contemporánea. Apenas lanzado simultáneamente en varios idiomas y países, cosa que ocurrió viernes 13 de este mes, el libro “En la sombra” se convirtió en el que más ejemplares vendió en un solo día en el mundo de habla inglesa: un millón y medio de copias en 24 horas. También en Argentina centenares de personas corrieron a las librerías para pagar $8.599 por un tomo de 560 páginas en las que el príncipe Harry cuenta en plan bizarro, sin pudor, con agrio rencor, tanto sus propias bajezas (como vanagloriarse haber matado a 25 personas, como si fueran patos en una cacería, en Afganistán) y varios aspectos oscuros y miserables de la realeza de Windsor, de la cual él forma parte y que series como “The Crown” se cuidan de eludir.

 

En simultáneo con este dramón de palacio (y de los sótanos morales de ese palacio) Shakira, cuyas andanzas amorosas parecen ser menos exitosas que sus canciones a juzgar por lo que se conoce y recuerda de ellas, salió a facturar, según propia confesión, poniéndole una letra rudimentaria y una música elemental (con colaboración del pasadiscos Bizarrap, cuyo nombre artístico lo dice todo) a su trifulca post-divorcio con Gerard Piqué, futbolista en larga decadencia y empresario en alza. El despechado monólogo de la cantante colombiana, abundante en rimas simples e infantiles y carente de cualquier asomo de metáfora, devino, como el libro de Harry en otro plano, en avasallante fenómeno internacional que ocupó horas y páginas en medios gráficos y audiovisuales, en redes sociales y, lo más grave de todo, en las mentes y horas de vida de miles de personas que quizás no tienen cuestiones más importantes en su existencia o acaso las tienen y esto les viene de perillas para fugar de ellas.

 

PREGUNTAS EN ESPERA

En el orden local también hay contenedores con abundante desperdicio existencial para quienes tienen la compulsión de husmear en los sótanos y cloacas de vidas ajenas. En su versión de este año el programa “Gran Hermano” (deplorable uso de la categoría que el gran escritor inglés George Orwell creó en su novela “1984” con un significado muy distinto del presente) volvió a conseguir una cuadrilla de voluntarios dispuestos a destriparse emocional y psíquicamente durante las veinticuatro horas de cada día ante la mirada personas que, mientras se convierten en carne de ratting, encuentran un analgésico para el dolor que provoca el vacío existencial.

Probablemente de eso, del vacío existencial extendido como una pandemia de estos tiempos, es de lo que hablan fenómenos como Harry, Shakira y Gran Hermano. La impudicia de unos por desnudar su intimidad, su carencia de espacios interiores sagrados a resguardo de la intromisión ajena, su necesidad de existir solo bajo la mirada del otro, sin importar si esa mirada horada los rincones más oscuros de uno mismo. Y del otro lado la angurria de quienes no soportan explorar sus propias intimidades, preguntarse por sus necesidades, poner al día sus propósitos e interrogarse, al menos una vez, por el sentido de la propia vida. Porque la vida es una, el tiempo transcurre sin detenerse y hay preguntas que se abren ante nosotros desde temprano y se expanden a medida que pasan los años. Preguntas que solo puede responder cada persona y cuyas respuestas no pueden intercambiarse: ¿para qué nací? ¿cuál es la huella que dejaré, en qué y en quiénes? ¿Hará esa huella que el mundo quede, tras mi paso, un poco mejor de cómo lo encontré? Se responde con una manera de vivir, con un modo de honrar el tiempo que nos es concedido. Y la respuesta es una cuestión de responsabilidad individual. No la dará ni Harry, ni Shakira, ni la tropilla de Gran Hermano.

sábado, 14 de enero de 2023

 Pandemia de estupidez

Por Sergio Sinay






Cuando nos repetimos una y otra vez la pregunta “¿Qué nos pasa?”, como si hubiésemos sido atacados por una fuerza, un virus o una bacteria misteriosa que violó nuestra bondad, nuestra inocencia y nuestro derecho a ser los mejores del mundo en todo (una especie de pueblo elegido), deberíamos buscar la respuesta en Carlo María Cipolla. Cuando transgredimos leyes y normas, cuando se suceden accidentes y muertes viales debidas a la ingesta de alcohol y a la violación de velocidades máximas y otras normas, cuando se observan innumerables conductas cotidianas en diferentes escenarios, e incluso cuando se cotejan ordenanzas y dictámenes emanados de dirigentes y gobernantes, cuando nos creemos más astutos que nadie, cuando nos empeñamos vivir en la anomia, el ventajismo, la indiferencia hacia el otro y nos especializamos en hacer una grieta de cualquier tema, cuando elegimos gobernantes sin consultar sus programas (no los tienen) y pensando en beneficiarnos de sus falsas promesas, deberíamos consultar a Carlo María Cipolla.

Carlo María Cipolla (1922-2000) fue un historiador italiano, nacido en Pavia y reconocido internacionalmente por sus trabajos sobre la historia del dinero y del comercio. “Historia de la moneda”, “La declinación económica de los imperios”, “Historia económica de la población mundial” son algunos de los títulos que le granjearon respeto y prestigio. Catedrático en las universidades de Bolonia y Pavia, en Italia, de Berkeley, en California, y de la London School of Economics, en Inglaterra, Cipolla escribió, entre 1973 y 1976, dos ensayos que, en principio, estaban dedicados solamente a sus familiares y allegados. Sin embargo, trascendieron ese círculo íntimo y cada vez más personas querían acceder a ellos. Finalmente fueron publicados en 1988, en un solo tomo titulado “Allegro ma non tropo” (“Alegre, aunque no mucho”). De esos dos ensayos uno adquirió autonomía y vida propia y trajo para Cipolla una fama que excedió largamente a su profesión. Se titula “Las leyes fundamentales de la estupidez humana”.

UNA ORGANIZACIÓN PELIGROSA

Escrito con un estilo claro, asertivo y didáctico, ese breve libro de apenas 89 páginas ofrece una explicación inapelable de cómo funciona una de las características que más dañan a las sociedades, a la convivencia dentro de ellas y a las relaciones humanas en general. Cipolla comienza por afirmar que la humanidad se encuentra en un estado deplorable y que sus desdichas y miserias tienen mucho que ver con el modo estúpido (son sus palabras) en que se viene desempeñando. Hay muchos más estúpidos de lo que se cree, de lo que parece y de lo que sospecha, señala, y los describe como un grupo no organizado, que no tiene jefe, presidente ni estatuto y que, a pesar de ello, logra que los actos de cada miembro contribuya a reforzar la actividad de todos los demás. “Se trata de un grupo más poderoso que la mafia, que el complejo industrial-militar o que la Internacional Comunista”, escribe Cipolla, e intenta con su libro “neutralizar a una de las más oscuras y poderosas fuerzas que impiden el crecimiento del bienestar y de la felicidad humana”.

Las cinco leyes enunciadas por Cipolla son las siguientes: 1º) Se subestima la cantidad de estúpidos en circulación; 2º) Que una persona sea estúpida no excluye que tenga también otras características; 3º) El estúpido perjudica a otros sin obtener ningún beneficio y también se perjudica a sí mismo; 4º) Es siempre un error subestimar a los estúpidos y asociarse a ellos; 5º) El estúpido es el ser más peligroso que existe, más peligroso incluso que el malvado.

Respecto de la primera ley señala que los estúpidos pueden ser las personas menos pensadas, las que parecen racionales e inteligentes, y son capaces de emerger de repente en los lugares y en los momentos menos oportunos. Son muy numerosos, aunque no más que la población humana total.

De la segunda ley apunta que se nace estúpido y que eso no tiene arreglo, es un fenómeno de la Naturaleza, como el color de pelo y de ojos y el grupo sanguíneo. El porcentaje de estúpidos es alto e inalterable y es independiente de la raza o el nivel económico, social y cultural. Abarca toda la pirámide social.

A la tercera ley la llama “ley de oro” y en ella establece cuatro categorías de personas. Los inteligentes, que obtienen beneficios para sí y hacen ganar a los demás. Los malvados, que obtienen ganancias para ellos y perjudican a los otros. Los incautos, que se perjudican ellos mientras hacen ganar a los demás. Y los estúpidos, que no solo se damnifican a sí mismos, sino a todo el conjunto. Insiste en que estos son los más numerosos y en que proliferan por la ausencia de respeto a los valores de la conducta cívica.

ESTÚPIDOS Y COHERENTES

La cuarta ley apunta que olvidar el alto costo que significa tratar con estúpidos hace que se los subestime, que se crea que son menos estúpidos de lo que son, que sean menos de lo real y que se sufran ingentes perjuicios debido a esa relación. El estúpido nunca sabe que lo es y quien quiera obtener algún beneficio tratando con estúpidos cometerá un grave error y solo cosechará perjuicios.

La quinta ley considera al estúpido como una persona muy coherente, porque, a diferencia de los no estúpidos (que según Cipolla son menos) nunca cambia y se mantiene fiel a sí mismo. Jamás se dará cuenta de que es estúpido y no habrá en él ninguna modificación, cosa posible en las personas que discurren. Por este motivo los estúpidos, según el historiador italiano, son las personas más peligrosas que existen. Dentro de esta categoría se encuentran los súper estúpidos, aquellos que “con sus inverosímiles acciones no solo causan daños a otras personas sino también a sí mismos” señala Cipolla.

Las leyes enunciadas con enorme perspicacia y agudeza por el profesor Carlo Cipolla se cumplen una y otra vez en nuestra sociedad. La comprobación duele, pero permite entender mucho de lo que nos pasa y es una convocatoria a la unión de los que Cipolla describe como inteligentes.