La mentira, esa forma de violencia
Por Sergio Sinay
Mentir desde el poder es alentar peligrosamente el fuego donde se cuece el caldo de la violencia. Y nadie escapa a los costos.
¿Para qué mentir? El psiquiatra vienés Alfred Adler
(1870-1937), que ahondó en el estudio de los efectos traumáticos del complejo
de inferioridad, sostenía: “Una mentira no tendría sentido si la verdad no
fuera percibida como peligrosa”. Hay algo en la verdad que el mentiroso no
puede confrontar, algo que lo desnuda, que lo deja en evidencia, que lo amenaza.
Algo que no puede soportar y ante lo cual carece de argumentos frente a su
interlocutor.
En lo que va del año se produjeron más de treinta cadenas
nacionales, casi todas ellas arbitrarias y emitidas contra las prescripciones del
artículo 75 de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, según el cual "el
Poder Ejecutivo nacional o los poderes ejecutivos provinciales podrán, en
situaciones graves, excepcionales o de trascendencia institucional, disponer la
integración de la cadena de radiodifusión nacional o provincial, según el caso,
que será obligatoria para todos los licenciatarios". En esas cadenas la
mentira apareció una y otra vez bajo distintas formas. Como estadísticas, como anuncios
no cumplidos, como difamación de personas que no podían defenderse, como dislates
pseudocientíficos o pseudotecnológicos, como reescritura caprichosa de la
historia, como argumentos detectivescos, como sal sobre las heridas de
enfermos, de pobres, de personas que perdieron a seres queridos en tragedias
promovidas por la ineficacia, la desidia y la corrupción del mismo poder
propietario del micrófono.
La historia reciente de la humanidad (y la más lejana
también) es pródiga en ejemplos de las consecuencias virulentas, dolorosas y
también sangrientas de la mentira y de la manipulación de la verdad. No se puede ni se debe jugar
irresponsablemente con ella. La mentira no es gratuita ni para quien la emite
ni para quien la recibe. Pero los costos no son los mismos. En el primer caso,
aunque tarden, son justos y caben. En el segundo son injustos. Quien miente y
miente, con la seguridad de que algo quedará, bien podría recordar aquella
suerte de poema de Gandhi: "Cuida
tus pensamientos, porque se convertirán en tus palabras/. Cuida tus palabras,
porque se convertirán en tus actos/. Cuida tus actos, porque convertirán en tus
hábitos/. Cuida tus hábitos, porque se convertirán en tu carácter/. Y tu carácter
será tu destino." Y más aún debería cuidarlas cuando en el aire se
respira el espeso tufo de la violencia.
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