lunes, 4 de mayo de 2020

Crónicas de la peste (11)

El porvenir de nuestro futuro

Por Sergio Sinay



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 En un futuro próximo la pandemia habrá sido superada. En un futuro próximo no habrá cuarentena. Desde ya que decir “futuro próximo” es una tautología (repetición innecesaria de una misma idea). El futuro siempre es próximo, en todo caso varía el grado de proximidad. Acaso la proximidad del final de la pandemia y de la cuarentena no sea tan cercana como algunos desean ni tan lejana como otros temen. Lo cierto es que el futuro está allí, porque en la línea del tiempo, forma parte de una secuencia lógica, que completan el pasado y el presente.

En este presente tan extraño y complejo se ha instalado una idea respecto del futuro. Casi una muletilla, que se repite automáticamente. Y dice que el mundo no será el mismo después de esto que estamos viviendo. Que ya nada será igual en el futuro. ¿Qué porvenir nos espera, entonces? Porque, como bien explica el antropólogo francés Marc Augé, futuro y porvenir no son la misma cosa, aunque se los suela usar como sinónimos. En su ensayo titulado “Futuro”, Augé, cuya mirada sobre el acontecer humano es siempre original y aguda, explica que mientras se vive siempre hay futuro, porque este es necesario para la necesidad de nuestra especie de ordenar los eventos en una secuencia cronológica de causas y efectos. En sí, el futuro no es más que un dato en el tiempo. El porvenir, en cambio, define a los eventos que pueblan (o poblarán) el futuro. Por lo tanto, antes que preguntarnos, como usualmente hacemos, qué futuro nos espera, resulta más acertado inquirir cómo será nuestro porvenir. En tanto seres vivos hay futuro para todos, esto es genérico. El porvenir, en cambio, se definirá a partir de nuestras acciones, decisiones y elecciones en ese futuro.

 

MÁS DE UN PORVENIR

Sostiene Augé que el porvenir nunca puede ser colectivo, porque de serlo congela en el tiempo la vida de cada individuo. Es decir que en el futuro (ese escenario temporal que todos compartimos) cada uno construye su porvenir. Por este motivo, aunque exista coincidencia en que el mundo no será igual después del coronavirus, las visiones acerca de cómo será ese mundo difieren según las cosmovisiones, los valores, los recursos psíquicos y emocionales, las creencias y la actitud de cada persona.

Hay quienes ven en el Covid-19 una especie de mensajero divino que vino a castigar la soberbia, el desenfreno, el derroche, el egoísmo y la conducta depredadora de la especie humana. También se le asigna el papel de vengador ecológico, mediante el cual la Naturaleza se estaría tomando una merecida revancha. Otros lo toman como un enemigo invisible y diabólico que tiene las más aviesas intenciones contra los inocentes humanos y al que, por lo tanto, hay que combatir declarándose en guerra, actitud un tanto excesiva si se considera que el virus es solo una molécula de ácido nucleico y que, como tal, no tiene intenciones ni se le puede adjudicar moralidad a sus acciones. Por lo demás, en las guerras se bombardean y destruyen casas, hay que correr a refugios antiaéreos, se pierde todo rastro de seres queridos, no hay alimentos, se olvidan normas elementales de convivencia, se toman prisioneros, se violan mujeres. Quienes hablan de guerra pasan por alto estas cuestiones y hacen de la cuarentena y la pandemia un alimento para un odio o un resentimiento que probablemente tenga al virus como excusa para emerger, pero no sea su causa.

Para el primero de los grupos aquí nombrados el futuro debería encontrar a la humanidad en un proceso de redención, a partir del cual todos seríamos más buenos, justos, compasivos, solidarios y ecológicamente conscientes. Para los del segundo grupo habría que vencer en esta guerra para poder retomar nuestras vidas en donde las habíamos dejado. O sea, en el punto en el que los egoístas volverán a su egoísmo (que posiblemente no abandonaron durante la cuarentena), los indiferentes a su indiferencia, los injustos a la injusticia. Como en “Fiesta”, la canción de Joan Manuel Serrat, “con la resaca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza (…) Por una noche se olvidó que cada uno es cada cual”.

Quizás ambos estén equivocados y en medio de la gran incertidumbre que nos envuelve lo único cierto sea que el mundo no resultará el mismo, aunque nadie sepa cómo será. Aunque quizás sí pueda afirmarse algo. El mundo será más pobre. Esto en cuanto a lo material. Se habrán perdido empleos y fuentes de trabajo en una dimensión desconocida. Las semejanzas que se quieran encontrar en el pasado serán siempre discutibles, porque los desastres económicos, sanitarios y sociales que ocurrieron en la historia (como el crack del 29, la peste negra en la Edad Media, la gripe española de 1918, y otros) acontecieron en un planeta mucho menos poblado y nada globalizado. Hoy la Tierra tiene más de 7.200 millones de habitantes y la globalización no solo facilita la viralización inmediata y masiva de las noticias falsas, la intolerancia, los insultos, la descalificación y el terrorismo de mercado, sino también de las enfermedades. Se da la curiosa paradoja de que el momento más desarrollado tecnológica, científica y económicamente de la historia humana es el que encuentra a la especie más frágil y vulnerable que nunca.

 

EL MUNDO COMO RESPONSABILIDAD

Esa vulnerabilidad y esa fragilidad habilitan e impulsan un gran desafío. ¿Cómo hacer que un mundo materialmente más pobre se convierta en un mundo espiritual y emocionalmente más rico? La respuesta no requiere grandes recursos económicos ni tecnológicos, pero sí poderosas herramientas morales y una alta dosis de inteligencia emocional. Cuantas más personas estén dispuestas a vivir cooperativamente, a entender que el otro no es una cifra ni un instrumento para ser usado, sino un fin en sí mismo, mejor y más habitable será ese mundo. Cuantas más personas pongan el acento en el ser que en el tener (parafraseando al gran pensador alemán Erich Fromm) y pongan atención a sus relaciones antes que a sus posesiones, ese mundo será emocionalmente mucho más ecológico. Cuantas más personas lleven sus valores a la vida diaria y nos los dejen solo en palabras y declaraciones, más riqueza moral habrá en ese mundo.

Quien dice “mundo” enuncia una abstracción. “Mundo” empieza a significar algo a partir de las personas que lo crean y lo habitan. El planeta no es nuestra creación, pero el mundo sí lo es, porque se trata de una construcción humana que toma al planeta como escenario. Las acciones, elecciones, decisiones y actitudes de cada uno definirán cómo será el mundo de ahora en más, del mismo modo en que lo definieron antes de hoy. Aquí aplica un nuevo refrán: dime cómo es el mundo en el que quieres vivir y empieza a construirlo ya mismo con tu manera de existir, de actuar y de vincularte. Es así, diría Marc Augé, cómo se delinea al porvenir. El futuro es ajeno a nuestra voluntad, mientras vivimos está delante de nosotros. Del mismo modo en que, mientras vivimos, nuestra sangre circula ajena a nuestra voluntad. Pero el porvenir será consecuencia de nuestras acciones. El mundo no será el mismo después de la pandemia. Y cada uno decidirá cómo es mientras forja su provenir.

3 comentarios:

  1. Hermoso mensaje!!! Por un porvenir dónde prevalezca el ser y el no tener!! Gracias por tus palabras!!!

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  2. Gracias! Siempre tan claras sus palabras!

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  3. Sergio. Hoy justamente volvía a leer uno de tus tantos libros ¿ para que trabajamos? Y sorpresivamente me encuentro con tú columna, definitivamente clara. El ser y el tener. Definitivamente quiero un porvenir donde la igualdad , la tolerancia y fundamentalmente la congruencia entre lo que digo, siento y hago sea lo mismo. Sea lo mío. Soy quien soy y quien pienso. Sergio hace mucho no te leí por acá. Te mando un fuerte abrazo y soy feliz de saber que somos contemporáneos y te puedo leer me puedes leer.

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