Pensadores
en la oscuridad
Por
Sergio Sinay
Existen
pensadores cuyas ideas no solo perduran y se consolidan en el tiempo, sino que
además funcionan como faros orientadores cuando atravesamos épocas oscuras.
Seguir esas luces puede ayudar a encontrar rumbos perdidos o a abrir nuevas
rutas en nuestra navegación existencial. Dos de esos nombres merecen atención
en estos tiempos de incertidumbre. Víktor Frankl y Erich Fromm. El primero
nació en Viena, Austria, en 1905 y murió en esa ciudad en 1997. El segundo
nació en Frankfurt, Alemania, en 1900 y murió en Estados Unidos en 1980. Entre
las varias obras señeras de Frankl son imprescindibles “El hombre en busca de
sentido”, “Psicoterapia y existencialismo”, “La voluntad de sentido” y “En el
principio fue el sentido” y “la presencia ignorada de Dios”. Entre las de Fromm
“El miedo a la libertad”, “El arte de amar”, “Del tener al ser” y “Y seréis
como dioses” son de lectura poco menos que obligatoria. Afortunadamente, en
ambos casos la bibliografía es extensa y no termina ahí.
En días
en que miedo, desesperanza, incertidumbre, angustia, resignación, confusión y depresión
impulsan sus propias pandemias, Frankl y Fromm siguen aportándonos preciosos
recursos existenciales con sus ideas y revelaciones acerca de la libertad, el
sentido, el amor, la espiritualidad y la decisiva importancia del otro, del
prójimo, el semejante, en nuestras vidas.
LA LIBERTAD ÚLTIMA
Frankl,
médico psiquiatra y pensador, estableció una clara diferencia entre lo que
llamó libertad primera y libertad última. La libertad primera es la del niño
que empieza a caminar y entonces no quiere obstáculos, desea alcanzarlo todo,
no entiende de riesgos ni de límites y patalea y hace berrinches ante ellos.
Comprensible en un infante, esta idea de libertad permanece inalterable en
muchos (demasiados) adultos. No admiten frustraciones, se rebelan ante las
normas, reglas y leyes, desconocen o rechazan las consecuencias de sus actos,
ponen sus derechos, que muchas veces no son más que deseos, por delante de sus
deberes y no entienden que hay cosas que no se pueden y otras que no se deben.
Es una idea de libertad divorciada del concepto de responsabilidad. En
situaciones como la pandemia y las cuarentenas estas personas actúan como
transgresores, ponen en riesgo a otros, se enfurecen ante las circunstancias,
son poco o nada creativas ante lo que la realidad les presenta y les exige y a
menudo caen en depresiones. Son incapaces de registrar la diferencia entre
libertad nominal, o exterior, y libertad interior.
La
libertad última es, precisamente, la interior, la que de veras merece su
nombre. Es la facultad de elegir nuestra actitud ante situaciones que no
dependen de nosotros y cuya resolución nos es ajena. Frankl lo decía así: “Lo
único que no me puedes quitar es la forma en que elijo responder a lo que me haces.
La última de las libertades es elegir la propia actitud en cualquier
circunstancia”. Es la libertad de quienes han evolucionado emocional, psíquica
y espiritualmente. De quienes comprendieron que no se puede todo, que el
imponderable existe, que no somos dioses todopoderosos capaces de manejar a
nuestro antojo la vida y sus circunstancias. De quienes entienden que, en cada
paso de nuestra existencia, debemos hacer elecciones, tomar decisiones, y saber
que ellas tendrán consecuencias. Quien entiende esto y está dispuesto a
responder con acciones y conductas ante esas consecuencias, es verdaderamente
libre. Somos libres porque no podemos todo. Libres y responsables, dado que en
la visión frankliana libertad y responsabilidad son como hermanas siamesas, inseparables.
Esta
libertad nos permite registrar la presencia del otro (justamente el primer
límite), al tiempo que se convierte en instrumento esencial para la búsqueda y
exploración del sentido de nuestra vida. El desencuentro con ese sentido, su
extravío, deja un enorme vacío y angustia existencial. Y cuando el sentido
(“Vivir para algo, vivir para alguien”, en palabras de Frankl) asoma, siempre
lo hace como una consecuencia de nuestra actitud ante el otro.
ESCONDERSE
EN LA MANADA
También
en Fromm libertad y sentido son nociones esenciales. La persona verdaderamente
libre, nos repite este imprescindible filósofo y psicólogo, lo es, antes que
nada, en el aspecto espiritual. La que desarrolla una vida interior con
recursos propios, la que no se vale del otro para sus fines o intereses, sino
que lo honra con su conducta y con el ejercicio de la responsabilidad. Esta es
una noción liberadora de la libertad, permite instalarse en el mundo entre
otros, y no en una actitud narcisista y egoísta como la que deviene de la
libertad primera. Sin embargo, dice Fromm, muchos temen a esta libertad que los
deja de frente a su responsabilidad. Huyen de ella, se refugian en lo masivo,
eligen lo que elige la mayoría sin preguntarse por el valor o la necesidad de
ello, se convierten en parte de una manada fácilmente manipulable por
oportunistas, gurúes, gobernantes inmorales o dictadores.
Si
rastreamos las ideas de Fromm encontraremos que el antídoto contra el miedo a
la libertad verdadera es lo que él llama el arte de amar. Un arte que se
aprende en la vida, construyendo puentes de encuentro, de comunicación, de
cooperación con el prójimo. Solo así podemos salir de la “separatidad”, esa
angustiosa sensación que asalta al ser humano cuando, al comenzar en edad
temprana el desarrollo de su conciencia, se descubre como individuo único,
inédito e intransferible. Esto lo lleva a temer que nadie pueda comprender sus
emociones, sensaciones y aflicciones y a vislumbrarse como un fragmento perdido
en la inmensidad del universo.
De allí
se sale a través del amor, pero no de este pretendido como algo mágico y
espontáneo, sino como un aprendizaje y una construcción. Amar es un arte, dice
Fromm, que como todas las artes necesita de un artesano con voluntad de
aprender y trabajar y con una práctica constante, impensable sin el otro.
Llegar al otro en un encuentro profundo y único no es lo mismo que guarecerse
entre otros en una manada. El arte de amar es también el aprendizaje de la
libertad real. Y las circunstancias difíciles, inciertas, sombrías ofrecen,
como contrapartida, materia prima para el ejercicio de ese arte. A menos que
elijamos apartarnos del otro, cuidarnos de él, temerle a su presencia y a su
cercanía, refugiarnos entre figuras fantasmáticas y, de esa manera, desaprender
el amor y resignar nuestra libertad. Advierte Fromm: “El amor inmaduro
dice: Te amo porque te necesito. El amor maduro dice: Te necesito
porque te amo”. Así, estos tiempos nos permiten también revisar nuestros
afectos y nuestros vínculos, entender si son utilitarios o sin son
verdaderamente amorosos. Son tiempos para ejercer como artesanos.
Así como
un iceberg muestra apenas una octava parte de su volumen sobre la superficie de
las aguas, este breve punteo de algunas de las ideas de estos maravillosos
pensadores resulta apenas un vislumbre de la poderosa luz que sus ideas pueden
arrojar en tiempos oscuros. Tiempos cuyo transcurrir no depende de nosotros,
pero en los cuales tenemos la libertad de elegir cómo vivirlos. Y eso sí
depende de cada uno.
Gracias!!! Excelente!!
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