Dos países y un futuro que espera
Por Sergio Sinay
Una movilización como la del 1-A recuerda que hay dos países y marca un punto de inflexión. Pero una sociedad republicana y democrática se construye con algo más que movilizaciones.
La movilización del sábado 1° mostró que hay dos países
superpuestos en el mismo territorio. Uno que no admite los mecanismos de la
república y la democracia, que se acostumbró a vivir del asistencialismo
manipulador, de la prepotencia patoteril, del discurso nacionalista hueco, que
celebra aprietes y escraches y que para hacerlo se negó a ver la más obscena y
devastadora corrupción de la Argentina contemporánea, una corrupción que ocultó
a los pobres humillándolos al ignorarlos (como hizo ese chicanero de asamblea
estudiantil que llegó a ministro de Economía
y que aun habla, tras haber mostrado crudamente su ignorancia supina en la
materia) o que no vaciló en usarlos reduciéndolos a medios para fines
perversos. Esa corrupción criminal y asesina enriqueció hasta límites
pornográficos a sus jefes y a sus cómplices obsecuentes y adulantes. Ese país
es intolerante, fanático y autoritario, como lo mostró en los hechos.
Hay otro país, difuso todavía, que por ahora va definiendo
lo que no quiere y deberá precisar de manera más asertiva cómo ejercerá los
valores que pregona, cómo modularán sus integrantes la sociedad en la que
aspiran vivir y cómo la construirán en la vida real, en las relaciones
interpersonales, en las prácticas comunitarias y en el trabajo diario, porque
se sabe que los valores morales no de predican, se viven. República y
Democracia son, en principio, solo palabras a las que hay llenar de significado
real. Pueden convertirse en meras consignas si no se transforman en una manera
de vivir hasta en los más mínimos detalles de la cotidianeidad. Más allá de los
deseos, en la Argentina hay muy poca práctica y experiencia de ese modo de
vivir. Pero en el 1-A volvió a manifestarse la aspiración de lograrlo.
Seguramente hay buenas y malas personas en ambos países. Hay
oportunistas y ventajeros en ambos (cada quien lo sabe y vive con su conciencia
más allá de lo que declame). Si no las
hubiera la grieta sería eterna. De ellas dependerá. Los que gobernaron el país
corrupto (y aspiran a volver) ya mostraron su calaña. Los que gobiernan hoy no
deberían confundirse. La mayoría de quienes salieron a manifestarse el 1-A no
lo hicieron por un partido y, más allá de las consignas, tampoco por un
gobierno, sino por un modo de vivir, de coexistir en una sociedad. Sin líderes
manipuladores, sin acarreos inmorales, sin violencia expresaron una pulsión,
hablaron de una energía disponible. No solo apoyaron la idea de vivir en una
República. Obligan al gobierno a tomar el compromiso de construirla. Para lo
cual habrá que salir de las celdas mentales del eficientismo teórico, dejar de
confundir personas con números, mirar menos las planillas de Excel, las redes
sociales, los “me gusta”, los timbreos prefabricados, el optimismo pueril,
habrá que limpiar los grises éticos (como los casos Arribas, cada vez más gris
oscuro, Correo, Avianca, etc.) y arremangarse para aprender a aceptar la
política y a practicarla como un arte (la más bella de las Artes cuando está
puesta al servicio de la polis, la ciudadanía, según decía Aristóteles).
Una tarea política enorme y cierta será la de
poder hacer de esos dos países uno solo. Eso no se logra mágicamente con
palabras como “pueblo” o “juntos”. Será un trabajo para varias generaciones. La
presente tiene una oportunidad. La de empezar. La movilización del sábado fue
política y fue reveladora. Les recordó a los autoritarios que la diversidad
existe, que hay más de lo que permite ver el fanatismo tuerto. Marcó una
realidad. Pero una sociedad adulta, civilizada, republicana y democrática
necesita mucho más que movilizaciones para construirse. Aun así es bueno que
una de ellas funcione como despertador.
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