Dos arqueros
Por Sergio Sinay
Cuando el fútbol y la moral se tocan
Albert Camus (1913-1960), profundo y valiente pensador,
autor de El extranjero, El hombre rebelde, La peste, Calígula y
tantas obras esenciales, y uno de los grandes hombres morales del siglo XX,
decía: "Las mejores cosas de mi vida me las enseñó el fútbol". Jugaba
de arquero en su Argelia natal. Otro arquero, en este caso contemporáneo,
llamado Agustín Orión, demostró el jueves en la cancha de Boca, con su compinche
saludo final a la barra brava, que el fútbol también puede enseñar las peores
cosas, las inmorales, las degradantes para la convivencia humana. Pero la culpa
no es del fútbol (antes de que surjan los elitistas y puristas prestos a acusar
a esta práctica “plebeya”), que es un bello juego en el que se conjugan
inteligencia, habilidad, tesón, cooperación, drama, alegría, esperanza, decepción,
imaginación, emoción y tantos de los ingredientes de lo que, en definitiva, es
la vida. Del mismo modo en que la toxicidad y descomposición de la política no
es inherente a ella, o que no es atribuible al arte la banalización y
comercialismo de éste o a la tecnociencia la utilización cada día más
inescrupulosa de sus invenciones.
En todos los casos los responsables son las personas que
intervienen en esas disciplinas con bajeza moral y las que, como público,
hinchada, votantes, consumidores o sociedad en general las alientan y
coparticipan como cómplices con su egoísmo, su oportunismo o su pasividad.
En lo personal, también agradezco al fútbol muchos hermosos
momentos de mi vida, le agradezco amigos cosechados, reencuentros, experiencias
de aprendizaje y de superación. He ido como espectador a decenas de canchas
aquí y en otros países, he jugado como aficionado en tantas otras. Y sufro
profundamente cuando, como el jueves, bandas de descerebrados oportunamente
puestos al servicio de mafias dirigentes y en complicidad con idiotas
disfrazados de hinchas (especie de muertos vivientes) hieren de muerte a esta
maravillosa creación humana. En medio de la humareda de la devastación, en la
noche funeral de la cancha de Boca, las palabras de Camus se oían con claridad,
a pesar de todo. Cuando ya nadie recuerde a Orión, Camus seguirá siendo un faro
encendido.
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