miércoles, 6 de mayo de 2015

Política de machos

Por Sergio Sinay

Cuando el machismo se oculta tras apariencias democráticas. Un dato que las elecciones primarias trajeron a la luz




Hay algo que, tras los resultados de las PASO, quedó inadvertido mientras se reproducían los análisis, las predicciones y las especulaciones acerca de lo que vendrá. El apoyo de Macri a Rodríguez Larreta (que demostró su servilismo agradeciendo antes a “Mauricio” que a sus votantes) y el ninguneo de todo el famoso “equipo” del PRO a Gabriela Michetti (empezando por María Eugenia Vidal que ni siquiera demostró, aunque fuera para la tribuna, solidaridad de género) evidenció algo que no aparece en los habituales análisis de polítólgos y opinólogos: el profundo, enraizado y rancio machismo que sigue atravesando a la política, se vista del color que se vista (amarillo, naranja o el que fuera).
Si Macri representara, como se ufana, el “cambio” (?) o la “nueva política” (?) tenía oportunidad de demostrarlo prescindiendo de intervenir en un disenso interno de su partido y permitiendo que este se resolviera democráticamente y no con una fachada de democracia como ocurrió. Prescindir significaba, entre otras cosas, no poner todo el aparato del gobierno capitalino (que incluye estructura, materiales y fondos) a favor de su pupilo. Pero, en cambio, actuó como el macho alfa, al cual las hembras deben rendírsele (¿cómo es que a una se le ocurrió rebelarse?) y los demás machitos seguir, obedecer y hasta lisonjear. Más allá de cuotas femeninas en las listas (no hay cuotas masculinas y no hacen falta) y de algunos cambios cosméticos, la política sigue siendo un terreno atravesado por una masculinidad rancia, jerárquica, impiadosa, belicista, en la que no entran conceptos como cuidado, cooperación, horizontalidad, circularidad, receptividad, sensibilidad, empatía, concesión, aceptación, reconocimiento o respeto (no confundir con obediencia o genuflexión). Quien propone otro camino será expulsado o perseguido hasta ser puesto de espaldas. Y si es una mujer, la descalificación, el desprecio y el castigo serán mayores, para que aprenda la lección y no vuelva a intentarlo.
¿Qué queda a las mujeres en política? Por ahora, salvo excepciones especiales, papeles secundarios o, de lo contrario demostrar que son más machos que los machos (de esto los argentinos podemos dar cátedra). Adoptar el modo, el lenguaje, las prácticas masculinas y, a lo sumo, vestirlas con doble dosis de maquillaje o con alguna glamorosa ropa de marca. Aun así, no estarán a salvo de que se castigue en ellas lo que en varones se perdona (hubo menos escándalo en Chile por toda la corruptela que rodeó a Piñeira que por el grosero ventajismo del hijo y la nuera de Bachelet, que ella misma no justificó sino que criticó). Y si quieren protagonismo deberán ubicarse donde el macho alfa las mande. Hasta que en nuestro país murió al macho alfa de la última década su mujer tuvo que esperar turno y obedecer, por mucha testosterona que hoy exhiba. Hoy Gabriela Michetti (aunque ignoro si ella lo ve en estos términos) empieza a pagar un largo precio por el atrevimiento de haber tenido una idea propia en un marco común. Y Lilita Carrió nunca recibirá argumentaciones por parte de quienes no acuerdan con ella, sino simplemente calificativos como “loca”, “desbordada”, etcétera. Los hombres, en política jamás corren el riesgo de recibir estos diagnósticos (tampoco en los negocios). Sí otros, que corresponden al juego de machos.
Mientras el de la política siga siendo un coto masculino machista y mientras siga regido por códigos que exigen ser obediente, acatar ciegamente, robar para la corona (y para sí mismo, de paso), mentir, amenazar, apretar, desoír, imponer, aventajar, competir, descalificar, “militar” (término que viene de milicia y guerra) no habrá espacio para mujeres que propongan otra cosa. Y los hombres que coincidan con ellas serán vistos por los demás varones como “blandos”, “poco confiables”, “tiernos” o simplemente “maricones”.
Besar un bebé para la foto de campaña, tomar mate con abuelas, hablar de igualdades que no se cumplen, bailar moviendo las caderas no hace a un macho alfa de la política menos macho en el peor sentido de la palabra. Sea del partido que fuere. Hay “progres” machistas y golpeadores, como los hay entre los conservadores y, desde ya, entre populistas y fascistas (dos ideologías machistas de nacimiento). No hay que descuidarse, porque los machistas pueden disfrazarse incluso de ardorosos defensores de la igualdad de género. Como ocurre con los magos, no hay que mirar la mano que nos muestran, sino la que ocultan.

Para finalizar y evitar que se saquen conclusiones erróneas: no voté a los candidatos del PRO, no me interesa un partido cuya visión del mundo cabe en un metrobus.

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