La mansedumbre social
Por Sergio Sinay
¿Por qué
motivo animales y personas permanecen pasivos, sin reacción, ante situaciones
adversas, dolorosas, generadoras de intenso sufrimiento? Esta pregunta acosaba
durante los años 70 a Martin Seligman, docente e investigador de la Universidad
de Pennsylvania, que presidió la American Psychologist Association (Asociación
Americana de Psicología), desde donde impulsó la corriente conocida como
psicología positiva. Seligman se propuso investigar aquel fenómeno, y sus
conclusiones lo llevaron a plantear el Síndrome de Indefensión Aprendida (o
Adquirida). Se trata de un síntoma psíquico y emocional que se presenta en
quienes, sometidos reiteradamente a situaciones abusivas o agresivas, adquieren
la sensación de que no hay defensa posible y se someten dócil y mansamente a la
repetición del maltrato. Se puede arribar a esa posición ya sea por haber
intentado defensas disfuncionales, que no surtieron efecto, o por haber
recibido promesas de recompensas que, de todas maneras, no fueron tales o no se
cumplieron. Seligman vio un nexo entre este Síndrome y la depresión. La
Indefensión Aprendida puede ser preámbulo de la depresión o fruto de ella.
¿CUÁL ES EL LÍMITE?
Cabe
tomar el interrogante inicial y ampliarlo, aplicándolo a una sociedad. ¿Cuántas
veces puede una sociedad ser engañada, maltratada por sus gobernantes,
despojada de sueños y proyectos, obligada a vivir en un ámbito carente de
justicia y en donde Constitución e instituciones republicanas son meras
fachadas sin contenido? ¿Durante cuánto tiempo puede aceptar que derechos básicos,
como la salud, la educación, la seguridad, el alimento, la justicia le sean
negados o presentados como migajas asistencialistas? ¿Durante cuánto tiempo
puede esa sociedad agradecer a sus maltratadores por las postergaciones y
falacias a las que es sometida? ¿Cuál es el punto en el cual desiste de la
dignidad y la remplaza por el conformismo? ¿En qué grado de maltrato la
indefensión la lleva a admitir que cada generación viva peor que la anterior, y
a resignarse a una vida vegetativa, sin aspirar a la búsqueda de un sentido
existencial?
Seligman
y quienes estudiaron desde entonces los aspectos del Síndrome de Indefensión
Aprendida detectaron que este se establece y echa raíces en la medida en que el
abuso y el maltrato se naturalizan. Entonces se asume la convicción de que “las
cosas son así”, de que no van a cambiar y de que no vale la pena enfrentarlas
para transformarlas. Que eso solo significaría más maltrato, más dolor, más
frustración.
El
filósofo, ensayista y activista social Franco “Bifo” Berardi sostiene en su
vibrante ensayo titulado Futurabilidad que el cuerpo conjuntivo de las
sociedades (en el que había espacios físicos concretos donde se interactuaba y
se generaban valores como la solidaridad social y la empatía, impulsores a su
vez de sueños y acciones colectivas) ha sido remplazado por un cuerpo
conectivo. Todos tecnológicamente conectados en un enjambre virtual, a
distancia, bajo una mera apariencia de comunicación que no es tal y que elimina
toda acción conjunta, toda presencia real de los cuerpos y de su potencia
transformadora. El desmembramiento del cuerpo conjuntivo (ahora fragmentado en
lo conectivo), sumado a la precarización devastadora del trabajo, anulan la
capacidad de rebelión, dice Berardi, y la reducen a simples e inoperantes ataques
de ira. Espasmos sin trascendencia. Durante la presente era del capitalismo
financiero no se puede concentrar la lucha por la dignidad humana enfrentando a
un centro físico de dominación, porque no hay tal centro físico. El poder está
en esa nube intangible llamada mercados. Allí donde la promesa incierta de una
vacuna (sin pruebas científicas reales que la sustenten) genera euforia, subas
en las acciones de la siempre oportunista industria farmacéutica, nuevos
millonarios y patética credibilidad de los gobiernos, mientras las personas de
carne y hueso (no “la gente”, esa abstracción) siguen muriendo y perdiendo
trabajos y futuros.
CHISPAZOS, NADA MÁS
De la
civilización industrial se pasó a la civilización digital, advierte Berardi. Y
en esta, aunque se hable de “pueblo”, “masas” o entelequias similares, ya no
hay tal cosa. Lo que quedan son átomos dispersos. Fragmentos que, salvo
esporádicos ataques de ira (que pueden vincularse a Vicentín, a jueces
desplazados, a libertades abstractas e individualistas, pero nunca al hambre,
la educación o cuestiones que trasciendan la coyuntura), jamás se articulan en
acciones conjuntivas que signifiquen una real reacción ante el maltrato y la
indignidad, o que permitan vislumbrar proyectos de convivencia colectiva que
enciendan la esperanza. Cuando calma el pequeño brote vuelven la desesperanza,
la mansedumbre y la indefensión. Vuelven el maltrato cotidiano, las mentiras y
las promesas falsas del maltratador. En su clásico El acoso moral, la
psiquiatra francesa Marie-France Irigoyen decía que, para salir del estrés, la
confusión, la depresión y el miedo que provoca el maltrato (todo esto presente
hoy en la sociedad) es necesario identificar al abusador, llamar a las cosas
por su nombre y actuar, saliendo del lugar pasivo de la presa. Es decir,
desaprendiendo la indefensión. He aquí una asignatura pendiente.
Excelente!!!!
ResponderBorrarByung-Chul Han, filósofo coreano, dice que ya no es necesario que exista un sistema que nos maltrate o nos controle, sino que el ciudadano de a pie, ha introyectado el mensaje y se maltrata a sí mismo sin necesidad de inculcarle nada. ¿Hemos introyectado el maltrato? ¿Cómo desaprender desde ahí? Saludos.
ResponderBorrarManu
BorrarExcelente!
ResponderBorrar