viernes, 7 de febrero de 2020

El valor de la actitud
Por Sergio Sinay

Solemos detenernos en la pregunta acerca de por qué nos pasan las cosas que nos pasan. Y quizás lo importante no es por qué ocurren esas cosas, sino cómo actuamos ante ellas.




Es mejor encender una vela que maldecir las tinieblas
Confucio

“Si te tocó es porque sos capaz de afrontarlo". Esta es una frase muy común con la cual se intenta consolar a quien atraviesa una situación difícil. Como otra, de frecuente auto aplicación: “Me toca vivir esto porque algo tengo que aprender”. Si fuera así, si las situaciones difíciles llegaran para que aprendamos algo, serían parte de un programa y no habría manera de evitarlas. En ese caso nuestra vida marcharía por un sendero predestinado, con poco o ningún margen para nuestra libertad y nuestra responsabilidad. Sólo nos quedaría responder como buenos o malos aprendices ante eso que nos “tocó”. Lo cierto es que, paso tras paso, en la vida nos “toca” algo, y nunca sabemos de antemano de qué se trata. Pero nos obligamos a saber, a descubrir el supuesto sentido oculto de esa circunstancia. Necesitamos una explicación, y si no aparece la construimos. Hasta llegamos a decir que lo intuíamos, que sabíamos que lo que pasó iba a pasar. Es lo que el ensayista libanés Nassim Nicholas Taleb (autor de El cisne negro y Antifrágil) llama “post-explicaciones”. Pretender que sabíamos lo que no sabíamos ni podíamos saber. No admitir el imponderable, lo que escapa a nuestro control, a nuestra voluntad y nuestra previsión. Y, en verdad, la mayor parte de los acontecimientos de nuestra vida están más allá de ese control. Sobre lo que sí tenemos absoluta responsabilidad es sobre nuestra actitud ante lo que la vida nos propone, por fuerte o doloroso que sea.
La escritora y terapeuta austriaca Elisabeth Lukas dice que ante la muerte de su madre un chico de 16 años puede pasarse el resto de la vida maldiciendo al destino, o transcurrir su existencia agradeciendo el haber tenido una madre cariñosa en los años decisivos de su infancia. Ante una enfermedad incurable un hombre de 50 años puede increpar a la suerte, apunta Lukas, o dar gracias por haber vivido medio siglo a salvo de ese mal. Y ni el uno ni el otro sabrán jamás por qué les ocurrió justamente a ellos eso que vivieron. Quizás, entonces, no se trata de lo que un hecho difícil o doloroso viene a enseñarnos, sino de lo que emerge de nosotros en esa situación. Allí se pone de manifiesto lo que Víktor Frankl (padre de la logoterapia, autor del imprescindible El hombre en busca de sentido) llamó el valor de la actitud. El sentido no está en el hecho que vivimos, nosotros significamos ese hecho a partir de nuestra actitud.

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