miércoles, 16 de septiembre de 2015

Nadie está afuera de la política

Por Sergio Sinay

Militancia y pensamiento único son lo opuesto a la verdadera política, espacio en el que interactuamos para aportar lo propio al destino común. Quienes repudian la política como espacio público de encuentro y dicen alejarse de ella, dejan la vía libre a los autoritarios y los intolerantes


  
 Quien elimina la pluralidad o atenta contra ella, también elimina la política o atenta contra ella. La pluralidad es la esencia y la razón de ser del espacio público, ámbito en el que se desarrolla la interacción humana. Esa interacción modela las sociedades, crea sus normas, su moralidad, genera el encuentro entre lo diferente para la creación de algo nuevo, que trascienda a las personas y les permita permanecer más allá de la duración de su vida física. Ese espacio público es el que los viejos y sabios griegos llamaban polis. El espacio de la política, en donde se tratan los temas y las necesidades comunes, en donde se discuten y proponen los modos de abordarlos, en donde cada singularidad, cada subjetividad aporta lo suyo y único a lo general y compartido.
     Tanto la imposición del pensamiento único como la gestión totalitaria del poder marchan en dirección opuesta a todo esto. Ninguna interacción, y ninguna creación humana que vaya más allá de las acciones mecánicas y predeterminadas (es decir, más allá de una existencia animal) pueden nacer en un ámbito en el que todos piensan igual, en donde el “sí mismo” de cada quien se licúa en una masa chirle y uniforme, en la que desaparece la libertad de elegir y hacerse cargo de la elección y de sus consecuencias, y en donde perece la responsabilidad.
      En La condición humana (libro capital para la comprensión de estas custiones), Hanna Arendt (1906-1975) incursiona en las entrañas de tales ideas y las expone de un modo ejemplar. Regresar a ellas en este tiempo y en este lugar es una experiencia iluminadora. Durante una década (irremediablemente perdida) en la Argentina se intentó eliminar la pluralidad, se remplazó la polis (el espacio verdaderamente político) por una militancia ciega, intolerante y antipolítica y se pretendió hacer de las personas meras criaturas obedientes, manipulables, temerosas y funcionales a un modelo sostenido en la corrupción y la inmoralidad. Es necesario recordarlo tanto cuando se escuchan promesas de continuidad (a cargo de un candidato que no mostró una idea propia y, mucho menos, actos de dignidad) como cuando se hacen promesas de cambio (a cargo de candidatos incapaces de diseñar una utopía convocante y de arriesgarse a liderar un futuro que les pida coraje, convicción y volumen de ideas y visiones).
     La política (condición de supervivencia de la comunidad humana) no nace de la mente ni de los actos de este tipo de candidatos, más bien muere o se aborta allí. Nace cuando cada individuo sale de su cascarón de autorreferencia, de aislamiento calculador, de egoísmo terminal, para encontrarse con los otros en el único lugar en el que es posible crear promesas compartidas y comprometerse a respetarlas, no solo por conveniencias coyunturales e individuales, sino porque la polis se crea y se cuida para todas las generaciones. La propia es, después de todo, transitoria y efímera.
     Una elección es mucho más que un trámite burocrático, un recuento de votos o un simple acto cívico. Es la concentración de una cadena de comportamientos morales, es el reflejo del estado de una sociedad, es el llamado a la defensa (cuando existe) o a la creación (cuando no existe) de esa polis,  único espacio en el que la vida humana, más allá de que quien la vive sea artesano, operario, profesional, comerciante, agricultor o lo que fuere, puede encontrar trascendencia. Votar no es sacarse un peso de encima. Es asumir una responsabilidad por uno mismo y por muchos. Y no por hoy, sino por más tiempo del que viviremos los votantes.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario