Vivir en la tribu o vivir en el mundo
Por Sergio Sinay
"Nosotros" contra "ellos", la consigna para vivir en una sociedad al margen de la ley, de la norma y del respeto
En un reciente estudio titulado Moral Tribes: emotion, reason and the gap between us an them (Tribus
morales: emoción, razón y la brecha entre nosotros y ellos) el connotado
neurocientífico y filósofo de Harvard Joshua Greene sostiene que, a esta altura
de la evolución humana, no se ha avanzado más allá de lo tribal y que los
valores morales que invocamos son respetados cuando se aplican a los “nuestros”
pero no a “ellos”. La cooperación, un valor esencial que sacó a los humanos del
egoísmo excluyente del “yo” para conectarlos a la noción de un “nosotros” que
les permitiera sobrevivir, se da esencialmente dentro del grupo de “iguales”,
pero ha avanzado poco en cuanto a crear espacios cooperativos entre grupos
diferentes (y de diferentes). Así podría entenderse, en nuestra sociedad, que
la inclusión, la justicia social, los derechos humanos y hasta la justicia a
secas, a los que se alude desde la cháchara del poder no sean valores
aplicables a la comunidad entera (conteniendo también a quienes piensan
distinto), sino solo a los integrantes de la propia tribu.
Se dirá, y es cierto, que lo mismo es aplicable a la mirada
de los “otros”. Pero no es igual, en cuanto a efectos destructivos para la
sociedad, sesgar la moral desde el poder y con un discurso falaz que hacerlo desde
la llanura. Aun así, el mal es general. La incapacidad de una moral universal
real (tomando en este caso como universo a la sociedad argentina) se ve en los
comportamientos de patotas juveniles, de grupos “militantes”, de barras bravas,
de muchedumbres agrupadas alrededor de ídolos de cualquier actividad, de
familias, de vecindades, etcétera. A nivel mundial se detecta en guerras
tribales, matanzas étnicas, fanatismos religiosos criminales y demás. Todo en
un mundo que estrena día a día nuevos y avanzados trucos tecnológicos y
científicos, pero lo hace mientras mantiene primitivos comportamientos tribales,
impenetrables a una moral universal y trascendente.
La posibilidad de dejar atrás esos comportamientos no es
utópica, dado que los humanos estamos dotados de conciencia, y a partir de ella
de capacidad de elección e, ineludiblemente, de responsabilidad. Podemos salir
de los determinismos y eso nos permite convertirnos en personas (como quería
Hanna Arendt) y alcanzar a vivir vidas con sentido. En el proceso, algunas
sociedades toman la delantera. La nuestra, como en tantas cosas, se hunde en el
cono de sombra. A menos que más conciencias despierten cada día.
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