lunes, 5 de octubre de 2015

El gran escape
Por Sergio Sinay

Cuando un candidato huye al debate con sus adversarios falta el respeto a  los ciudadanos y muestra cobardía cívica. Y los medios que omiten transmitir ese debate debilitan a la democracia y demuestran irresponsabilidad.



En una democracia, quien aspira a ser Presidente del país y se niega a participar de un debate al que concurren todos los demás candidatos, actúa con falta de respeto hacia la ciudadanía y con cobardía cívica. Además permite sospechar, con fundamentos que carece de propuestas (o que si las tiene son insostenibles o indemostrables) y que es incapaz de dialogar o de articular ideas mediante la palabra. Si, por otra parte, huye de ese debate por órdenes superiores, da la razón a quienes sostienen que es apenas un testaferro de quien lo designó. Patético testaferro, sin duda, cuando quien lo designó manifiesta por él (a través de actitudes y palabras) un profundo desprecio. Con su ausencia, entonces, dice mucho.
Si un candidato con esas características ganara las elecciones, una masa crítica de la sociedad lo habrá elegido como el sepulturero del futuro colectivo y de toda esperanza republicana. En la noche del domingo 4 de octubre, cinco de los seis candidatos a la presidencia en las elecciones del próximo 25, expusieron en público y por televisión sus propuestas, sus ideas, sus visiones. Con mayor riqueza o con mayor pobreza, con mayor elocuencia o con menor precisión, las expusieron y las debatieron. Además, lo hicieron con respeto y con escucha. Se pueden tener mayores acuerdos o desacuerdos con cada uno. Lo cierto es que allí estuvieron. Honraron a los votantes a los cuales apelan.
El sexto candidato escapó de la cita. El desertor prefirió asistir a un festival de rock. Mostró en toda su dimensión su idea de diálogo, democracia, coraje cívico. Una idea nula. En consonancia con él, la mayoría de canales de televisión, especialmente los de noticias (?), omitieron transmitir lo que era un hecho histórico en la anémica democracia argentina. Olfatearon, quizás, que allí no habría agresiones gratuitas, no habría olor a sangre, no habría bajezas, no habría personajes bizarros, es decir faltaría la materia prima con la que están acostumbrados a alimentar sus pantallas. Faltaron a su responsabilidad periodística. Mostraron cuál es su ética. La ética del oportunismo, del rating fácil y barato, de la pereza intelectual. Esos canales son privados. La televisión pública (esa que pagamos todos y que manipulan obscenamente unos pocos) transmitía fútbol.
Sería un buen ejercicio para la memoria y para fortalecer nuestra condición de ciudadanos en un caso, y de telespectadores en el otro, no olvidar ni la actitud del candidato que huyó ni la de los canales que miraron para otro lado. Porque las democracias fuertes, las repúblicas estables y los futuros de las sociedades se construyen desde aquello que los ciudadanos, a través de sus votos y de sus acciones de cada día (hasta las más mínimas, como apagar televisores o cambiar canales) les dicen a quienes pretenden representarlos o informarlos. Como en todos los casos, quien calla otorga. Y, como en todos los casos, la culpa no es del chancho. La responsabilidad es de quien le da de comer.

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