Burradas históricas
Por Sergio Sinay
Cuando la ignorancia queda expuesta, la reacción de los soberbios es insultar a quien los puso en evidencia. Algo repetido en la Argentina de hoy.
La mezcla de soberbia e ignorancia puede producir un cóctel
tóxico. La última tanda de insultos presidenciales cayó esta semana a través de
twitter y le tocó recibirla al Doctor en Ciencias Políticas Alejandro Corbacho,
director del Departamento de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de
la Universidad del CEMA (Centro de Estudios Macroeconómicos de la Argentina).
El huevo
de la serpiente, de Ingmar Bergman, o La
cinta blanca de Michael Hanecke, etcétera) que le hubieran evitado esta
muestra de ligereza y la habrían sacado del desacierto. Pero si ya se
tergiversó la historia nacional, ¿por qué no hacerlo con la universal? Según este
esquema conceptual tan primario (y basado en un error), una humillación
justificaría millones de muertes y genocidios. Una justificación, también, del
resentimiento como motor del vale todo.
El pecado de Corbacho consistió en señalar el desconocimiento de la “abogada
exitosa” acerca de los reales orígenes del nazismo. Con pasmosa simpleza y
pobreza de argumentos ella lo había atribuido a que Alemania se sintió humillada
tras la Primera Guerra. Abunda la información proveniente de fuentes
respetables (historiadores, politólogos, memorias de grandes políticos,
extraordinarias películas como
Corbacho señaló que esa interpretación de la historia es
sesgada, pobre y anacrónica, y que ya fue superada por nuevos y ricos aportes. Esto
le valió ser el blanco de una andanada de tuits emitidos desde lo alto del
poder (tan mal escritos y faltos de sintaxis como es habitual) en que se lo
tildó de burro. Acaso el catedrático
podría haber hecho mención al mecanismo psicológico conocido como proyección,
pero eligió una respuesta más sencilla, terminante e incontestable. Pidió a su
ofensora “un poquito de humildad”. ¿Peras al olmo? Quién sabe.
William Shirer (1904-1993), gran Periodista (uso la
mayúscula porque lo merece), cubrió la Guerra desde Berlín para el New York Herald y dejó como testimonio
imperdible y necesario sus Diarios de
Berlin 1934-1941, reunidos en un libro apasionante y estremecedor que da
cuenta de los acontecimientos (y de su génesis) en tiempo real, con notable
lucidez. Quien lo haya leído jamás dispararía teorías tan antojadizas sobre el
origen del nazismo. Humildad es también informarse, estudiar, leer, aceptar un
error, pedir disculpas, reconocer a quienes saben más que uno y agradecerles.
Shirer dice en sus Diarios que hay tres mentiras infaltables
en tiempos de guerra: 1) los gobiernos dicen que el derecho está de su parte;
2) que su lucha sólo busca la defensa de la nación y 3) que están seguros de
vencer. Es curioso que en estas pampas las mismas ficciones se apliquen en
tiempos de paz. Y al servicio de intereses corruptos y perversos.
En la entrada de su diario correspondiente al 19 de julio de
1940, después de asistir a una sesión del Reichstag (Parlamento) en la que
habla Hitler, Shirer escribe: “Observé que es capaz de decir una mentira con
cara de absoluta sinceridad. Es probable que algunas de esas mentiras no lo
sean para él, porque cree fanáticamente en lo que está diciendo, por ejemplo
cuando hace una falsa recapitulación de los últimos veintidós años o su
constante reiteración de que Alemania nunca fue derrotada en la última guerra
sino traicionada”.
Al margen de ciertos ecos estremecedores que emanan de este
párrafo, el hecho de que se repita hoy la versión de Hitler, existiendo los
diarios de Shirer, la obra de Ian Kershaw, de Richard Bessel, de John Toland, de
Peter Fritzsche o de Eric Hobsbawm, entre otros nombres imprescindibles para
comprender el siglo XX, es cuanto menos preocupante. Aunque esa justificada
preocupación reciba como respuesta un insulto. Uno más.
Hace años trabajé en una empresa donde la dueña se parecía mucho a esta señora. Vestía muy bien, con lo más caro, de preferencia importado, al igual que su auto. Verborrágica sin límites, detestaba a las personas educadas porque ella no lo era, a las cultas porque ella no había estudiado, a los lindos y a los flacos porque ella era gorda.... Pero por sobre todo detestaba a los que pensaban distinto de ella. Por lo tanto para conservar el trabajo muchos le seguían el juego, adulándola y haciendo de verdaderos aplaudidores. Organizaba fiestas donde los empleados estaban obligados a asistir bajo pena de apercibimiento el día después. Muchos años manejó la empresa de la forma más injusta, arbitraria y escandalosa, despilfarrando el dinero en sus compras absurdas y dando cada vez peores servicios. Pero nadie podía y otros no querían decirle nada... Muchos años hizo eso... hasta la noche en que recostó su cabeza en la almohada para no despertar jamás. El infarto fue el único que pudo decirle ¡basta! Se puede hacer tanto daño o tanto bien en esta vida...tal vez sea sólo cuestión de optar. Ojalá los poderosos pudieran imaginarse sobre el final de sus vidas y pensar con lucidez sobre cómo quisieran ser recordados.
ResponderBorrarExcelente nota, Sergio,. Sólo un detalle técnico: se produjo un error de continuidad en el texto. A la mitad del primer párrafo, la oración que comienza con "El huevo de la serpiente, de Ingmar Bergman...", debería ir pegada al final del segundo párrafo, que hasta ahora queda así, como una gestalt inconclusa, en "...extraordinarias películas como..."
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