jueves, 28 de mayo de 2015

El gavilán rastrero

Por Sergio Sinay


Recordatorio para viajeros y votantes olvidadizos o desprevenidos

Sin el menor pudor y sin el menor rubor el candidato a Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires por el Frente para la Victoria afirma que, en el caso de acceder al cargo (un fenómeno acaso imposible por vía electoral), haría con la ciudad lo mismo que hizo con Aerolíneas Argentinas. Un viejo dicho sostiene que quien avisa no es traidor. Y él avisa. Aerolíneas Argentinas no presenta balances desde que este candidato ocupa la presidencia de la compañía. Tratándose de la línea estatal el balance es más que nunca una rendición de cuentas ante quienes sostienen la empresa, es decir todos (y todas) los argentinos. Además, devora dos millones de dólares diarios, que son manoteados de la Anses, es decir del dinero que legítima y legalmente pertenece a los jubilados, a quienes se les escamotea sistemáticamente. Aerolíneas Argentinas es, por otra parte, un refugio de “militantes” de la facción a la que pertenece su presidente, quienes engrosan incesantemente la lista de empleados y, en la práctica, resultan becarios sin obligación de prestación alguna, salvo la “militancia”. De acuerdo con la Auditoría General de la Nación, la empresa tiene 33 pilotos para cada avión, cuando de acuerdo con las indicaciones de IATA (organismo que regula la aeronavegación a nivel internacional) el promedio de la mayoría de las compañías del mundo es de 13. Aún así, muchas de las diarias, abundantes y abusivas demoras de sus vuelos se deben a carencia, tardanza o problemas para conseguir o completar la tripulación, según se suele informar (cuando se informa) a los pasajeros, a quienes se les roba repetidamente tiempo y vida (porque el tiempo es vida) con una falta de respeto que ya resulta parte de la cultura de la organización.
Con viento político a favor (soplado desde el pináculo del poder), este paupérrimo gestor jamás logró que AA levante vuelo, lo cual no es obstáculo para que él cobre doble sueldo (por Aerolíneas y por Austral, que también preside, con igual ineficacia). Lo más notorio de la gestión es el enorme gasto en publicidad para general un relato muy al uso de la década corrupta, según el cual la empresa volaría en el mejor de los mundos. Allí nada se dice de cómo niega rampas y rutas a otras aerolíneas hasta convertirse casi en un monopolio que, si debiera competir, perdería en todos los campos. Mientras tanto, boxea con su propia sombra y se declara vencedora. Nada sorprendente en el mundo del relato perverso.

La Auditoria denunció en su momento que la compañía llegó a perder 1000 (mil) millones de dólares en un año y medio (cifra que, como sabemos, y sentimos, se toma de los bolsillos de los ciudadanos) y advirtió que “en cualquier empresa donde se pierden casi 1.000 millones de dólares en un año y medio los accionistas no tardarían ni un segundo en echar a los responsables". En este caso el responsable no solo permanece inmutable en el cargo, sino que aspira a continuar su tarea devastadora ya no con la empresa de bandera solamente, sino también con la entera ciudad de Buenos Aires. Una notable voracidad que, hablando de volar, recuerda a la del gavilán rastrero, un ave rapaz que busca sus presas volando bajo.

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