La justicia
que construimos día a día
Por Sergio Sinay
El sistema judicial no es confiable y sobran los motivos para ello, pero para una mejor justicia también importa la actitud de los ciudadanos ante la ley
El 73% de las
personas que acaba de encuestar la consultora Isonomía asegura que tiene poca o
ninguna confianza en el Poder Judicial. El 62% aseguró que nos les cree a sus
integrantes. Y apenas un 30% considera creíble a ese poder. Los porcentajes son
dramáticos de por sí, y lo son todavía más si se los compara con un trabajo de
hace una década realizado por la Asociación Argentina de Derecho Constitucional
e IDEA Internacional. Se titulaba Encuesta
de Cultura Constitucional: Argentina una sociedad anómica y fue publicado
por Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma
de México. En ese entonces un 41% de los consultados consideraba a los jueces
como los principales violadores o incumplidores de la ley. La mitad de hoy.
No debería
extrañar que la última década haya sido perdida también en el orden de la
justicia. Cuando una sociedad entra en un profundo cono de sombra y la
corrupción se derrama desde el máximo poder como una metástasis no sólo no
funcionan la economía, las fuerzas de seguridad, la educación, el parlamento y
las instancias republicanas y constitucionales. Tampoco, es lógico, la
justicia. Casi la mitad de los encuestados (45%) cree que una justicia
independiente tendrá efectos en sus vidas y actividades, un 48% piensa que el
sistema judicial mejoraría si fuera más veloz y transparente, si no hiciera
diferencia entre los ciudadanos (32%), si bajara su presupuesto (7%), si
hubiera más honestidad (2%). Otros temas se reparten el restante porcentaje.
Sin duda el sistema
judicial se han ganado a pulso esta percepción de la ciudadanía, por mucho que
a algunos de sus integrantes les pueda doler con toda razón. Pero la anomía no
nace solamente desde arriba ni es unidireccional. En aquel trabajo de 2005 un
86% de los entrevistados afirmaba que el país vive al margen de la ley y el 88%
definía a los argentinos como desobedientes y transgresores. Pero cuando les
preguntaban si ellos lo eran decían que no. Curiosamente, el país se convertía
así en una comarca donde los transgresores eran fantasmas.
Este es un punto
clave. Cae de maduro que el sistema judicial es ineficiente, que está
atravesado por la corrupción, que se amolda de modo oportunista a conveniencias
políticas, que hace de la ley un medio de transacción para intereses
corporativos o personales y que por estas y otras razones se convierte en un
foco de injusticia. Quien vive en este país no necesita que se lo cuenten. Lo
ha experimentado de manera directa o indirecta. Y ahí están las cifras de la
encuesta. Pero a menudo las encuestas son también ejercicios de proyección,
mediante los cuales se echa sobre otros la sombra que no se quiere ver en uno. Permiten
ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Si se invirtiera
el enfoque y los encuestados respondieran con honestidad absoluta a la pregunta acerca de cuánto se han
beneficiado de la venalidad, inoperancia y corrupción de la justicia, y cuál es
su propia actitud respecto del respeto de la ley y de las normas así como del
cumplimiento de los deberes cívicos (que realmente son deberes morales, porque
tienen como fin al otro, al prójimo, al conviviente, al conciudadano), los
resultados podrían ser igualmente alarmantes. Es que los contratos morales que
conducen a sociedades con gobiernos confiables y responsables (lo que no
significa ni perfectos ni ideales) y con una justicia respetable y equitativa
empiezan a suscribirse en buena medida desde las acciones cotidianas de los
ciudadanos en su familia, en su barrio, en su consorcio, al volante de sus
vehículos, en sus conductas profesionales, en sus transacciones comerciales, en
sus cumplimientos fiscales, en sus interacciones personales.
En definitiva, las
sociedades terminan por tener los gobiernos y la justicia que se les parecen.
Si realmente se han iniciado tiempos de cambio, es mucha y decisiva la tarea
que aguarda a los ciudadanos para que encuestas como la de 2005 o esta última
arrojen resultados diferentes.
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