¿Basta la salud?
Por
Sergio Sinay
“La
salud es un recurso para vivir, no un fin en la vida. Vivir solo para tener
salud es una enfermedad”. Esta tajante definición pertenece a dos médicos, los
españoles Juan Gérvas y Mercedes Pérez-Fernández, quienes además son marido y
mujer. No improvisan en lo suyo. Han dedicado casi toda su vida profesional, más
de cuatro décadas, a la medicina general, lo hicieron en hospitales, como
médicos rurales, en barrios carenciados. Gérvas posee 22 matrículas de honor, accésit
al Premio Extraordinario de fin de carrera, y “honoris causa”, fue coordinador
de Seminarios de Innovación en Atención Primaria, profesor visitante del
Departamento de Salud Internacional de la Escuela Nacional de Sanidad (Madrid)
y docente en Suecia y en la Universidad John Hopkins de los Estados Unidos.
Pérez Fernández, con 22 matrículas de honor y especialización en Medicina del
Trabajo, fue docente en la Universidad Autónoma de Madrid y estuvo en primera
línea en el tratamiento de adicciones en barriadas pobres, además de ser una
activa luchadora por los derechos de las mujeres.
Juntos,
Gérvas y Pérez Fernández despliegan sus convicciones acerca de la función del
médico y su concepción de la salud en “La expropiación de la salud”, un libro
urticante, que desde su aparición, cinco años atrás, no deja de incomodar al
establishment médico, a las autoridades sanitarias y a los voceros de la
industria farmacéutica en su país. Su definición de la salud merece ser
atendida, revisada y profundizada en tiempos en que, en nombre de su
protección, se han puesto en juego cuestiones esenciales, vinculadas a
libertades, derechos, intereses económicos y políticos, prácticas científicas y,
en definitiva, a de qué se habla cuando se menciona esa palabra: salud.
Para
precisar qué es salud, según Gérvas y Pérez Fernández, hay que comenzar por
definir qué es enfermedad. Y la describen así: “Es la dificultad para afrontar
los inconvenientes, los problemas, las adversidades y los sinsabores de la
vida. Puede serlo en el sentido físico, psíquico o social”. Entonces, sí, se
puede definir a la salud como un estado en el cual aquellos tres aspectos están
en relación y en equilibrio y permiten afrontar con ánimo las adversidades, los
problemas, la incertidumbre de cada día. Salud no es ausencia de enfermedad,
sino capacidad para enfrentarla y resolverla.
EL
VALOR DE LA AUTOPERCEPCIÓN
Al
enfocar la salud desde esta perspectiva se acentúa la importancia de la
autopercepción. Gérvas y Pérez Fernández citan estudios que muestran ese valor.
Más allá de los resultados que ofrezcan análisis clínicos, quienes se sienten
bien de salud tienen menos posibilidades de morir en un futuro próximo que las
personas que se autoperciben mal de salud. Estas son hospitalizadas cinco veces
más que quienes se sienten bien: 675 frente a 136 por mil. Pese a todo el
conocimiento acumulado, insisten estos autores, “sabemos poco del sufrimiento
humano”, y menos de los verdaderos sentimientos de otra persona. Y llaman a
tener en cuenta esta ignorancia, a hacerlo con humildad y respeto hacia quienes
consideran dolientes y no pacientes. Una concepción autoritaria de la medicina,
advierten, invalida la autopercepción de la salud y produce en las personas una
verdadera incapacidad de sentirse sanas. Gérvas y Pérez Fernández son muy
asertivos en este punto. Señalan que cuando se convierte el “estar sano” en una
obligación moral de los ciudadanos (“es por tu bien y por el bien de todos”,
etcétera) se termina por generar a mediano plazo una indignación colectiva que
deviene en transgresiones y conductas que terminan en una salud empeorada.
¿Qué es
lo que se prioriza, entonces, cuando se dice, desde esferas políticas y
científicas, que se da prioridad a la salud? ¿A qué salud? Para empezar a
responder a estas inquietudes es aconsejable regresar a la idea de que la salud
no es un fin, sino un medio. Y que tomarla como fin puede tener efectos
iatrogénicos. Iatrogenia es el fenómeno por el cual lo que se prescribe como
remedio empeora la enfermedad o produce una nueva. Si se reduce la salud a
estadísticas y durante una pandemia se pretende tener una población sana
midiendo los porcentajes de infección, mortandad y mortalidad, se estará usando
una frazada corta, que tapa la cabeza y destapa los pies o viceversa. Porque no
hay salud en el sentido amplio y profundo de la palabra (como la entendían hace
siglos los hoy olvidados Hipócrates y Paracelso, entre otros precursores que
invitaban a sus discípulos a tratar a sus pacientes de manera integral, como
personas y no solo como órganos), mientras exista vacío existencial, pérdida
del sentido de la vida. Y cuando en nombre de una visión limitada de la salud
se cancelan o desestiman fuentes de sentido, como son el trabajo, la cercanía
de los afectos, la posibilidad de proyectar y soñar, aparece ese sufrimiento humano
del que la ciencia (y ni hablar de la política) sabe poco, y a menudo descree
mucho, el cual se traduce en enfermedades.
EL
DOLIENTE AUSENTE
Gérvas y
Pérez Fernández llaman expropiación de la medicina al proceso por el cual se
diseñan políticas de miedo a la enfermedad (como si esta fuera una falla de la
vida y no parte de esta). Esas políticas anulan la autopercepción de salud,
mantienen a las personas en un estado de permanente de sospecha sobre sus
propias sensaciones, las hacen dependientes de constantes análisis, estudios y
diagnósticos y son absolutamente funcionales a intereses políticos, económicos
y empresariales, especialmente en el campo de la industria farmacéutica y sus
poderosos lobbies. Lamentan que así se enseña a la población a vivir como
enfermos, aunque no lo sean, y que se pierda de ese modo la construcción social
de la salud y de la enfermedad. Hay diagnósticos y estadísticas, pero no
pacientes (dolientes, personas). Y se establecen protocolos que terminan de
sellar esa situación, porque, afirman los médicos españoles, los protocolos son
respuestas automáticas que se aplican de manera imperativa y terminan
convertidas en murallas que aíslan definitivamente a los médicos de las
personas que acuden a ellos.
Los
autores de “La expropiación de la medicina” citan a su compatriota Gregorio
Marañón (1887-1960), gran médico, historiador y ensayista, quien supo decir que
“el que solo sabe de medicina ni siquiera de medicina sabe”. Breve y profunda
reflexión que bien puede aplicarse a todas las profesiones, especializaciones y
oficios. Y que resulta especialmente significativa cuando se trata de y con
seres humanos. Es que un ser humano no es un artefacto al que puede
considerarse “sano” mientras funcione. Es un ser complejo y maravilloso que
merece ser respetado en toda su dimensión. Si se insiste en “priorizar la salud”
(y se lo hace además con resultados dudosos) sin pensar en realidad en ella, se
está priorizando el funcionamiento, pero no necesariamente la vida, que es algo
mucho más vasto, profundo y preñado de significado y propósitos.
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