Nuestra
propia distopía
Por
Sergio Sinay
Una
distopía es un relato que imagina un futuro cercano e impreciso en el cual el
mundo tal como lo conocemos se ha transformado en un escenario peor,
pesadillesco. Ya nada es como era, aunque la realidad conserva abundantes
rasgos de lo que nos resultaba familiar. Los protagonistas de las distopías son
habitualmente sobrevivientes dispuestos a mantener esa sobrevida a cualquier
precio. Ya no creen en los antiguos valores porque los consideran inútiles. La
solidaridad y la empatía les suelen parecer pueriles y no vacilarán en matar
(cuando los vemos por primera vez en el relato en general ya lo han hecho) para
seguir vivos en un mundo que ya no ofrece esperanzas. “Mad Max”, “Minority
report”, “V por Vendetta”, “Hijos de los hombres”, “Matrix”, “Blade runner”,
“Doce monos”, “Los juegos del hambre” son algunos ejemplos cinematográficos de
distopías. Las series televisivas “Black Mirror” y “Te walking dead” entran en
la categoría. En la literatura se cuentan “1984”, de George Orwell, “Un mundo
feliz”, de Aldous Huxley, “El cuento de la criada”, de Margaret Atwood,
“Fahrenheit 451”, de Ray Bradbury, “El hombre en el castillo”, de Philip Dick,
“La naranja mecánica”, de Anthony Burguess, como algunos ejemplos literarios
entre decenas de ellos.
De
alguna manera los humanos de estos tiempos nos sentimos protagonistas de una
distopía. En apenas once meses el mundo que conocíamos dejó de existir, pero
aun está aquí, agonizando junto a los brotes de una “nueva normalidad”, que no
alcanzamos a definir y mucho menos a comprender. Como en los relatos distópicos
los gobernantes del mundo anterior hicieron mucho (con sus malas praxis de todo
tipo, su indiferencia, su ignorancia de las señales de alerta) para que se
produjera la catástrofe, y los que se mantienen en sus cargos durante el post
apocalipsis resultan patéticos y corren como hamsters en una rueda que no los
lleva a ningún lado y en la que creen estar en control de la situación.
Mientras tanto, los sobrevivientes descreen de ellos y tratan de salvarse por
cuenta propia.
LA
TORTILLA SE VUELVE
En este contexto comenzó a circular en las
últimas semanas (a través de diferentes canales virtuales, ya que los cines
continúan cerrados) una pequeña película distópica que merece atención por los
puntos de vista que propone. Es un film de bajo costo y alto contenido creativo
titulado “Love and monsters” (con ese título debe buscarse, hay versiones
subtituladas y dobladas al castellano). Su director es Michael Matthews
(realizador de una sola película anterior, la muy bien evaluada “Five fingers
for Marseilles”), quien también escribió el guion junto a Brian Duffield). Y su
protagonista es Dylan O´Brien, un joven actor más visible en series de
televisión que en películas.
Como
todas las distopías, “Love and monsters” se inicia luego del fin del mundo
(conocido). Un asteroide estaba a punto de terminar con el planeta, pero fue
destruido gracias a la más reconocible de las capacidades humanas, según la
describe Joel, el personaje central de la película. Esa capacidad es la de
arrojar misiles cargados de sustancias químicas. Tales sustancias acabaron con
el asteroide y también con la normalidad terrestre. Las sustancias químicas
arrojadas eliminaron también a la mayoría de los humanos, en colaboración con
orugas, sapos y variados animales e insectos convertidos de pronto en
gigantescos y voraces monstruos. Escondidos en refugios subterráneos los pocos
humanos sobrevivientes sienten ahora lo que antes sentían esas especies,
sometidas a ellos y a su capacidad destructiva del medio ambiente.
Joel, el
protagonista perdió a sus padres y a toda su familia y convive con un pequeño
grupo de personas en un refugio en el que él oficia de cocinero y es apreciado
por su minestrón y subvalorado por su nula habilidad para la lucha. Llevan
siete años escondidos allí. Joel sueña con reencontrarse con Aimée, su novia,
que está en otro refugio, ubicado a 85 millas (170 kilómetros) de allí. Un día
decide emprender la aventura, salir a la superficie e ir en busca de la chica.
Aunque sus compañeros lo despiden con los mejores deseos y consejos, nadie da
un centavo por él. A partir de entonces vemos a Joel atravesar peligros
extremos, incorporar como compañero a un perro de notables habilidades, recoger
sabios consejos y entrenamiento de una pareja compuesta por una niña de ocho
años que perdió a sus padres y un hombre que perdió a su hijo (lo que demuestra
que las heridas emocionales más profundas pueden suturarse con la presencia de
inesperadas fuentes afectivas, siempre que se las sepa detectar y aceptar). Con
esa pareja compartirá un tramo del camino y luego él seguirá su rumbo y su
propósito.
Lo que
vamos descubriendo a medida que seguimos esta historia es que se trata de un
relato mítico. El viaje del héroe, cuyo ejemplo más icónico es la partida de
Ulises hacia la guerra de Troya y su posterior regreso a su reino en la isla de
Ítaca. Este mito se cuenta una y otra vez en la literatura de todos los
tiempos, siempre bajo diferentes apariencias y argumentos. Habla de lo que
significa en la vida humana el propósito y el sentido, de la importancia de no
apartarse de ese norte, y de no anteponer la compañía al rumbo. Quien tiene un
para qué encuentra un cómo, dijeron en diferentes momentos el filósofo alemán
Friedrich Nietzsche y el médico y pensador austriaco Víktor Frankl. Y el viaje
del héroe es siempre, por lo tanto, la travesía de una vida hacia el
descubrimiento de su sentido. Nunca el viaje es fácil, nunca está libre de
riesgos, y acaso a veces no alcance a completarse, pero hay sentido en haberlo
emprendido, aunque el final se adelante. El héroe nunca es un luchador súper
poderoso e invicto. Es un ser común que busca respuesta a su propia existencia.
A
SALVO DE LA VIDA
En su viaje
de crecimiento e iniciación el joven Joel descubre y pone en juego sus propios
recursos, madura emocionalmente, recoge experiencias que transformará en
sabiduría y aprende que quien vive escondido creyendo que así está a salvo de
todos los peligros, de lo único que está a salvo es de la vida. Porque la vida,
emprendida como travesía existencial, es siempre una inversión de riesgo. Lo
que Joel trae como una revelación a compartir al cabo de su viaje es que afuera
de los refugios, en la superficie, hay mucha vida, mucha belleza, mucha luz y,
sí, también peligros graves. Pero que salir vale la pena.
El
coronavirus, la pandemia son riesgos de la vida. Nadie nos prometió al nacer
que estaríamos a salvo de algo así. Se trata de un desafío al héroe que habita en
cada humano. Un héroe que puede dormir sin despertar jamás o que puede
incorporarse e iniciar su viaje. Un aspecto destacable de “Love and monsters”
es que, a diferencia de lo usual en las utopías, en el mundo desastrado en que
transcurre, su protagonista encuentra maneras de vislumbrar luz a través de la
oscuridad. Y que es allí hacia donde pone el rumbo. Y no lo hace desde el
voluntarismo ni desde el optimismo banal e irresponsable, sino desde la
experiencia vivida, desde lo afrontado, y a pesar de lo perdido. Hoy estamos
viviendo una distopía. Es responsabilidad de cada uno decidir si será
desesperanzada o si tendrá sentido.
Gracias!!! Excelente
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