Bailando por un voto
Por Sergio Sinay
Despreocupados de la dignidad, los precandidatos van a la televisión y reflejan la decadencia de la sociedad
Con la actitud de animales de circo amaestrados para
ejecutar sus “gracias” en cuanto reciben la señal del adiestrador, y en la
espera de la recompensa (generalmente una golosina, un pedazo de carne o una
palmada en el lomo), los tres precandidatos a presidente con más marketing y
visibilidad corren a exhibirse en la inauguración del ciclo televisivo que
mejor refleja el patético estado de aspiraciones y valores de nuestra sociedad.
Hacen lo que se les pide: bailecitos, chistes tontos, muestran sonrisas de
plástico, hablan de “la gente”, exhiben a sus mujeres (dispuestas a cualquier
cosa por sus machos alfa). Son capaces de bailar en el caño si eso significa un
punto más en las encuestas. Se desesperan por participar en ese programa, de la
misma manera en que huyen de cualquier debate serio, pausado, en el que haya
que articular ideas, desarrollar argumentos, proponer visiones. Son lo que se
ve: banales, superficiales, incultos. Cáscaras moldeadas por asesores de imagen
manipuladores, oportunistas, mercenarios, capaces de aconsejar hoy a una de
estas caretas y mañana a su contraria.
Adentro de esas cáscaras hay una ambición que no reconoce
límites ni condicionamientos morales. La búsqueda de un fin que justifica
cualquier medio. Pueden bailar, mentir, pararse de cabeza, mover la cola, besar
a su peor enemigo, recitar de memoria el más vergonzoso de los textos preparado
por sus publicistas (tan incultos y enemigos del idioma y la sintaxis como
ellos mismos).
Algo los diferencia de los animales del circo. Estos promueven
lástima, compasión, indignación hacia el adiestrador y quienes comercian con
ellos. Esos animales no están allí porque quieren. Son cautivos. Los
precandidatos, en cambio, eligen la indignidad. El adiestrador es tan impune e
inmoral aquí como en el circo. Y en ambos casos el espectáculo existe porque
hay un público que lo acepta, lo aplaude, lo pide y concurre. Solo que lo del
circo es acotado y lo de los precandidatos en el programa más visto de la
televisión argentina no lo es. Refleja las aspiraciones, los intereses, el
nivel de pereza mental y de indiferencia moral de una masa crítica de la
sociedad argentina. Esa masa que, sin distinción de nivel social, económico o
cultural, hace posible la lacra del populismo y la permanente deriva de un país
que hace tiempo decidió desentenderse de su futuro al punto de aceptar no
tenerlo. Todo a cambio de un poco de circo, de tercerizar el pensamiento y de
optar por vivir según conveniencias antes que según valores.
En su extraordinario ensayo “El cerebro aumentado, el hombre
disminuido”, el filósofo y psicólogo argentino Miguel Benasayag (afincado en
Francia desde los años setenta) señala que hoy ya no se aspira a la
trascendencia sino, apenas, a la salud. La salud necesaria, agrego, como para
vivir una vida larga y superficial, vacía de sentido, apenas cómoda, “divertida”,
impregnada hasta el tuétano por el consumismo y el egoísmo. Estos precandidatos
no amenazan a esa vida, la refuerzan. Y el adiestrador que los convocó a su
programa es un experto manipulador de auditorios deseosos de aspirar la nada
como se aspira una droga.
Las sociedades tienen los gobernantes que se les parecen. Y
los precandidatos que les prometen mantener ese parecido. Que siga el baile
(del caño).
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