viernes, 1 de mayo de 2020


Crónicas de la peste (10)

La política del miedo

Por Sergio Sinay




   La cultura del miedo provoca la política del miedo. Esta contundente afirmación pertenece a Leónidas Donskis, historiador lituano de las ideas y analista social. Donskis y el gran sociólogo y pensador polaco Zygmunt Bauman produjeron juntos dos libros de enorme lucidez y riqueza intelectual, realizados a manera de diálogo epistolar: Maldad líquida y Ceguera moral (al cual pertenece la frase inicial de esta columna). Donskis joven y Bauman ya anciano murieron con diferencia de tres meses, entre septiembre de 2016 el primero y enero de 2017 el segundo, empobreciendo el bagaje de moral e inteligencia de una humanidad ya pobre en estos rubros.
   Que la cultura del miedo provoca la política del miedo quedó claro en estos tiempos de pandemia y cuarentena. Las fuentes del temor humano son tres: la naturaleza y sus fenómenos, nuestro cuerpo y lo que pueda ocurrirle y las reglas y leyes que nos limitan. También las razones que alimentan el miedo continuo son tres: la ignorancia (no saber qué pasará, desconocer las verdaderas causas de lo que pasa), la impotencia ante lo que ocurre y la humillación al advertir que eso que sucede fue provocado por nosotros mismos o que no supimos preverlo. Donskis y Bauman decían esto en 2013, seis años antes del coronavirus. No eran profetas, simplemente radiografiaban con lucidez el estado del mundo contemporáneo. Un mundo en el que a cambio de seguridad (y presas del temor) podemos hipotecar nuestra libertad y nuestros derechos, y en el que mediante la perversa manipulación del miedo se puede controlar hasta nuestra más íntima privacidad. Se llama cuidado al control y a la vigilancia.
   El padre de todos los miedos es, desde siempre, el temor a la muerte. Sabemos de nuestra finitud y huimos de esa certeza por infinidad de puertas falsas: consumismo, hedonismo, egoísmo, indiferencia, intolerancia a lo distinto y al diferente, violencia, discriminación, voracidad. El peor miedo es a pasar por la vida sin dejar huella, sin haber descubierto un sentido en ese tránsito. Huimos, y en esa fuga no dejamos rastro de nuestra existencia. Porque, como decía Víktor Frankl, el sentido de una existencia se plasma cuando vivimos para algo o para alguien.
   Vivir para algo y vivir para alguien podría inspirar otra política. La de la esperanza. Pero esa política necesita de un tipo de líderes morales que hoy están ausentes. Porque mientras el miedo paraliza, induce a esconderse, a callar, a no perturbar a quienes lo provocan, la esperanza moviliza, inspira visiones, impulsa a buscar herramientas y caminos para realizarla. Para la política del miedo bastan el control, el terrorismo informativo, la amenaza de lo que te ocurrirá si te mueves. Para la esperanza se necesita coraje, liderazgo (no es lo mismo liderar que mandar) e inspiración. La esperanza no da garantías, pero mira al porvenir. Abre puertas y ventanas en donde el miedo las cierra. Es más fácil controlar a quien tiene miedo que a quien tiene esperanza. El esperanzado pide instrumentos, abre caminos, obliga a pensar de un modo nuevo. No ignora los riesgos, pero los prefiere a la quietud infinita, tan parecida a la muerte en vida. El esperanzado perturba. Y quienes controlan la política del miedo le temen. Temen que su ignorancia quede en evidencia cuando deban inspirar algo más que miedo.

2 comentarios:

  1. Gracias por seguir dándonos esperanza, cosa que no es fácil en los días que estamos atravesando...

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  2. Agradezco sus reflexiones y las comparto, cuanta carencia de valores y consciencia en el mundo.

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