Ese recurrente malestar
Por
Sergio Sinay
Incertidumbre, sospecha, temor, narcisismo y desconcierto ante el futuro inmediato. El aire de los tiempos que hoy se respira recuerda al que motivó a Freud a escribir "El malestar en la cultura" y a Karl Jaspers a reflexionar sobre qué significa convivir con lo incierto. Dos miradas que hoy conviene repasar
LA
PREGUNTA QUE VUELVE
El mundo
de 1929 (y peor aun el de los diez años siguientes) tenía el color “del odio,
la agresión y el autoaniquilamiento”, como señala el filósofo y estudioso del
pensamiento freudiano Jacques André en el prólogo del libro. El narcisismo por
un lado, la inútil búsqueda de la felicidad a través de los caminos más fatuos
y superficiales, la depredadora expansión del hombre-masa (incapacitado de
pensar por sí mismo, presa de fanatismos irredimibles), el papel de creencias
en las cuales la fe ciega aniquila a la razón son descritos en esas páginas de
estilo certero, ácida ironía y sombrío lirismo como signos de un momento
terminal. “¿Quién puede prever el desenlace?”, se preguntaba Freud en la
siguiente edición de esta obra (la primera, de 12 mil ejemplares, se vendió
instantáneamente). A la luz de los acontecimientos la pregunta parece hoy
retórica. Quizás también lo era entonces para su propio autor, dolido por su
visión del futuro inmediato.
Acaso
con diferencias de forma, de estilos y de modas, la atmósfera planetaria no era
tan diferente de aquella cuando, hacia finales de 2019, el Covid-19 comenzó su
recorrido por el paisaje humano. Un paisaje atravesado por el narcisismo, el hedonismo
(ambos incentivados y exhibidos patológicamente por las redes sociales), la intolerancia,
los odios variados pero vinculados siempre al que es distinto o piensa
diferente, la destrucción suicida del medio ambiente, el consumismo bulímico y
depredador, la adoración masiva de líderes tóxicos en la política, en la
música, en las religiones, en el deporte, la voracidad por el poder y por lo
material, la desigualdad obscena, la indiferencia hacia el prójimo. Como Freud
en su tiempo, en ese panorama emergían voces siempre minoritarias, siempre
lúcidas, siempre molestas para el oído masivo, advirtiendo sobre la situación,
proponiendo cambios, preguntando cuál sería el desenlace. Voces que señalaban
el malestar en la cultura entendida como el ámbito creado y habitado por el ser
humano.
Aquí
estamos, en el tramo final de uno de los años más anómalos que nos ha tocado
vivir, aferrados nuevamente al interrogante de Freud. De quienes se esperaban
respuestas (gobernantes, dirigentes de diferentes áreas, científicos) es de
quienes menos se las obtuvo, y fueron quienes menos humildad y criterio mostraron
ante la incertidumbre. La soberbia se apoderó de la mayoría de ellos con la
misma voracidad del coronavirus. Mientras tanto, en carne propia y por propia
experiencia, la humanidad enfrenta verdades de siempre, y siempre negadas. Que
la incertidumbre es lo único cierto, que el futuro no acepta preguntas pero
pide respuestas, que somos responsables de nuestras elecciones, acciones y
decisiones, y que estas no son gratuitas. Creemos que el bienestar y la
felicidad nos serán suministrados por la providencia o por otras vías
misteriosas, pero, como señalaba Freud, el mundo exterior (ajeno a nuestro
pensamiento mágico infantil) lo desmiente una y otra vez. No somos niños ni hay
un padre que nos protegerá y nos proveerá de felicidad mientras hacemos
nuestras travesuras. Madurar significa comprender esto y remplazar el principio
de placer por el principio de realidad.
VIVIR
CON LO INCIERTO
En su
libro “Psicología de las concepciones del mundo”, el médico, psicólogo y
fundamental filósofo existencialista alemán Karl Jaspers (1883-1969) sostiene que,
en nuestras vidas finitas, es la incertidumbre la que puede alimentar el
coraje, la vitalidad, la lucidez intelectual. El orden, la estabilidad y la
certeza son necesarios, dice Jaspers, pero si los tuviéramos de manera
permanente y definitiva, nos convertiríamos en máquinas o títeres. El conflicto
y los problemas son inherentes a la vida, así como las situaciones límites.
Podemos negarlos, advertía este pensador, o tratar de resolverlos a través de
explicaciones científicas, normas sociales, creencias, rituales y hábitos.
Cambiarán de forma, pero no desaparecerán y estos atajos no llevarán siempre a
chocar con la misma pared.
Podemos
tomar conciencia de esto, escribía, o no hacerlo. Si lo aceptamos sabremos que
la felicidad, el placer y la seguridad, no pueden preverse ni planearse.
Paradójicamente este conocimiento, aunque frustrante, puede ayudarnos a vivir
mejor. Tanto la ciencia como la religión o la ideología pueden proveernos una
sensación de seguridad ante lo inevitable de la incertidumbre, apuntaba
Jaspers. Sin embargo, siempre estarán abiertos ante nosotros los interrogantes
acerca de quienes somos y cuál es el sentido de nuestra vida, cuyas respuestas
no serán provistas por ninguna de aquellas fuentes. Dependerán siempre de
nosotros, de nuestra actitud ante las circunstancias que la vida propone.
Nunca
nos pondremos de acuerdo, decía, acerca de quiénes somos o quiénes queremos
ser, pero sí podemos acordar todo lo que no sabemos y de qué manera actuar a
partir de ese desconocimiento. Este es un modo de desactivar la soberbia, el
fanatismo y la sordera ante el otro. La doctora en filosofía Carmen Lea Degeis,
del Van Leer Institute de Jerusalén, dedicada al estudio de la incertidumbre,
señala en un ensayo publicado en la revista digital estadounidense Psyche:
“Cuando nos acercamos hoy a Jaspers surge más que nunca el interrogante acerca
de cómo nuestras sociedades e instituciones políticas pueden comunicar la idea
de que la incertidumbre es esencial en la vida humana”. Quizás, si aún es
posible y hay tiempo, esta deba ser la piedra fundamental de la “nueva
normalidad”, antes de que nuestra capacidad para olvidar lo fundamental nos
lleve de nuevo a caminar por el borde de un abismo como el que dolorosamente
vislumbró Freud.
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