lunes, 30 de marzo de 2015

¿TRABAJAR PARA VIVIR DE QUÉ MANERA?

Por Sergio Sinay


(Algunas ideas que he desarrollado extensamente en mi libro ¿Para qué trabajamos?)


 Una de las razones que nos llevan a trabajar es la necesidad de subsistir. Y esa es la respuesta instantánea a la pregunta ¿para qué trabajamos? Pero a la respuesta inmediata le sigue una nueva pregunta: ¿para vivir cómo? Si concebimos la vida sólo como pasarla bien, comer, dormir y reproducirnos, no habremos superado el nivel biológico y el de ciertas funciones  psíquicas cumplidas.  Sin embargo, nuestra dimensión humana (que trae implícita la pregunta por el sentido de nuestra vida) nos pide otra forma de estar en el mundo, con responsabilidad ante él, responsabilidad que se manifiesta ante el otro, el semejante, el prójimo. El sentido de una vida puede manifestarse en el tipo de vínculos que creamos, en el modo en que expresamos nuestros valores, en las maneras en que podemos ir más allá del sufrimiento y encontrarle una razón, y, también, en las tareas y labores a las que nos abocamos.

Trabajar para satisfacer necesidades primarias y, luego, una serie infinita de deseos siempre secundarios (aunque parezcan trascendentes), puede llevarnos a caer en una trampa. La de empezar trabajando para vivir y terminar viviendo para trabajar. Un círculo vicioso en el cual el trabajo no es fuente de sentido sino de angustia, ansiedad y compulsión.  En principio necesitamos trabajar para transformar. Somos transformadores del mundo que recibimos. El trabajo ocupa mucho espacio en nuestra vida, por eso es importante volcar en él valores y dones (aun en las tareas más grises es posible aportar eso que nos hace únicos y que traemos para el mundo). Poner lo que somos en lo que hacemos nos protege del automatismo, de la sensación de sinsentido. Se trata de dignificar el trabajo haciendo de él algo más que un medio para subsistir primero y consumir después. Cuando termina en eso no importa lo mucho que nos dé materialmente, siempre se vivirá con más agobio que gozo, con más insatisfacción espiritual que celebración vital. Quien va en busca de sentido, integra el trabajo a la vida, y no limita la vida al trabajo.

domingo, 29 de marzo de 2015

La gente, esa falacia

Por Sergio Sinay

(Columna publicada en el diario Perfil, 29/3/15)


Hay que tener cuidado con los candidatos que prometen “escuchar a la gente”, “hacer lo que pide la gente”, “darle a la gente lo que necesita” y otras abstracciones por el estilo. Son ilusionistas, y sus palabras son falacias. ¿Quién es “la gente”? Hay gente honesta y deshonesta, sincera y mentirosa, trabajadora y ventajera, violenta y pacífica, discriminadora y tolerante, gente que cumple con la ley y gente que la evade, gente solidaria y egoísta, confiable y manipuladora, ingenua y psicópata, rica y pobre. Las opciones posibles de “gente” son interminables. Decir “la gente” es decir nadie, es emular al tero poniendo el huevo en un lugar y cantando en otro, en este caso con un canto vacío o falso.
Resulta legítimo sospechar que quien hará lo que “la gente” pida, no tiene un programa cierto y consistente para ofrecer a la ciudadanía. Y es riesgosa. La “gente” puede pedir cosas imposibles, inmorales, contradictorias entre sí. ¿El candidato tiene un programa que pueda exhibir, desplegar y sostener con argumentos que no se desplomen ante la primera refutación? Sería muy útil y necesario saber qué proyecto de sociedad tiene quien se llena la boca con “la gente”, porque quizás llevar adelante ese proyecto requiera proponerle a esa “gente” cosas poco agradables de escuchar, quizás haya que proponer sacrificios, convocar a resignaciones y postergaciones, como cuando Churchill prometió solamente “sangre, sudor y lágrimas” a cambio de un futuro incierto. También sería importante saber, de boca de ellos, qué es lo que no podrán hacer aunque “le gente” lo espere o lo desee, y por qué no podrán.
“La gente” que los candidatos invocan es algo virtual e intangible. Pareciera que hablan de un cuerpo homogéneo, sin matices, sin fragmentaciones, sin diversidad. Es una típica idea populista (vestido de naranja, de amarillo o de grises ambiguos el populismo se impone), para la cual los individuos no existen, el pensamiento autónomo de las personas tampoco y las diferencias de propósitos mucho menos. Entre “la gente” no hay rostros definidos, necesidades distintas, metas que necesitan herramientas y tiempos diversos. Es una suerte de manada sin voz propia (los candidatos ventrílocuos la remplazan), un “pueblo” bondadoso, inocente, trabajador, indiferenciado, que solo añora recuperar un paraíso perdido o acceder por primera vez al edén gracias a ese candidato al que entrega su destino.
Gente, mercado, público, audiencia, hinchada, fanaticada, pueblo, grey, electorado son conceptos que definen espacios inciertos, indefinidos y a veces improbables, en los que no hay personas (se cuentan cabezas, como con el ganado, porcentajes, “likes”, puntos de rating). Y donde no hay personas no hay responsabilidad, ya que esta es solamente individual y se diluye en las multitudes. Meterse en la manada, hacer lo que hacen todos, tercerizar el pensamiento, las decisiones, las respuestas a las circunstancias de la vida, dejándolos en manos de un gurú, un ídolo, un rico, un famoso, un manosanta, un falso mesías o un candidato es una manera cierta (y común) de ejercer la irresponsabilidad respecto de los propios actos y las propias elecciones. Y también de sus consecuencias.

Los candidatos que se regodean con “la gente” debieran recordarlo. “La gente” llena una plaza para vivar a Galtieri y dos meses después la llena otra vez para pedir su cabeza. “La gente” no tiene lealtades sino conveniencias e impulsos momentáneos. Quizás por eso los candidatos la mencionan tanto. Porque ellos actúan igual. Mientras tanto, quienes aún se sienten personas, individuos, ciudadanos, y actúan como tales, siguen esperando a conocer programas, a escuchar voces que los respeten como tales, que abran un diálogo hacia un futuro hecho de diversidades, de dificultades a resolver, de opciones a explorar. De tareas y deberes concretos. Esperan un candidato que, fuera del marketing, los vea como personas (y no como un rebaño). El individuo, el ciudadano que se percibe como tal sabe que quien habla de “la gente” no le habla a él.