Crónicas de
la peste (10)
La política del miedo
Por Sergio
Sinay
La cultura del miedo provoca la política del
miedo. Esta contundente afirmación pertenece a Leónidas Donskis, historiador
lituano de las ideas y analista social. Donskis y el gran sociólogo y pensador
polaco Zygmunt Bauman produjeron juntos dos libros de enorme lucidez y riqueza
intelectual, realizados a manera de diálogo epistolar: Maldad líquida y Ceguera
moral (al cual pertenece la frase inicial de esta columna). Donskis joven y
Bauman ya anciano murieron con diferencia de tres meses, entre septiembre de
2016 el primero y enero de 2017 el segundo, empobreciendo el bagaje de moral e
inteligencia de una humanidad ya pobre en estos rubros.
Que la cultura del miedo provoca la política del
miedo quedó claro en estos tiempos de pandemia y cuarentena. Las fuentes del
temor humano son tres: la naturaleza y sus fenómenos, nuestro cuerpo y lo que
pueda ocurrirle y las reglas y leyes que nos limitan. También las razones que
alimentan el miedo continuo son tres: la ignorancia (no saber qué pasará,
desconocer las verdaderas causas de lo que pasa), la impotencia ante lo que
ocurre y la humillación al advertir que eso que sucede fue provocado por
nosotros mismos o que no supimos preverlo. Donskis y Bauman decían esto en
2013, seis años antes del coronavirus. No eran profetas, simplemente
radiografiaban con lucidez el estado del mundo contemporáneo. Un mundo en el
que a cambio de seguridad (y presas del temor) podemos hipotecar nuestra libertad
y nuestros derechos, y en el que mediante la perversa manipulación del miedo se
puede controlar hasta nuestra más íntima privacidad. Se llama cuidado al
control y a la vigilancia.
El padre de todos los miedos es, desde siempre, el
temor a la muerte. Sabemos de nuestra finitud y huimos de esa certeza por infinidad
de puertas falsas: consumismo, hedonismo, egoísmo, indiferencia, intolerancia a
lo distinto y al diferente, violencia, discriminación, voracidad. El peor miedo
es a pasar por la vida sin dejar huella, sin haber descubierto un sentido en
ese tránsito. Huimos, y en esa fuga no dejamos rastro de nuestra existencia.
Porque, como decía Víktor Frankl, el sentido de una existencia se plasma cuando
vivimos para algo o para alguien.
Vivir para algo y vivir para alguien podría
inspirar otra política. La de la esperanza. Pero esa política necesita de un
tipo de líderes morales que hoy están ausentes. Porque mientras el miedo
paraliza, induce a esconderse, a callar, a no perturbar a quienes lo provocan,
la esperanza moviliza, inspira visiones, impulsa a buscar herramientas y
caminos para realizarla. Para la política del miedo bastan el control, el
terrorismo informativo, la amenaza de lo que te ocurrirá si te mueves. Para la
esperanza se necesita coraje, liderazgo (no es lo mismo liderar que mandar) e
inspiración. La esperanza no da garantías, pero mira al porvenir. Abre puertas
y ventanas en donde el miedo las cierra. Es más fácil controlar a quien tiene
miedo que a quien tiene esperanza. El esperanzado pide instrumentos, abre
caminos, obliga a pensar de un modo nuevo. No ignora los riesgos, pero los
prefiere a la quietud infinita, tan parecida a la muerte en vida. El
esperanzado perturba. Y quienes controlan la política del miedo le temen. Temen
que su ignorancia quede en evidencia cuando deban inspirar algo más que miedo.
Gracias por seguir dándonos esperanza, cosa que no es fácil en los días que estamos atravesando...
ResponderBorrarAgradezco sus reflexiones y las comparto, cuanta carencia de valores y consciencia en el mundo.
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