domingo, 27 de noviembre de 2022

 

El lado B de Qatar

Por Sergio Sinay




 

 

La pelota no se mancha, declamó alguna vez Diego Maradona. Pero la pelota hace tiempo que está embarrada y cubierta de manchas indelebles, hechas de sobornos, partidos arreglados, campeonatos con ganadores predeterminados, arbitrajes de aberrante parcialidad y barras bravas vinculadas al narcotráfico, la prostitución y la servicial violencia política antes que al inexistente amor por sus clubes. El presente Mundial de Qatar pone máculas del fútbol a la vista de manera inocultable, aun cuando sean muchos los que se nieguen a verlas o intenten ocultarlas de manera hipócrita e impúdica. Dicho esto por un futbolero de toda la vida.

Como en cada Mundial o en cada Olimpíada, también en este se inició, desde el momento de la designación de la sede, un vasto y apabullante operativo de mercadeo, publicidad, transacciones políticas, planes económicos y manipulación de mentes que cubre todos los rincones del planeta. En este caso coordinado por la FIFA, una gigantesca corporación que incluye casi tantos o más países que las Naciones Unidas, que se maneja con leyes propias, las que en muchos casos se sobreponen a las de los países miembros o directamente las desconocen, y cuyas actividades, escudándose en lo deportivo, trasuntan tintes cuasi mafiosos.

 

VIEJOS Y NUEVOS LAVADOS

Esta copa deja en claro lo que significa el sportswashing, palabra instalada desde el periodismo inglés que puede traducirse como “lavado de cara a través del deporte”. Un procedimiento por el cual países y personas (políticos, presidentes, deportistas, empresarios, personajes del mundo del espectáculo, etcétera) usan eventos deportivos para borrar de la memoria de la opinión pública aspectos o actividades aberrantes. Se trata de usar deportes masivos (fútbol a la cabeza, básquet, boxeo, automovilismo, ciclismo) o de llevar a la masividad a deportes de público más restringido (como el polo, el hockey, el rugby) para ampliar los mercados y campos de operaciones y obtener multitudinarios testigos para el blanqueo de imagen.

El sportswashing no nació ahora, tiene antecedentes y ejemplos importantes en la era moderna. Quizás el más notable sean los Juegos Olímpicos de Berlín en 1938, cuando el nazismo estaba en su apogeo y, con todas sus siniestras características a la vista, se encaminaba a desatar, un año más tarde, la Segunda Guerra, en la que murieron más de 60 millones de personas y el horror alcanzó su cumbre. De ahí en más abundan los ejemplos, y basta con citar unos pocos: México con las Olimpiadas de 1968, Argentina con el Mundial 1978, el Mundial de Rusia 2018, el Mundial de básquet en China 2019, el de 1978 en Filipinas (bajo el yugo de Ferdinando Marcos), la pelea entre Muhammad Alí y Joe Frazier en 1975, también en Filipinas bajo Marcos, el Mundial de 1934 en la Italia de Mussolini, los numerosos grandes premios de Fórmula Uno que se corrieron y se siguen corriendo en países que no respetan derechos humanos ni reglas democráticas, otro tanto ocurre con torneos de Tenis, los Juegos Panamericanos de 1991 en Cuba, etcétera.

 

LAS GRANDES COMPLICIDADES

Qatar es un pequeño reino ubicado en la Península Arábiga. Su superficie es de apenas 11,571 km² y su población de 2.931 millones de personas, según el Banco Mundial. Su actual emir es, desde 2013, el jeque Tamim bin Hamad Al Thani. Él tiene el poder absoluto y no existen partidos políticos. Las mujeres carecen prácticamente de derechos, aunque oficialmente se diga lo contrario, pero no se verifique en la vida cotidiana (tal como ocurre en Dubai y Emiratos Árabes, otros pequeños reinos contiguos, y en Arabia Saudita). La homosexualidad está penada, igual que las relaciones sexuales fuera del matrimonio, y aunque se pretenda que existe la libertad de expresión, esta no tiene donde ni cómo manifestarse. Hasta 1939 este emirato hubiese pasado inadvertido en el globo terráqueo, perdido en el desierto, pero en ese año (el del comienzo de la Guerra) se descubrieron allí fabulosas reservas petrolíferas. No todo es arena en el desierto. Hasta entonces las principales actividades eran la pesca y la búsqueda de perlas. En 1971, cuando la compañía holandesa Shell finalizó su pozo North West Dome 1 (compartido por su extensión con Irán), a la reserva petrolífera se sumó el yacimiento de gas más grande del mundo. Y, además de acceder a la riqueza descomunal que hoy se traduce en construcciones faraónicas (escenográficas, sin uso ni habitantes reales) y en un derroche insultante frente a la pobreza de países del área, Qatar se convirtió en una preciada joya para el Occidente rico y poderoso, que en materia de aprovisionamiento energético es un gigante con pie de barro. Que haya financiado a movimientos terroristas (los mismos que produjeron asesinatos masivos en el propio Occidente), que omita los derechos y el funcionamiento de instituciones democráticas que Europa Occidental venera, que en plena época de masivos movimientos por la equidad de género las mujeres cataríes vivan bajo la tutela masculina (como niñas o como mascotas), pasó inadvertido para el mundo, y  sobre todo para los países, entre ellos los más poderosos del mundo, que, después de la pandemia más que nunca, están aterrorizados por su insuficiencia energética. Mimar a Qatar, callar, fue la consigna de gobiernos y de marcas. También de la mayoría de los protagonistas de la copa, salvo honrosas excepciones, como los planteles de Alemania, Inglaterra y Dinamarca. Y ni hablar de hinchas que solo miran a la pelota y a sus ídolos y hacen caso omiso de todo lo que el Mundial tapa y de los fines últimos a los que sirve.

Como dijo Martín Luther King (1929-1968), el asesinado luchador por los derechos civiles: “Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez consciente”. Dolorosa verdad en tiempos de sportswashing. Así se oculta cómo los ídolos, entre ellos Lionel Messi con sus contratos millonarios (incluido uno fabuloso en dólares para encabezar el lavado de cara de Arabia Saudita), entran en transacciones con marcas que fueron denunciadas por apelar al trabajo esclavo y al trabajo infantil, y callan (con lo poderosas que podrían ser sus voces) ante la oscuridad que se extiende más allá de los lujosos estadios en donde el show eclispsa a indignantes realidades. El 7 de abril de 2022 se podía en un informe de Amnistía Internacional: “Cada vez más, muchos gobiernos tratan de ocultar las atrocidades que se cometen en sus países organizando competiciones, patrocinando o comprando equipos que limpien su imagen. Denunciamos esta práctica que intenta tapar las violaciones de derechos humanos detrás de los valores y la fascinación que provoca el deporte en todo el mundo”.

domingo, 13 de noviembre de 2022

 

Dante y el infierno mundial

Por Sergio Sinay




 

 

Hubiera cumplido 101 años el pasado 5 de noviembre. Pero murió a los 57 años, el 14 de abril de 1978. Nació en Las Varillas, Córdoba, se inició como periodista en el diario “La Voz”, de San Justo, cuando era adolescente y había abandonado sus estudios en sexto grado para ayudar a su familia. Soñaba con escribir en “El Gráfico” y lo logró a los 21 años, recomendado por un legendario wing de Racing y de la selección nacional: Enrique “el Chueco” García. Fue redactor de esa revista inigualable, con la que muchos aprendieron a leer, otros tantos a ver el fútbol y, quizás, algunos a escribir, así de extraordinarios eran los textos de varios periodistas que la habitaron, entre otros Osvaldo Ardizzone, Ernesto Lazzati o Pepe Peña. Dante Panzeri, de él se trata, la abandonó luego de veinte años de trabajar en ella, los últimos tres como director. Hombre de principios morales inoxidables, que certificaba con su conducta, de una cultura sólida que forjó como autodidacta, y de una escritura siempre inspirada e iluminadora que hacía de cada palabra una gema, Panzeri renunció a “El Gráfico” cuando, por intereses políticos, le quisieron imponer la publicación de una nota con la que no estaba de acuerdo. Pero no renunció a sus convicciones ni al ejercicio de la profesión que amaba y honraba. Su estilo combativo, didáctico, de vasta riqueza idiomática y sólidos argumentos, se desplegó, hasta su muerte, en diversos medios, entre ellos este diario.

 

EL JUEGO DEVALUADO

Es oportuno convocar a Dante Panzeri a una semana del inicio de uno de los mundiales más cuestionables de la historia del fútbol. En 1967 ese entrañable y justificado cascarrabias publicó “Fútbol, dinámica de lo impensado”, un clásico insuperado y posiblemente insuperable para entender las razones de este fenómeno deportivo y social que trasciende épocas, idiomas, fronteras e ideologías. Con una lucidez que encandila, una profundidad abismal y una escritura exquisita Panzeri ilumina hasta los últimos intersticios de este juego que nació oficialmente en Inglaterra el 26 de octubre de 1863 a partir de una escisión producida en la Asociación que regía al rugby. “El fútbol es el más hermoso juego que haya concebido el hombre, escribe Panzeri en su libro, y como concepción de juego es la más perfecta introducción al hombre en la lección de la vida cooperativista”.

El libro es un canto a la creatividad humana, es una celebración del pensamiento estratégico (capaz de ver en perspectiva, más allá de las narices), y del táctico (que apela a recursos a veces insospechados para resolver en lo inmediato), es un homenaje a las potencialidades físicas y psíquicas que, en distintas proporciones, se combinan de una manera única e irrepetible en cada ser humano. Todo eso puesto de manifiesto en esa ceremonia ritual que condensa en 90 minutos el drama y la tragedia, la esperanza y el dolor, la agonía y la resurrección. Una ceremonia en la que, para bien o para mal, para mejor o para peor, ningún protagonista es prescindible y en la que cada uno es parte de un todo mayor que la suma de las partes, aun cuando una de estas resulte más destacable que otras. Cada línea del libro de Panzeri demuele la charlatanería tóxica que, hoy más que nunca (en la medida en que aumentan los charlatanes), envenena la atmósfera futbolística. Y rescata los fundamentos intrínsecos, cada día más ignorados por legos y por pretendidos “especialistas”, de este juego. Al hacerlo permite comprender por qué convoca como convoca y por qué es el más democrático de los deportes, el que menos exige de sus practicantes (no hay requisitos de altura, de peso, de posición económica, de orígenes, de cultura, de edad y hoy ni siquiera de sexos) y el que más les devuelve.

De cara al inicio del mundial de Qatar y en la atmósfera viciada de patrioterismo de ocasión, de oportunismo de todo tipo (político incluido) y de las publicidades desvergonzada y patéticamente interesadas con que las marcas intentan pescar consumidores afiebrados por la ansiedad ante el evento, resuenan las palabras con las que Panzeri denuncia “la abundante dialéctica comercializante del fútbol como industria del espectáculo”. Los miles de millones de dólares que se mueven en torno de un mundial y nada tienen que ver con el juego en sí y mucho con diferentes negocios lícitos e ilícitos (televisión, alcohol, electrónica, turismo, hotelería, gastronomía, indumentaria deportiva, cable, prostitución, narcotráfico, etcétera) confirman esas palabras.

 

LA GRAN CORPORACIÓN

Desarraigado de sus orígenes y de su esencia el futbol es hoy ante todo un negocio en el que el fin justifica los medios. Y el fin son las ganancias económicas, la rentabilidad. Que el país en el que se juega este mundial tenga un pésimo récord en materia de derechos humanos, que haya sido refugio y fuente económica de grupos terroristas, que las mujeres estén reducidas a un servilismo arcaico les ha importado poco a los países participantes y a quienes van a concurrir para “alentar” y lo harán a precios obscenamente desmesurados en un mundo en el que, en pleno siglo veintiuno, el hambre, la pobreza y la desigualdad son lacras extendidas ante la indiferencia mayoritaria. Que hasta 2020 hayan muerto unos 6500 trabajadores migrantes llegados desde Nepal, Sri Lanka, India, Bangladesh y Pakistán para construir los estadios (datos de una investigación del diario inglés “The Guardian”), poco importa, el show debe seguir. Debe realizarse, aunque organizaciones internacionales dedicadas al derecho laboral calculen que, desde el comienzo de las obras, en 2010, murieron 12 trabajadores por semana. “Existe una falta real de transparencia en torno a estas muertes”, advirtió Amnistía Internacional.

La FIFA, federación que rige el negocio futbolístico en todo el planeta, es una corporación hermética, con leyes propias que en muchos casos están por encima de las leyes nacionales. Su funcionamiento es oscuro, pero sus fines no lo son: sumar poder económico y político sin límites, valiéndose del juego que nació en 1863, y atrayendo por todos los medios posibles, con colaboración y complicidad de gobiernos, marcas, medios y personajes públicos, a miles de millones de consumidores del producto que aun conserva el nombre de fútbol. Porque, aunque se pretendan hinchas o espectadores, en realidad se trata simplemente de consumidores, y, como tales, fácilmente manipulables. “La barbarie y lo desagradable del fútbol, escribía Panzeri en su libro cada día más vigente, tiene su fuente en el hecho de que el público aún no sabe para qué y por qué se juega al fútbol. Por eso es permeable a creer que en un partido de fútbol juega ´el país´ o ´la patria´”. La manipulación lleva a que personas que son indiferentes al padecer ajeno y que no logran concretar objetivos comunes y trascendentes se envuelvan en la bandera cada cuatro años atacados por una súbita (y fugaz) fiebre épica al grito de “¡Vamos Argentina!”.

Panzeri fue un solitario e inquebrantable opositor a la realización del Mundial de 1978 en Argentina. En el país martirizado por la dictadura había otras prioridades, decía. Fue desoído y denostado. Murió tres semanas antes del comienzo del torneo. Si hoy viviera, a una semana de Qatar 2022, acaso volvería a morir.