Política de machos
Por Sergio Sinay
Cuando el machismo se oculta tras apariencias democráticas. Un dato que las elecciones primarias trajeron a la luz
Hay algo que, tras los resultados de las PASO, quedó
inadvertido mientras se reproducían los análisis, las predicciones y las
especulaciones acerca de lo que vendrá. El apoyo de Macri a Rodríguez Larreta
(que demostró su servilismo agradeciendo antes a “Mauricio” que a sus votantes)
y el ninguneo de todo el famoso “equipo” del PRO a Gabriela Michetti (empezando
por María Eugenia Vidal que ni siquiera demostró, aunque fuera para la tribuna,
solidaridad de género) evidenció algo que no aparece en los habituales análisis
de polítólgos y opinólogos: el profundo, enraizado y rancio machismo que sigue
atravesando a la política, se vista del color que se vista (amarillo, naranja o
el que fuera).
Si Macri representara, como se ufana, el “cambio” (?) o la
“nueva política” (?) tenía oportunidad de demostrarlo prescindiendo de
intervenir en un disenso interno de su partido y permitiendo que este se
resolviera democráticamente y no con una fachada de democracia como ocurrió.
Prescindir significaba, entre otras cosas, no poner todo el aparato del
gobierno capitalino (que incluye estructura, materiales y fondos) a favor de su
pupilo. Pero, en cambio, actuó como el macho alfa, al cual las hembras deben rendírsele
(¿cómo es que a una se le ocurrió rebelarse?) y los demás machitos seguir,
obedecer y hasta lisonjear. Más allá de cuotas femeninas en las listas (no hay
cuotas masculinas y no hacen falta) y de algunos cambios cosméticos, la
política sigue siendo un terreno atravesado por una masculinidad rancia,
jerárquica, impiadosa, belicista, en la que no entran conceptos como cuidado,
cooperación, horizontalidad, circularidad, receptividad, sensibilidad, empatía,
concesión, aceptación, reconocimiento o respeto (no confundir con obediencia o
genuflexión). Quien propone otro camino será expulsado o perseguido hasta ser
puesto de espaldas. Y si es una mujer, la descalificación, el desprecio y el
castigo serán mayores, para que aprenda la lección y no vuelva a intentarlo.
¿Qué queda a las mujeres en política? Por ahora, salvo
excepciones especiales, papeles secundarios o, de lo contrario demostrar que
son más machos que los machos (de esto los argentinos podemos dar cátedra).
Adoptar el modo, el lenguaje, las prácticas masculinas y, a lo sumo, vestirlas
con doble dosis de maquillaje o con alguna glamorosa ropa de marca. Aun así, no
estarán a salvo de que se castigue en ellas lo que en varones se perdona (hubo
menos escándalo en Chile por toda la corruptela que rodeó a Piñeira que por el
grosero ventajismo del hijo y la nuera de Bachelet, que ella misma no justificó
sino que criticó). Y si quieren protagonismo deberán ubicarse donde el macho
alfa las mande. Hasta que en nuestro país murió al macho alfa de la última década
su mujer tuvo que esperar turno y obedecer, por mucha testosterona que hoy
exhiba. Hoy Gabriela Michetti (aunque ignoro si ella lo ve en estos términos)
empieza a pagar un largo precio por el atrevimiento de haber tenido una idea
propia en un marco común. Y Lilita Carrió nunca recibirá argumentaciones por
parte de quienes no acuerdan con ella, sino simplemente calificativos como
“loca”, “desbordada”, etcétera. Los hombres, en política jamás corren el riesgo
de recibir estos diagnósticos (tampoco en los negocios). Sí otros, que
corresponden al juego de machos.
Mientras el de la política siga siendo un coto masculino
machista y mientras siga regido por códigos que exigen ser obediente, acatar ciegamente,
robar para la corona (y para sí mismo, de paso), mentir, amenazar, apretar,
desoír, imponer, aventajar, competir, descalificar, “militar” (término que
viene de milicia y guerra) no habrá espacio para mujeres que propongan otra
cosa. Y los hombres que coincidan con ellas serán vistos por los demás varones
como “blandos”, “poco confiables”, “tiernos” o simplemente “maricones”.
Besar un bebé para la foto de campaña, tomar mate con
abuelas, hablar de igualdades que no se cumplen, bailar moviendo las caderas no
hace a un macho alfa de la política menos macho en el peor sentido de la
palabra. Sea del partido que fuere. Hay “progres” machistas y golpeadores, como
los hay entre los conservadores y, desde ya, entre populistas y fascistas (dos
ideologías machistas de nacimiento). No hay que descuidarse, porque los machistas
pueden disfrazarse incluso de ardorosos defensores de la igualdad de género.
Como ocurre con los magos, no hay que mirar la mano que nos muestran, sino la
que ocultan.
Para finalizar y evitar que se saquen conclusiones erróneas:
no voté a los candidatos del PRO, no me interesa un partido cuya visión del
mundo cabe en un metrobus.
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