Crónicas de
la peste (11)
El porvenir de nuestro futuro
Por
Sergio Sinay
En un
futuro próximo la pandemia habrá sido superada. En un futuro próximo no habrá
cuarentena. Desde ya que decir “futuro próximo” es una tautología (repetición
innecesaria de una misma idea). El futuro siempre es próximo, en todo caso varía
el grado de proximidad. Acaso la proximidad del final de la pandemia y de la
cuarentena no sea tan cercana como algunos desean ni tan lejana como otros
temen. Lo cierto es que el futuro está allí, porque en la línea del tiempo,
forma parte de una secuencia lógica, que completan el pasado y el presente.
En este presente tan extraño y complejo se ha
instalado una idea respecto del futuro. Casi una muletilla, que se repite
automáticamente. Y dice que el mundo no será el mismo después de esto que
estamos viviendo. Que ya nada será igual en el futuro. ¿Qué porvenir nos
espera, entonces? Porque, como bien explica el antropólogo francés Marc Augé,
futuro y porvenir no son la misma cosa, aunque se los suela usar como
sinónimos. En su ensayo titulado “Futuro”, Augé, cuya mirada sobre el acontecer
humano es siempre original y aguda, explica que mientras se vive siempre hay
futuro, porque este es necesario para la necesidad de nuestra especie de
ordenar los eventos en una secuencia cronológica de causas y efectos. En sí, el
futuro no es más que un dato en el tiempo. El porvenir, en cambio, define a los
eventos que pueblan (o poblarán) el futuro. Por lo tanto, antes que
preguntarnos, como usualmente hacemos, qué futuro nos espera, resulta más
acertado inquirir cómo será nuestro porvenir. En tanto seres vivos hay futuro
para todos, esto es genérico. El porvenir, en cambio, se definirá a partir de
nuestras acciones, decisiones y elecciones en ese futuro.
MÁS DE UN PORVENIR
Sostiene Augé que el porvenir nunca puede ser
colectivo, porque de serlo congela en el tiempo la vida de cada individuo. Es
decir que en el futuro (ese escenario temporal que todos compartimos) cada uno
construye su porvenir. Por este motivo, aunque exista coincidencia en que el
mundo no será igual después del coronavirus, las visiones acerca de cómo será
ese mundo difieren según las cosmovisiones, los valores, los recursos psíquicos
y emocionales, las creencias y la actitud de cada persona.
Hay quienes ven en el Covid-19 una especie de
mensajero divino que vino a castigar la soberbia, el desenfreno, el derroche,
el egoísmo y la conducta depredadora de la especie humana. También se le asigna
el papel de vengador ecológico, mediante el cual la Naturaleza se estaría
tomando una merecida revancha. Otros lo toman como un enemigo invisible y
diabólico que tiene las más aviesas intenciones contra los inocentes humanos y
al que, por lo tanto, hay que combatir declarándose en guerra, actitud un tanto
excesiva si se considera que el virus es solo una molécula de ácido nucleico y que,
como tal, no tiene intenciones ni se le puede adjudicar moralidad a sus
acciones. Por lo demás, en las guerras se bombardean y destruyen casas, hay que
correr a refugios antiaéreos, se pierde todo rastro de seres queridos, no hay
alimentos, se olvidan normas elementales de convivencia, se toman prisioneros,
se violan mujeres. Quienes hablan de guerra pasan por alto estas cuestiones y
hacen de la cuarentena y la pandemia un alimento para un odio o un
resentimiento que probablemente tenga al virus como excusa para emerger, pero
no sea su causa.
Para el primero de los grupos aquí nombrados el
futuro debería encontrar a la humanidad en un proceso de redención, a partir
del cual todos seríamos más buenos, justos, compasivos, solidarios y
ecológicamente conscientes. Para los del segundo grupo habría que vencer en
esta guerra para poder retomar nuestras vidas en donde las habíamos dejado. O
sea, en el punto en el que los egoístas volverán a su egoísmo (que posiblemente
no abandonaron durante la cuarentena), los indiferentes a su indiferencia, los
injustos a la injusticia. Como en “Fiesta”, la canción de Joan Manuel Serrat, “con
la resaca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza
(…) Por una noche se olvidó que cada uno es cada cual”.
Quizás ambos estén equivocados y en medio de la
gran incertidumbre que nos envuelve lo único cierto sea que el mundo no
resultará el mismo, aunque nadie sepa cómo será. Aunque quizás sí pueda
afirmarse algo. El mundo será más pobre. Esto en cuanto a lo material. Se
habrán perdido empleos y fuentes de trabajo en una dimensión desconocida. Las
semejanzas que se quieran encontrar en el pasado serán siempre discutibles,
porque los desastres económicos, sanitarios y sociales que ocurrieron en la
historia (como el crack del 29, la peste negra en la Edad Media, la gripe
española de 1918, y otros) acontecieron en un planeta mucho menos poblado y nada
globalizado. Hoy la Tierra tiene más de 7.200 millones de habitantes y la
globalización no solo facilita la viralización inmediata y masiva de las
noticias falsas, la intolerancia, los insultos, la descalificación y el
terrorismo de mercado, sino también de las enfermedades. Se da la curiosa
paradoja de que el momento más desarrollado tecnológica, científica y económicamente
de la historia humana es el que encuentra a la especie más frágil y vulnerable
que nunca.
EL MUNDO COMO RESPONSABILIDAD
Esa vulnerabilidad y esa fragilidad habilitan e
impulsan un gran desafío. ¿Cómo hacer que un mundo materialmente más pobre se
convierta en un mundo espiritual y emocionalmente más rico? La respuesta no
requiere grandes recursos económicos ni tecnológicos, pero sí poderosas
herramientas morales y una alta dosis de inteligencia emocional. Cuantas más
personas estén dispuestas a vivir cooperativamente, a entender que el otro no
es una cifra ni un instrumento para ser usado, sino un fin en sí mismo, mejor y
más habitable será ese mundo. Cuantas más personas pongan el acento en el ser
que en el tener (parafraseando al gran pensador alemán Erich Fromm) y pongan atención
a sus relaciones antes que a sus posesiones, ese mundo será emocionalmente
mucho más ecológico. Cuantas más personas lleven sus valores a la vida diaria y
nos los dejen solo en palabras y declaraciones, más riqueza moral habrá en ese
mundo.
Quien dice “mundo” enuncia una abstracción.
“Mundo” empieza a significar algo a partir de las personas que lo crean y lo
habitan. El planeta no es nuestra creación, pero el mundo sí lo es, porque se
trata de una construcción humana que toma al planeta como escenario. Las
acciones, elecciones, decisiones y actitudes de cada uno definirán cómo será el
mundo de ahora en más, del mismo modo en que lo definieron antes de hoy. Aquí
aplica un nuevo refrán: dime cómo es el mundo en el que quieres vivir y empieza
a construirlo ya mismo con tu manera de existir, de actuar y de vincularte. Es
así, diría Marc Augé, cómo se delinea al porvenir. El futuro es ajeno a nuestra
voluntad, mientras vivimos está delante de nosotros. Del mismo modo en que,
mientras vivimos, nuestra sangre circula ajena a nuestra voluntad. Pero el
porvenir será consecuencia de nuestras acciones. El mundo no será el mismo
después de la pandemia. Y cada uno decidirá cómo es mientras forja su provenir.
Hermoso mensaje!!! Por un porvenir dónde prevalezca el ser y el no tener!! Gracias por tus palabras!!!
ResponderBorrarGracias! Siempre tan claras sus palabras!
ResponderBorrarSergio. Hoy justamente volvía a leer uno de tus tantos libros ¿ para que trabajamos? Y sorpresivamente me encuentro con tú columna, definitivamente clara. El ser y el tener. Definitivamente quiero un porvenir donde la igualdad , la tolerancia y fundamentalmente la congruencia entre lo que digo, siento y hago sea lo mismo. Sea lo mío. Soy quien soy y quien pienso. Sergio hace mucho no te leí por acá. Te mando un fuerte abrazo y soy feliz de saber que somos contemporáneos y te puedo leer me puedes leer.
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