En el país de las excusas
Por Sergio Sinay
Nos ametrallan impunemente con argumentos que distorsionan la realidad. ¿Por qué aceptarlos?
Cuando la responsabilidad agoniza las excusas se reproducen
como plaga. Se disparan como un gatillo fácil. Nos rodean hasta asfixiarnos. Veamos algunas de las que tuvimos que
escuchar últimamente:
Dos jueces favorecen cínicamente a un abusador de menores y
desamparan al chico de 6 años que fue víctima de ese canalla imperdonable. Como
excusa dicen que el chico (¡6 años!) era homosexual. En la oscura mente de
estos jueces un homosexual goza al ser violado. Y como muestra de ignorancia
supina atribuyen sexualidad definida a un niño cuando se sabe que a esa edad
hay órganos sexuales pero no se ha desarrollado la sexualidad (les recomendaría
a estos sombríos magistrados la lectura de la gran Alice Miller, la más sólida
y comprometida estudiosa del abuso infantil en todas sus formas, pero dudo que
la lectura sea parte de sus prácticas). Siguiendo el peregrino argumento de
estos peligrosos impartidores de injusticia se podría llegar a decir que el
hecho de que una mujer tenga vagina habilita que sea violada. O se podría
acusar a la víctima de un asesinato de haberse cruzado en el camino de la bala
que la mató.
Sigamos. Dos chicos mueren en el incendio sospechoso de un
taller clandestino en el que no solo vivían sino que trabajaban como esclavos. El
taller había sido denunciado con todos los datos necesarios para cerrarlo. Pero
la connivencia policial, judicial y gubernamental deja que esos antros de
esclavitud sigan existiendo bajo la excusa (sostenida sotto voce por funcionarios y candidatos a altísimos cargos) de que
cerrarlos dejaría a mucha gente sin trabajo. Con la misma excusa (nunca dicha
de frente, porque la cobardía lo impide) se deja seguir avanzando a mafias como
las de los trapitos, los manteros o los prostíbulos. Además de inmoral, este
argumento permitiría, siguiendo la línea, decir que terminar con las guerras
dejaría sin trabajo a los traficantes de armas y a quienes trabajan en las
fábricas que las producen (por lo tanto mejor es aumentar las guerras para
crear trabajo), que perseguir el robo privaría de empleo a los ladrones, que
terminar con el contrabando fomentaría el desempleo entre contrabandistas. Un
día alguno de los canallas que esgrime estas excusas podría ser nuestro
presidente.
Hay más. Cada vez que el podrido fútbol argentino produce un
nuevo crimen o asesinato, un masivo coro de oportunistas que viven de este
deporte le atribuye el hecho a diez “idiotas” o “loquitos”. De esa manera se
exime a los responsables de la pudrición: dirigentes, gobernantes que manipulan
e intoxican este deporte, los jugadores y sus “códigos”, y los hinchas que
multitudinariamente aplauden a las barras bravas o las avalan con su silencio. Siguiendo
este falaz argumento se podría decir que la corrupción que carcome al país
hasta el hueso es obra de “diez corruptitos”, la inseguridad es producto de “diez
asesinitos”, los 8 mil muertos anuales en rutas donde no se respeta ninguna
norma se deberían a “diez loquitos al volante” y mientras el país entero se
hunde sin remedio en una decadencia de retorno, no habría ningún responsable para
ninguna cuestión y el desmadre podría seguir porque sería siempre obra de diez
tipos que “no nos representan”. Pero ocurre que no son diez y que sí son
exactos representantes de la sociedad.
Todas estas excusas, y tantas más, son las
máscaras de los cobardes. Cada una de ellas sale de la boca de un irresponsable
que no se hace cargo de las consecuencias de sus actos, de un hipócrita incapaz
de argumentar sobre la evasiva que acaba de excretar, de un cínico que habita
en los márgenes de la moral. Y todas estas excusas son posibles por una sola
razón: porque se aceptan.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario