¿Qué es
la vida?
Por
Sergio Sinay
En 1923,
cuando llevaba diez años en Lambaréné, un pueblo selvático ubicado en lo
profundo del Congo francés, Albert Schweitzer (1875-1965) escribió: “Yo soy
vida que quiere vivir en medio de vida que quiere vivir”. Había nacido en
Alsacia, que era parte del imperio alemán, y adoptó durante la Primera Guerra
la nacionalidad francesa. Hijo de un pastor luterano, fue médico, músico,
teólogo y filósofo. Se destacó en todas esas disciplinas. Tenía posibilidades
de obtener fama y dinero en todos los países en que era reconocido. Sin
embargo, en 1913 la vocación médica, entendida como ponerse al servicio de
mitigar el dolor del cuerpo y del alma (no solo refaccionar órganos), lo
impulsó a abandonar aquel cómodo y promisorio futuro y mudarse a Lambaréné para
fundar un pequeño hospital destinado a atender a la población negra. Allí
moriría cuarenta y dos años más tarde, tras haber sostenido ese emprendimiento
de modo ejemplar. Las veces que salió del que sería su lugar en el mundo fue
para dar conciertos o conferencias destinados a solventar el hospital. Y para recibir,
en 1952, el Premio Nobel de la Paz por su “veneración de la vida”.
VIDA
TOTAL
Pocas
veces se habrá escuchado tanto la palabra “vida” en la historia de la humanidad
como durante el año que acaba de terminar. Se dijo que se pretendía
preservarla, se la antepuso, se la pospuso o se la comparó con la economía, se
discutió acerca del momento exacto de su comienzo, hay quienes en su afán de
resguardarla prácticamente dejaron de vivirla, fue objeto de discursos
oportunistas y demagógicos y de discusiones de profundo sentido moral. Y
finalmente corrió el riesgo que corren todas las palabras cuyo uso y abuso
termina por vaciarlas de contenido o por hacer que este se desvirtúe.
Schweitzer
daba en el corazón del asunto al plantear que lo vivo tiende a vivir. No solo
ocurre solo con los humanos, sino, aunque sea repetitivo, con todo lo viviente,
incluidos el mundo animal y el vegetal. Más allá de creencias y de
disquisiciones de tipo religioso, biológico o filosófico, el universo entero es
una auténtica sinfonía de vida, en la que participan los instrumentos más
impensados. Incluso el coronavirus, que ocupó nuestras mentes, conversaciones,
temores, especulaciones, sueños y pesadillas durante 2020, y las sigue
ocupando, es una manifestación de vida. Y es posible que si hablara dijese,
como Schweitzer, que quiere vivir. El médico de Lambaréné llevó su concepción
al punto de afirmar que cuando mataba un insecto se sentía un asesino.
La vida,
si se sigue su pensamiento, es mucho más que el mero funcionamiento de ciertos
condicionamientos biológicos. Es más que la labor de los órganos, que la toma
de oxígeno, que el fluir de la sangre o de la savia, que la reproducción de la
especie de la que se trate. En principio es un inconmensurable misterio. Como
todos los misterios no tiene solución, como ocurre con los problemas, ni
revelaciones, como sucede con los secretos. Con los misterios se convive,
mientras ellos aguijonean nuestra conciencia. Y es precisamente nuestra
condición de seres conscientes la que nos lleva a hacernos preguntas sobre la
vida. Internémonos en algunas de ellas.
TRES
PREGUNTAS
¿Por qué
valoramos la vida? Desde la filosofía se
responde que la valoramos porque existe la muerte. Si fuésemos inmortales, todo
podría esperar, casi todo nos daría igual, nuestras emociones y sentimientos
serían de nula o baja intensidad. Pero sabemos que moriremos y eso nos hace
amar lo que amamos, despuntar propósitos, trabajar por ellos, dolernos con las
pérdidas y encontrar sentido en los logros y en todo aquello (trabajo, obras,
hijos) a través de lo cual trascendemos. La vida tiene en la muerte una socia
imprescindible. Solo el no tener conciencia de estar vivo, el existir en un
nivel apenas vegetativo (reducido a comer, dormir, beber, tener relaciones
sexuales consentidas o forzadas) o el no ver más allá de los bienes materiales
(se los posea o no) puede llevar a descuidar la vida propia y a desvalorizar la
ajena.
¿Tiene
precio la vida? En la sociedad materialista, y bajo el sistema capitalista
tardío que es hegemónico en el mundo contemporáneo, se encontraron maneras de
ponerle precio. Muchas veces, y en muchas circunstancias, se estipula su valor
en términos económicos (a través se seguros, compensaciones, cálculos de
riesgos), en términos políticos, en términos bélicos. Hay quienes compran vidas
en de manera real o metafórica, a través de sofisticadas formas de servidumbre,
y hay quienes las venden, a menudo incluso la propia. Pero, como señaló el
filósofo alemán Emmanuel Kant (1724-1804), la vida humana no tiene valor, tiene
dignidad. Cuando se le asigna valor se la convierte en objeto y todo objeto
puede ser medio para un fin. Cuando se respeta su dignidad la vida es un fin en
si mismo. Algo que no han comprendido muchos de quienes vienen administrando
confinamientos y otros recursos antipandemia llevados por urgencias políticas,
económicas o presuntamente científicas. A menudo parecen creer que lo
importante son los números de seres vivos y no las condiciones en que viven o
sobreviven. Aunque, en honor a la verdad, el Covid-19 solo puso de relieve un
modelo mental que opera aun sin pandemia. También se convierte a la vida en
objeto mercantil cuando se habla de “capital humano” o “recursos humanos”. Un
humano (su vida) jamás debería ser considerado, desde un punto de vista moral,
como recurso o herramienta, o como un bien de capital. Son dos maneras de
quitar dignidad a la vida. Y el propio Albert Schweitzer sostenía que el
principio de la moral es el respeto por la vida en toda su dimensión y no solo
como un accidente biológico.
¿Tiene
sentido la vida? Acaso este sea el más profundo y esencial de los
interrogantes. Hay quienes dicen que la vida simplemente “es”, que se trata de
vivirla y que no hay en ella un sentido. Si fuera así, daría lo mismo nacer
como humano, como alguna especie animal, como planta o simplemente existir como
parte del reino mineral. Pero la conciencia, ese atributo humano decisivo, nos
inquieta y sigue sosteniendo la pregunta por el sentido. Eliminar la noción de
sentido hace de la vida un absurdo. Albert Camus (1913-1960), autor de La
peste, El extranjero, El mito de Sísifo y La Caída, entre otras
obras fundamentales, decía que esa sensación de absurdo generada por la pérdida
del sentido lleva al suicidio, y por eso consideraba al suicidio como la
cuestión central de la filosofía. Juzgar si la vida tiene sentido o no. Algo a
lo que solo se puede responder viviendo de una manera que es responsabilidad de
cada uno, de sus elecciones, de sus decisiones, de sus valores. Víktor Frankl,
el gran médico y pensador vienés autor El hombre en busca de sentido y El
hombre doliente, explicaba que en la búsqueda del sentido de la propia vida
asomaba la trascendencia. Decía que el sentido de una vida se refleja en otra y
que vivir con sentido es vivir para algo y vivir para alguien. ¿Qué es la vida,
entonces? Sea lo que fuere, es mucho más que mezquinos y miserables números,
estadísticas y cálculos políticos o económicos.
Siempre es bueno leerte Sergio. Empieza 2022 y tus palabras con casi un año de escritas, se aplican perfectamente al año que lo continúo. Cuando será la toma de Consciencia de la Humanidad Toda?
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