Crónicas de la peste (17)
Pandemia y default de inteligencia
emocional
Por
Sergio Sinay
En una de sus frecuentes intervenciones mediáticas
el presidente de la Nación manifestó su temor a las “cuarentenas inteligentes”,
como las llamó. Trajo así la cuestión de la inteligencia al complejo terreno de
la pandemia de coronavirus y las cuarentenas. No es simple definir a qué nos
referimos al hablar de inteligencia. Durante mucho tiempo se zanjó la cuestión
afirmando que inteligencia es la capacidad para resolver problemas. Una
definición incompleta a la que se agregó la confusión de conocimiento con inteligencia
y la creencia de que quien acumula títulos y lecturas es inteligente.
Desde mediados del siglo veinte en adelante ya no
se puede reducir la definición de inteligencia a un solo concepto. Y menos
desde que, a comienzos de los años 80, el psicólogo y pedagogo estadounidense
Howard Gardner presentó su teoría de las inteligencias múltiples, conclusión de
un proyecto iniciado hacia 1967, a partir de su participación en el proceso
educativo de varias generaciones de niños. Gardner, que hoy tiene 79 años, no
dejó de profundizar desde entonces en su tesis, según la cual las personas no
tenemos una única y excluyente forma o capacidad de inteligencia para aplicar a
todos los campos de nuestra vida. En cada esfera en que nos movemos aplicamos
diferentes recursos. No son los mismos para el deporte que para la cultura, la
economía, las relaciones interpersonales, el arte, las matemáticas, la ciencia,
la cocina o las actividades manuales. Según los cursos que siguen nuestras
vidas y las situaciones que se nos presentan ejercitamos más intensamente y con
más frecuencia algún tipo de inteligencia que otro. Así es posible que un gran
campeón de ajedrez, que dedica horas y años de su vida al estudio y práctica de
esa disciplina, sea bastante precario en las relaciones humanas o en la
comprensión de una poesía. O que un brillante ingeniero fracase en sus
emprendimientos económicos. Comentario al margen: a partir de las inteligencias
múltiples sería higiénico para la salud mental de la población abandonar la
creencia de que una persona exitosa en un área está habilitada para sentar
cátedra sobre cualquier cosa, algo tan común en los medios y tan extendido en
la opinión pública, dispuesta a creer que su ídolo futbolístico está a la
altura filosófica de Sócrates o que una destacada figura política podría
resultar excelente director técnico de fútbol (y viceversa).
LAS DOS MENTES
A todo lo anterior se sumó en 1995 el doctor en
filosofía, psicólogo y divulgador científico Daniel Goleman con la formulación
de la inteligencia emocional. El concepto se viralizó de inmediato y resultó
pandémico, para usar palabras al uso. Desde entonces se usó, abusó, aplicó,
comprendió y malinterpretó de mil y una maneras. Goleman partió de la idea de que
estamos constituidos por dos mentes, una emocional que gobierna nuestros
sentimientos, nuestras reacciones instintivas, nuestras sensaciones y afectos,
y otra racional, que nos permite planificar, calcular, entender, modular el
lenguaje. Emoción sin razón nos puede llevar a continuos naufragios, choques e
incluso tragedias. Razón sin emoción nos convierte en seres incapacitados para
los vínculos, analfabetos sentimentales. El cerebro emocional, planteó Goleman,
introduce la emoción y el sentimiento, en tanto el cerebro racional los dirige
y adecua. Quienes más y mejor consigan integrar y coordinar ambos aspectos serán
las personas con mayor inteligencia emocional. Una inteligencia imprescindible
en todos los aspectos de la experiencia humana, a menos que se pretenda pasar
por la vida rozándola apenas, sin la menor comprensión o profundización en
ninguno de sus aspectos.
La
inteligencia emocional es más que una teoría. Es un atributo esencial en la
política, en la educación, en el arte, en la familia, en la pareja, en la
amistad, en el trabajo, en la profesión, en la economía, en la relación con la
naturaleza (medio ambiente, fauna, flora, recursos naturales). Su ausencia
acarrea altos costos de todo tipo, que van desde los psicológicos y afectivos
hasta los económicos y sociales. Quienes desprecian la razón en nombre de la
emoción o minimizan la emoción en nombre de la razón demuestran carecer de
inteligencia emocional. Juegan en el mismo equipo, aunque parezcan adversarios.
LA EMPATÍA VERDADERA
La empatía es evidencia de inteligencia emocional.
Pero no la empatía declarada, sino la encarnada, experimentada y demostrada en
conductas. La empatía se construye sobre la conciencia de uno mismo, escribe
Goleman en su libro inicial; y cuanto más abiertos estamos a nuestras propias
emociones, más hábiles seremos para interpretar y comprender los sentimientos
de otros.
Uno de los pioneros de la psicología conductista, Edward
Lee Thorndike (1874-1949), había planteado hacia los años 20 una idea en la que
abrevó Goleman. La “inteligencia social”, a la que definió como capacidad para
comprender a los demás y actuar prudentemente en las relaciones humanas. Decía
que es muy distinta de las capacidades académicas y que es clave para el éxito
en la vida. Tras ahondar en aquella idea y expandirla, Goleman concluyó que “la
capacidad de saber lo que siente el otro entra en juego en una alta gama de
situaciones en la vida, desde las ventas y la administración hasta el idilio y
la paternidad, pasando por la compasión y la actividad política”.
Cuando se trata de
gobernar y de guiar a una sociedad, a una organización o cualquier grupo humano
en situaciones críticas y complejas la experiencia emocional es una herramienta
fundamental, que no puede ser remplazada por lo que se suele llamar “cintura
política”, olfato para los negocios, habilidad para las componendas o
aplicación ciega de la autoridad. No es una inteligencia muy cultivada en ese
terreno, e incluso suele ser despreciada por quienes, en funciones de mando, se
pavonean de que no necesitan conectar con la psicología ni con la filosofía
porque ellos son sus propios y mejores psicólogos. Temerle a lo inteligente o
sospechar de ello, no es un buen indicio de inteligencia emocional. Tampoco
usar el temor como herramienta fundamental de gestión en una situación como la
que actualmente vivimos. La gente que está sin trabajo, los que perdieron sus
emprendimientos de años, los confinados y distanciados de sus seres queridos,
los que ya ofrecen síntomas de depresión y otros dolores de la mente y del
alma, hubieran necesitado, y siguen necesitando, menos jerga científica, menos
expertos en estadísticas y virus, menos analfabetismo emocional y más
inteligencia de esa calidad. Porque el default de inteligencia emocional puede
resultar tan grave como el económico con el agregado que, de él, sí, no se
vuelve.
Gracias! Siempre tan claro !!
ResponderBorrarSin comentarios...Cualquier comentario sería redundante a tan clara exposicion. Gracias Sergio.Un abrazo
ResponderBorrarEduardo Kirschenheuter
Cada día más preciso y claro...es una linda luz cálida como la de un cirio....
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