lunes, 11 de mayo de 2015

Bailando por un voto

Por Sergio Sinay

Despreocupados de la dignidad, los precandidatos van a la televisión y reflejan la decadencia de la sociedad



 


Con la actitud de animales de circo amaestrados para ejecutar sus “gracias” en cuanto reciben la señal del adiestrador, y en la espera de la recompensa (generalmente una golosina, un pedazo de carne o una palmada en el lomo), los tres precandidatos a presidente con más marketing y visibilidad corren a exhibirse en la inauguración del ciclo televisivo que mejor refleja el patético estado de aspiraciones y valores de nuestra sociedad. Hacen lo que se les pide: bailecitos, chistes tontos, muestran sonrisas de plástico, hablan de “la gente”, exhiben a sus mujeres (dispuestas a cualquier cosa por sus machos alfa). Son capaces de bailar en el caño si eso significa un punto más en las encuestas. Se desesperan por participar en ese programa, de la misma manera en que huyen de cualquier debate serio, pausado, en el que haya que articular ideas, desarrollar argumentos, proponer visiones. Son lo que se ve: banales, superficiales, incultos. Cáscaras moldeadas por asesores de imagen manipuladores, oportunistas, mercenarios, capaces de aconsejar hoy a una de estas caretas y mañana a su contraria.
Adentro de esas cáscaras hay una ambición que no reconoce límites ni condicionamientos morales. La búsqueda de un fin que justifica cualquier medio. Pueden bailar, mentir, pararse de cabeza, mover la cola, besar a su peor enemigo, recitar de memoria el más vergonzoso de los textos preparado por sus publicistas (tan incultos y enemigos del idioma y la sintaxis como ellos mismos).
Algo los diferencia de los animales del circo. Estos promueven lástima, compasión, indignación hacia el adiestrador y quienes comercian con ellos. Esos animales no están allí porque quieren. Son cautivos. Los precandidatos, en cambio, eligen la indignidad. El adiestrador es tan impune e inmoral aquí como en el circo. Y en ambos casos el espectáculo existe porque hay un público que lo acepta, lo aplaude, lo pide y concurre. Solo que lo del circo es acotado y lo de los precandidatos en el programa más visto de la televisión argentina no lo es. Refleja las aspiraciones, los intereses, el nivel de pereza mental y de indiferencia moral de una masa crítica de la sociedad argentina. Esa masa que, sin distinción de nivel social, económico o cultural, hace posible la lacra del populismo y la permanente deriva de un país que hace tiempo decidió desentenderse de su futuro al punto de aceptar no tenerlo. Todo a cambio de un poco de circo, de tercerizar el pensamiento y de optar por vivir según conveniencias antes que según valores.
En su extraordinario ensayo “El cerebro aumentado, el hombre disminuido”, el filósofo y psicólogo argentino Miguel Benasayag (afincado en Francia desde los años setenta) señala que hoy ya no se aspira a la trascendencia sino, apenas, a la salud. La salud necesaria, agrego, como para vivir una vida larga y superficial, vacía de sentido, apenas cómoda, “divertida”, impregnada hasta el tuétano por el consumismo y el egoísmo. Estos precandidatos no amenazan a esa vida, la refuerzan. Y el adiestrador que los convocó a su programa es un experto manipulador de auditorios deseosos de aspirar la nada como se aspira una droga.

Las sociedades tienen los gobernantes que se les parecen. Y los precandidatos que les prometen mantener ese parecido. Que siga el baile (del caño).

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