viernes, 8 de julio de 2022


Enchinados


Por Sergio Sinay






 

“Fuerte confesión de la China Suárez: a veces lloro”. “La China Suárez hace un tour fotográfico por su baño”. “La China Suárez cambió de novio”. “La China Suárez le dio un beso a Rusherking”. “La China Suárez se cambió el color de pelo”. “La China Suárez estornudó”. Todos los días en todas las versiones on line e impresas de los diarios argentinos (incluso los que se dicen serios) es infaltable la China Suárez. De inmediato las “noticias” acerca de ella son levantadas en programas de radio que parecen una reunión de gente en un bar y por programas de televisión que son un homenaje al chisme y la banalidad. Y aunque las cruciales experiencias existenciales de Wanda Nara (inaugura una mansión de fin de semana, se cambia el esmalte de uñas, le espía el teléfono a Mauro Icardi, pide pizza por delivery) no son para menos, justo es reconocerlo, hay algún día en el que su nombre y sus andanzas no aparecen.

Esto ocurre en un país desquiciado, sin moneda, con vacío de poder, con un presidente apenas nominal, en el que día a día la vida se hace más precaria y el futuro asoma como un túnel oscuro y sin salida. Cuando la decadencia es terminal, inunda todos los ámbitos de la sociedad. Este es el periodismo de un país en esas condiciones. Una profesión depredada por operadores de todo tipo (político, económico, deportivo, farandulesco), en la que ayudar a entender y a reflexionar, en la que informar de buena fe y con fuentes e investigación sustentable es, cada vez más, un imposible, salvo escasísimas excepciones, y en la que honrar y cuidar el uso de la palabra (sea oral o escrita) es una experiencia lejana y ajena. Tan lejana que, en lo personal, me provoca un profundo dolor y una honda indignación. No era para esto que, en mi generación, tantos de nosotros habíamos abordado este, que supo ser arte y oficio.


¿Por qué no habría de ser la China Suárez una noticia de cada día, entonces? Hay que seguir insistiendo con las peripecias nimias de este personaje hasta que se naturalice su presencia, y el día en que no nos cuenten cómo durmió, qué comió, quién es su nueva y fugaz pareja o con quién se peleó, sintamos que nos falta algo, que hay un agujero en nuestras vidas, que nos sacaron la asistencia respiratoria que nos mantenía vivos en esta atmósfera tóxica.    


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