jueves, 3 de octubre de 2024

Tanto ruido y tanta furia

por Sergio Sinay



En el quinto acto de esa impresionante y poderosa tragedia que es “Macbeth” William Shakespeare pone en boca del protagonista esta sentencia: “La vida es una historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa”. La vida social y política, las relaciones interpersonales, los espacios públicos, e incluso los íntimos y privados, parecen darle hoy la razón al enloquecido Macbeth que ve acercarse su hora final. Hay ruido y furia en los discursos, en las réplicas, en las acciones. Ruido y furia en las pantallas, en las redes, en los micrófonos. En la boca de gobernantes, dirigentes, parlamentarios, líderes, comunicadores. Ruido y furia en las calles, en los salones y en las alcobas.

El ruido y la furia como una emoción desbocada, como un caballo salvaje, sin jinete. Sin el jinete de la razón, capaz de conducirla. Ruido y furia. Nada más alejado de la filosofía del diálogo que proponía el filósofo israelí Martín Buber (1878-1965), nacido en Austria. Una palabra esencial sostiene a la vida verdaderamente humana, decía Buber. Esa palabra es Yo-Tú. Ambos términos son inseparables. Nada significa Yo si no hay un Tú. Y sólo ante un Yo cobra sentido el Tú. Todos somos Yo ante alguien. Todos somos Tú ante alguien. Cuando consagramos eso reconociendo al otro y respetándolo, y siendo reconocidos y respetados por él, construimos un puente y confirmamos otra afirmación de Buber: “Toda vida verdadera es encuentro”.

El ruido y la furia son lo contrario del diálogo y del encuentro. Destruyen el puente que lleva de Yo a Tú y de Tú a Yo. Ruido y furia impiden la escucha. Convierten la palabra en grito. Se lucha por imponer el monólogo propio. Y dos monólogos paralelos, por mucho que se griten, no hacen un diálogo, como bien decía Buber. No quedan entonces opciones. Habrá que aprender nuevamente a dialogar (o aprender por primera vez si nunca se lo hizo). O sucumbir ensordecidos por el ruido y la furia.

domingo, 22 de septiembre de 2024

 

La gran lección de las 

células


Por Sergio Sinay

(Publicado en el Suplemento Conversaciones del diario La Nación el 22/11/24)




El biólogo celular Bruce H. Lipton

 

 

El secreto de la supervivencia está en la cooperación y no en la lucha. Bruce H. Lipton llegó a este convencimiento y desde hace cuarenta años paga por ello un precio del que no se arrepiente. El establishment científico consideró esta idea como una herejía y Lipton fue desterrado al campo de la pseudociencia. Un costo alto para quien había alcanzado un máximo lugar en el podio de la biología. Nacido en 1944 en Mt. Kisco, Nueva York, Lipton era una estrella de la investigación sobre células y enseñaba en prestigiosas facultades de medicina, tanto en la Universidad de Wisconsin como en Stanford, cuando lo sorprendió la crisis de la mediana edad. Se rompió su matrimonio y lo arrasaron dudas acerca de los dogmas predominantes en su profesión: por un lado la creencia darwiniana de que en la vida sobreviven los más fuertes (o los que mejor se adaptan) y por otro el credo de que nuestro destino está determinado por la carga genética que recibimos.

Renunció a sus cargos y se refugió en la isla caribeña de Montserrat, en cuya escuela de medicina se inscribían quienes no eran admitidos en las grandes universidades estadounidenses, y mientras revisaba y cuestionaba los principios de la biología oficial, inyectaba en sus alumnos desclasados una confianza y una capacidad de abrir nuevas vías de investigación de las que él mismo bebió. Retomó ideas de otro despreciado por la ciencia oficial, el francés Jean Baptiste Lamarck, padre de la biología, que en 1802 había sostenido una tesis opuesta a la que Darwin impondría medio siglo más tarde. Los organismos vivos aprenden de su entorno, decía Lamarck, desarrollan recursos para prosperar y trasmiten ese aprendizaje a las generaciones futuras. Así funciona la vida. Lipton sospechó entonces que los seres vivos no estamos manejados como títeres por la información genética que recibimos, sino que esa base puede transformarse a partir de la interacción con el entorno. Esta visión y sus trabajos como biólogo molecular le permitieron conocer como pocos la vida y el funcionamiento de las células, incorporó la física cuántica a la investigación, determinó el papel esencial de la energía en la conformación de la vida y llegó a una de sus teorías fundamentales: ningún ser vivo (humanos, animales, plantas) es un individuo homogéneo y aislado. Todos somos una asociación de células que se organizan y cooperan con un fin: mantener e impulsar la vida. Es la colaboración, entonces, y no la confrontación el fundamento de la existencia. La gran lección de las células.

Tal teoría es una auténtica herejía en una cultura, como la que nos atraviesa, en la que se fomenta la competencia, el éxito individual, imponerse a los otros antes que colaborar con ellos. Y en donde la manipulación genética es acaso el más peligroso y menos denunciado de los peligros que amenazan a todas las especies del planeta, incluida la humana. En su libro La biología de la creencia (que enriqueció en sucesivas ediciones) Lipton transmite sus descubrimientos con notable claridad y celebra la reivindicación de Lamarck, simultánea al fuerte desarrollo actual de la epigenética, disciplina que estudia el modo en que el medio ambiente y el entorno influyen en el ADN y en lo genético. A su manera Lipton se une a Carl Jung en la idea de un inconsciente colectivo que dota a cada especie de herramientas no solo para vivir sino para autodeterminarse y legar historia y recursos a las siguientes generaciones. “Hace 40 años, mis colegas me tildaron de loco”, recuerda Lipton. “Hoy en sus clases enseñan lo que yo descubrí. De todos modos, lo mejor que pude hacer fue salir de aquella comunidad científica”. Es la historia de tantos “locos”: abrir horizontes contraculturales, mostrar que hay caminos que van por fuera de intereses científicos, económicos o políticos predominantes. En este caso poner la ciencia al servicio de la cooperación en un tiempo de confrontación.

lunes, 6 de mayo de 2024

Una luminosa ceguera

 UNA LUMINOSA CEGUERA

por Sergio Sinay

¿Cuántas vidas simultáneas vivimos? ¿En cuántas, y cómo accedemos al amor? ¿Qué es el azar? ¿Y qué el tiempo? Apasionantes preguntas del infinito universo borgiano que atraviesan "Cita a ciegas", una conmovedora experiencia teatral cuyos ecos resuenan más allá del escenario



Somos puntos de una trama infinita, tejidos por el azar, que, a pesar de lo que creemos, es metódico y ordenado. Lo decía Einstein al afirmar que Dios no juega a los dados. Y es la idea que sobrevuela “Cita a ciegas”, historia que Mario Diament imaginó y escribió tras entrevistar en 1984 a Jorge Luis Borges. Modelo perfecto de teatro de cámara, toma a cuatro personajes que, en principio, son para el espectador cuatro puntos perdidos en el espacio del desasosiego, el desamor, el hambre de sentido para sus vidas a la deriva, y los hace girar en torno de un escritor ciego sentado en una plaza hasta que, desde sus dolores, angustias y frágiles anhelos y esperanzas, se vislumbra la trama, el tejido que los une y los desune en el presente y en el pasado sin que ellos mismos terminen de saberlo y de comprenderlo.

El escritor es Borges, aunque no se lo nombre, pero es más que el Borges carnal. Es el punto central de un Aleph en el que caben todas las posibilidades e impedimentos del amor, y hasta la posibilidad de que aquello que vivimos en esta realidad esté sucediendo de un modo diferente en un mundo paralelo. El otro, los caminos que se bifurcan, las ruinas circulares de tantas existencias y la vastedad de lo cuántico están allí. Es el infinito universo de Borges, al cual volver si se lo leyó y al cual ingresar, si no, siguiendo esta historia, que son muchas historias.

“Cita a ciegas” es un preciso y precioso mecanismo de relojería que necesitó para plasmarse de la lucidez y la sensibilidad de su director (Mauro J. Pérez) y de sus actores (Mario Petrosini, Hugo Cosiansi, Iardena Stilman, Silvina Muzzanti, Nayla Noya). Se trata tanto de un thriller sobre física cuántica, como de una meditación sobre el amor (que siempre pide cuentas, como se dice en la obra) y sus misterios, como de una exploración de las infinitas dimensiones del tiempo y de una inmersión poética y conmovedora en la eterna genialidad de un hombre al que su ceguera jamás le impidió ver lo que tantos videntes no captan. Una obra conmovedora, de visión imprescindible (valga el juego de palabras). Está en el teatro El Método Kairós.


viernes, 12 de abril de 2024

 

El periodismo

 desobediente


Por Sergio Sinay


Fundador del periodismo moderno, Joseph Pulitzer dejó un mensaje para los gobernantes, los lectores y los periodistas de hoy




 

 

El premio Pulitzer otorga prestigio y reconocimiento a los narradores, dramaturgos, ensayistas y periodistas que acceden a él. Fue creado en 1917 y lo gestiona la Universidad de Columbia, en Nueva York. Nació por decisión de Joseph Pulitzer (1847-1911), que así lo dejó manifestado en su testamento. Pulitzer era húngaro, emigró a Estados Unidos en 1864, en plena Guerra de Secesión, y se enroló en el ejército unionista, que ganaría la contienda representando al Norte antiesclavista. Al cabo de la guerra se convirtió, en San Luis Missouri, en reportero del The Westliche Post, diario en lengua alemana, y se afilió al Partido Demócrata. Pero aspiraba a más. Quería su propio diario. En 1883 se mudó a Nueva York y adquirió el matutino The World para crear el infotainment, estilo que combinaba información con entretenimiento. El periódico se hizo popular y fue puntal en la denuncia de la corrupción y la injusticia.

Desde el The World Joseph Pulitzer inició una dura competencia contra el The New York Morning Journal, propiedad de otro magnate de la prensa, William Randolph Hearst. Y como atracción incluyó el color en su diario. Así pudo publicarse The Yellow Kid (El chico amarillo), una historieta surrealista creada por Richard F. Outcault y publicada entre 1895-98, cuyo protagonista se imprimía en esa tonalidad. Allí nació (debido a esa experiencia y a la popularidad y estilo del diario) la denominación de periodismo amarillo. Sin embargo, el ideal periodístico de Pulitzer iba más allá. Veía en la profesión una misión: defender la democracia y los ideales republicanos, elevar el nivel cultural de sus lectores, anticiparse al devenir de la historia y no correr detrás de ella. El texto publicado en mayo de 1904 en la North América Review en el que fundamentaba los propósitos que lo guiaron a fundar la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia sigue siendo ejemplar y merece ser leído no sólo por quienes ejercen el oficio con verdadera vocación, sino también por gobernantes que usan al periodismo como chivo emisario o enemigo de ocasión (por temor, por resentimiento, como castigo por no ser alabados incondicionalmente o por ver desnudado lo que pretenden ocultar). Incluso es una lectura recomendable para la opinión pública.

Acerca de esta dice Pulitzer: “La opinión pública es una entidad variable que a menudo cambia a la velocidad del pensamiento. Por eso es imposible que siempre esté en lo cierto. ¿Era la voz del pueblo la voz de Dios cuando apoyaba la esclavitud en una república dedicada a la libertad?”. Oportuna advertencia para quienes, desde el poder, creen contar con una feligresía eterna e inamovible. La historia los desmiente a cada paso, aunque la ignoren. Los trolls no votan, aunque inunden las redes sociales, y se necesiten pocas personas para crear miles de esos depredadores seriales. Por eso siguen vigentes las palabras de Pulitzer cuando afirmaba que la función y el poder de la prensa “perdurarán en la misma medida en que lo hará la fidelidad de los periódicos a sus principios y a su deber de hacer de la prensa una fuerza ética de la comunidad, sirviendo a la gente y luchando por ella sin temor, sincera, desinteresada y libremente”. Quienes ejercen la profesión en consonancia con esas palabras perduran más allá de tiempos y coyunturas. Más allá, también, de quienes, desde el poder, pretenden modelar la realidad forzándola a ser el reflejo de un pensamiento único, refractario al disenso, al debate, a la diversidad de ideas. “Una opinión pública bien informada será siempre nuestro tribunal de última apelación”, sostenía Pulitzer. Y agregaba que esa apelación “siempre se puede hacer con seguridad contra los errores públicos, la corrupción política, la indiferencia popular o las faltas administrativas”. Cerraba su memorable texto afirmando que el trabajo del periodismo es “difundir inteligencia como el sol difunde luz” y que, si eso se cumple, “la opinión pública hará otro tanto a favor de la justicia en el gobierno, la pureza en la política y valores más altos en los negocios y en la vida social de la nación”. Aun a pesar quienes desean una prensa obediente y que la opinión pública se les rinda incondicionalmente.

jueves, 14 de marzo de 2024

 EQUIDAD, RESPETO Y DIFERENCIA

Sergio Sinay

Una filósofa feminista plantea una nueva e inteligente perspectiva para superar los desencuentros de género en todos los ámbitos de la vida cotidiana





El ingreso de las mujeres a territorios laborales, políticos y sociales que les resultaban ajenos o estaban vedados no es sólo consecuencia de movimientos y luchas feministas, sino también de desarrollos tecnológicos producto de los cuales, especialmente en Occidente, los trabajos que sostienen al capitalismo tardío se hicieron menos dependientes de la fuerza y la destreza física. Entre otros interesantes y muy lúcidos conceptos esto plantea Nina Power en su reciente libro “¿Qué quieren los hombres?”, a mi entender la más amplia, comprensiva y superadora mirada planteada acerca de la controvertida temática de género.

Power es una filósofa y activista feminista británica que aporta con claridad y aguda inteligencia una perspectiva nueva y enriquecedora a una cuestión infestada de intolerancia, fundamentalismos, sesgos, desencuentro, cancelación y, en definitiva, rencor e infelicidad entre unos y otras. ¿Cómo podemos respetarnos, comprendernos y amarnos mutuamente cuando una cultura que nos necesita enfrentados, segmentados y solos para sacar rédito de ello desalienta valores eternos que están en nosotros por encima de cuestiones de género?, se pregunta Power. El sexo existe, somos distintos, pero podemos amar las mismas cosas.

Nuestra cultura está en problemas, afirma y demuestra Power, y trabajar en ello es una tarea convocante para todos. Vivimos en un mundo heterosocial, señala, en el que los sexos se mezclan en todas las áreas de la vida cotidiana, social y ecnómica. El trabajo es una de ellas: ¿cómo deberíamos actuar en este ámbito los hombres y las mujeres para respetarnos diferentes (aspecto que las proclamas igualitarias suelen pretender eliminar o forzar hacia una similitud voluntarista que empobrece a todos) y relacionarnos con equidad en ámbitos cooperativos? Este es un desafío que nace de la muy recomendable lectura de Power. Dejo y comparto aquí el interrogante.

 


jueves, 28 de diciembre de 2023

MÁS ALLÁ DE LO CONOCIDO

 MÁS ALLÁ DE LO CONOCIDO

por Sergio Sinay



Estamos como el astronauta David Borman (interpretado por Keir Dullea) en el alucinante tramo final de “2001, odisea del espacio”, obra maestra del inglés Stanley Kubrick, película que, desde su estreno, en 1968, se abre a significados cada día más amplios y profundos. En ese punto del film Borman está solo ante lo desconocido. Su compañero, Frank Poole, ha muerto asesinado por Hal 9000, la supercomputadora de la nave, que se rebela contra los humanos. Borman la desconecta, la misión llega a su objetivo, Júpiter, pero no se detiene, y ahora va, como reza un subtítulo de la película, más allá del infinito, en donde Borman, quizás el último humano o acaso el primero de una nueva especie, se topará con la revelación de ancestrales misterios existenciales, solo para enfrentarse a otros, nuevos, innombrables.

Así empieza 2024 para nosotros, habitantes de esta Argentina. Vamos más allá del infinito, viviendo una experiencia sin antecedentes locales. Enfrentados a lo desconocido. No hay especialistas en lo desconocido, porque nunca ocurrió. Sin embargo, muchos pretenden conocerlo y lo vaticinan, para bien o para mal. Los que profetizan lo peor parecen gozar con ello, como adictos al morbo. Otros se esperanzan. Otros temen. Otros niegan, se enfurecen, despotrican. ¿Pero por qué no esperar? ¿Por qué no fluir con los hechos, abiertos al acontecer? ¿Por qué no permitirse no saber? Simplemente no saber. Esperar no es ni aprobar ni apoyar. Es admitir que no se sabe.

Sí sabemos de dónde venimos. De la corrupción más abyecta, de la indignidad más obscena, del apagón moral más oscuro. Cualquier chispa de luz encandila cuando se viene de ahí. Entonces, quizás se trate de esperar, no adelantarse, pensar (un ejercicio despreciado, remplazado por la reacción amigdalina, prejuiciosa, que abre atajos sin salida). Esperar, acompasar, contemplar. La contemplación consiste, dice el pensador inglés John Gray, en observar sin interpretar. Y, de paso, volver a ver “2001, odisea del espacio”, esa joya que abre horizontes en mentes y corazones.


lunes, 20 de noviembre de 2023

CUANDO GANA LA DEMOCRACIA

 

CUANDO GANA LA DEMOCRACIA

Por Sergio Sinay




 

Aunque a algunos les cueste aceptarlo, en el balotaje ganó la democracia. Porque como decía Karl Popper (1902-1994) gran filósofo de la ciencia y la política, la democracia es el sistema que permite cambiar a un gobierno (en este caso un régimen) sin derramamiento de sangre. Es, además, decía Popper, el sistema que impide que la acumulación de poder se convierta en dictadura. Este mismo pensador definía a la oligarquía como “el gobierno de unos pocos no tan buenos”.

Hay muchos en el campo de la política, de los medios, de la cultura, de la ciencia, del espectáculo y del deporte que han sido prebendarios (no siempre en dinero, también en especies) de la oligarquía derrotada en el balotaje. Son los que malversaron la idea de democracia pretendiendo imponerle a los ciudadanos, a través de cartas abiertas y de medios cómplices, a quién debían votar y a quién no votar, avasallando así la autonomía de pensamiento y la libertad de elección de los votantes. Una torpe manera de rifar reputación.

Sobre lo que vendrá hay muchos interrogantes. Se irán respondiendo con el tiempo y con acciones. Y las dudas que nos aquejan necesitarán de nuestra presencia, nuestra acción de ciudadanos, nuestras activas acciones de cada día para ser respondidas por cada uno desde donde le toque vivir, trabajar, relacionarse y actuar como ciudadano. Que la democracia siga viva y no vuelva a derivar en oligarquía depende de eso. Este texto no milita por el nuevo gobierno (en tiempos de intolerancia siempre es oportuna la aclaración). Solo celebra el triunfo de la democracia, que le ganó al miedo disparado por la oligarquía que perdió. Porque es sin miedo como se puede sostener a la democracia, este sistema que Winston Churchill definió así: "No es perfecta, pero es mucho mejor que cualquier otra forma de gobierno que haya existido."

lunes, 23 de octubre de 2023

 

EL VOTO ESPEJO

Por Sergio Sinay




 

El voto emocional (guiado por la bronca, el resentimiento, el hartazgo, la tristeza) suele producir frutos amargos tanto para el que vota como para la sociedad. El análisis emocional de los resultados de las elecciones, también. En ambos casos la deserción de la razón deja al potro de la emoción desbocado, sin jinete y corriendo hacia lugares peligrosos. La oferta electoral de este domingo 22 de octubre presentaba candidatos mediocres, o tramposos, o delirantes según cada caso. Ninguno capaz de generar una esperanza sólida, fundamentada, una visión convocante por encima de las diferencias que hay en toda comunidad, ninguno que alentara a desarrollar propósitos individuales y colectivos ciertos y movilizadores. Una campaña larga, opaca, sucia, patética, hecha de bajezas, amenazas, escándalos, corrupción, mentiras y miserables trifulcas internas transcurrió a espaldas de 18 millones de argentinos pobres, de 1 millón y medio de indigentes, de un país sin educación, sin salud, sin seguridad. Nadie habló de eso y la ciudadanía tampoco lo exigió. Finalmente, aunque duela decirlo y escucharlo, las sociedades tienen los dirigentes que producen, que admiten y que se les parecen.

Ahora los ganadores repiten la prepotencia de siempre, la creencia de que mayoría es impunidad, de que las cuentas no se rinden. Y los perdedores aparecen ofendidos, con una cierta actitud moralista que, desde su indignación, les hace creerse por encima de los provisorios ganadores. Y sorprendidos, con una sorpresa un poquito hipócrita (todo hay que decirlo), como si la vida los hubiera traicionado, como si esto hubiera llovido del cielo y sin aviso. Y en realidad surgió de aquí, del territorio que pisamos todos los días, y con aviso. Ninguna sorpresa. La víscera criolla más sensible sigue siendo el bolsillo. En algunos por escasez terminal, en otros por abultamiento. Y al final del día la mayoría de los electores vota con el resentimiento que le provoca el bolsillo vacío o con el miedo producto del bolsillo lleno. Después eso se viste de justificaciones endebles e insostenibles, apoyadas en la emoción. Pero la razón es minoritaria en las elecciones. Cada uno a su manera, los de arriba y los de abajo esperan al mesías, a los reyes magos, a Papá Noel. Y creen verlo llegar en cada elección. Cuando descubren el fiasco ya es tarde, viene el ciclo de la bronca, se ahondan las grietas y se reanuda la espera en la convicción de que la próxima vez será. Los candidatos no caen del cielo, no nacen de repollos. Nacen de la sociedad. Son espejos y el espejo siempre refleja lo que tiene en frente.

lunes, 9 de octubre de 2023

 

¿De qué libertad hablamos?

Por Sergio Sinay


La libertad mal entendida y usada como carnada por populismos autoritarios puede aumentar la desigualdad social




 

La sociedad está integrada por individuos diferentes entre sí, que no pueden ser obligados a participar de proyectos comunes ni a cooperar con otros en función del bien común, porque eso violaría su libertad. Lo de cada uno es de cada uno y toda intervención del Estado para paliar desigualdades sería coercitiva. El Estado debería remitirse pura y únicamente a garantizar la propiedad privada, la seguridad y el derecho de cada persona a hacer lo que le plazca con su vida. Estas son, en una síntesis muy breve, las ideas que contiene Anarquía, Estado y Utopía, un libro que apareció en Estados Unidos en 1974 y se convirtió desde entonces en una especie de biblia del libertarismo, corriente forjada hacia los años 60 del siglo pasado y opuesta al Estado de Bienestar, nacido luego de la Segunda Guerra para paliar la devastación económica, social y moral que la conflagración dejó como saldo en Occidente.

El autor de ese libro es Robert Nozick (1938-2002), filósofo que enseñó en las universidades de Harvard, Columbia, Princeton y Oxford. En un principio de su carrera adhirió a lo que se conoció como Nueva Izquierda, aunque su posterior encuentro con las ideas de la Escuela Austriaca, nacida en Viena a comienzos del siglo veinte, lo impulsó a virar sus puntos de vista y terminó siendo un ícono de los movimientos de derecha ultraliberales y conservadores, adoradores del mercado y denigradores del Estado y de sus funciones sociales. Economistas como los austriacos Ludwig von Mises (1881-1973) y Friedrich Hayek (1899-1992) y el estadounidense Milton Friedman (1912-2006), y estadistas como Margaret Thatcher y Ronald Reagan, por citar algunos nombres, son representativos de esas ideas.


Mercado libre

Aunque Nozick se mostró posteriormente disconforme con varias de sus propias ideas, las que en el libro están desarrolladas de un modo a menudo complejo y oscuro, sus revisiones no tuvieron la misma repercusión que aquella obra y el libertarismo sigue abrevando en ella. Como lo define Michael J. Sandel (uno de los más respetados filósofos políticos de hoy) en su imprescindible libro Justicia, ¿hacemos lo que debemos?, el credo libertario puede sintetizarse así: Soy el dueño de mí mismo. Si soy mi dueño soy el dueño de mi trabajo y tengo derecho a quedarme con el 100% del fruto de él, porque si cedo parte de ese fruto a otro (el Estado, por ejemplo) este se convertiría en mi dueño. Como soy el dueño de mí mismo puedo hacer con mi persona lo que yo quiera, siempre que no perjudique a otros.

Cuando en una sociedad existe una marcada desigualdad la libertad termina siendo simplemente libertad de mercado, y los más libres son los que más tienen. Si se dispone de menos recursos hay menos margen de elección y, en palabras de Sandel, “el libre mercado, para quienes no tienen mucho donde elegir, no es tan libre”.

En su análisis crítico del libertarismo Sandel pone ejemplos como el del alquiler de vientres, la compraventa de niños, la venta de órganos o los ejércitos privados. Alquilar un vientre, dice, es un lujo que los pobres no se pueden dar. Y quienes alquilan sus vientres no lo hacen por mero ejercicio de su libertad, sino por necesidad económica. A su vez quien vende un órgano tampoco lo hace como un ejercicio de su libertad, sino como recurso desesperado de supervivencia. Nuevamente, ningún rico vendería un órgano, pero sí un pobre extremo. Si, ejerciendo la libertad de protegerse, quienes cuentan con recursos arman sus propios ejércitos privados, viviríamos rodeados de ejércitos de mercenarios, que no estarían al servicio de una bandera o una causa, sino de intereses particulares. Sus integrantes serían, como los órganos o los vientres, mercancías sujetas a la posibilidad de ser compradas o vendidas.


Libertad desigual

El autor de Justicia, ¿hacemos lo que debemos? vincula de esta manera la libertad de mercado, preponderante en la visión libertaria, con la moral. Al priorizar de una manera acrítica la libertad como un fenómeno abstracto, desligado de connotaciones sociales, se incentiva el utilitarismo, el egoísmo, la indiferencia por el destino colectivo, las visiones comunes y se va en contra de la naturaleza de los humanos como seres sociales que se necesitan mutuamente (no única y necesariamente para transacciones de mercado).

Como advierte con razón Sandel, no todo en la vida se puede medir por su beneficio económico o su valor de uso, por mucho que se mencione para ello a la libertad. Las personas se respetan, los objetos se usan y no todo se puede comprar, aun en un mercado libre.

Gritar “Viva la libertad, carajo” puede sonar atractivo y atraer multitudes justificadamente hartas de la desigualdad, de la injusticia, del deterioro social y de la pérdida de sueños y proyectos. Pero seguir ese grito atraídos por su sonido, sin averiguar de qué libertad se habla y cuáles son sus parámetros morales, encierra un riesgo grave. Hay llamados a la libertad confusos y engañosos que solo conducen a mayor desigualdad, menor empatía social y menor solidaridad.

domingo, 11 de junio de 2023

 

Un futuro sin trabajo

Por Sergio Sinay



Un futuro sin trabajo

Por Sergio Sinay

 

En los años 30 del siglo anterior la fábrica Ford era un modelo virtuoso de la segunda Revolución Industrial. La primera Revolución ocurrió en el siglo dieciocho con la aparición de la energía de vapor, y la segunda hacia fines del diecinueve con la electricidad, la línea de montaje y la producción en masa. Esto descollaba en la fábrica de automóviles creada por Henry Ford en Michigan, Estados Unidos. Y a eso apuntaban las nuevas industrias. Fin del artesanado y de las habilidades individuales, implantación de movimientos repetitivos y mecánicos en la línea de montaje, subordinación del humano (y sus decisiones) a los ritmos y los tiempos de la máquina. Lo que Charles Chaplin retrató de manera genial e imperecedera en la película “Tiempos modernos”.

A la segunda Revolución Industrial le siguió la tercera, en la mitad final del siglo veinte, con el advenimiento de la computadora, internet y la tecnología de la información. Pero la historia no termina ahí. La cuarta Revolución Industrial está entre nosotros, liderada por la robótica y la inteligencia artificial (IA). En un ensayo publicado el 2 de mayo de este año en la Harvard Business Review, W. Chan Kim y Renée Mauborgne, profesores de estrategia y codirectores del Instituto de Estrategia del Océano Azul de INSEAD (Instituto Europeo de Administración de Negocios) en Fontainebleau, Francia, advierten sobre el lado B de este fenómeno que hoy produce euforia entre los tecno adictos. “Las nuevas tecnologías están en camino de desencadenar saltos en la productividad mayores de lo que hemos visto antes. Y con estos saltos en la productividad vendrán costos cada vez más bajos y mayores eficiencias, lo cual es bueno”, admiten Chan Kim y Mauborgne. Sólo que hay un problema, agregan de inmediato.

 

FIN DE LA ESTABILIDAD

Ese problema está a la vista y ya produce consecuencias. En el modelo de producción de Ford la rutina y la repetición sometían al operario a la máquina, pero al mismo tiempo le ofrecían estabilidad laboral. Y con esa estabilidad algo de lo que alardeaba el señor Ford: gracias a ese trabajo estable, y al salario que ganaban con él, los operarios podían comprar los autos que ellos mismos fabricaban, al tiempo que eran dueños de sus puestos. En “El mundo sin trabajo”, libro escrito a dúo por el antropólogo y cineasta italiano Rudy Gnutti y el sociólogo y pensador polaco Zygmunt Bauman (1925-2017), los autores señalan la interdependencia que existía entre capitalistas y trabajadores: “Los trabajadores dependían de Henry Ford para obtener su salario, pero Henry Ford y su empresa dependían de los trabajadores para que fabricaran sus productos, y para asegurarse de eso debía ofrecer condiciones más o menos duraderas para que siguieran trabajando allí”.

La cuarta Revolución Industrial vino a quebrar esta lógica, en un mundo donde no sólo los puestos de trabajo son inestables o perecederos, sino que también lo son las marcas y las empresas, cuyos dueños ya no dan la cara con el orgullo con el que lo hacían Ford y sus contemporáneos, sino que ni siquiera se sabe quiénes son. La mayoría de las veces se trata de accionistas anónimos, fantasmáticos, o de fondos de inversión que buscan ganancias rápidas antes de desaparecer o de ir por nuevos cotos de caza. Gracias a las nuevas tecnologías y a la digitalización del mundo, existe una realidad virtual en la que, como advierten Gnutti y Bauman, los nuevos capitalistas, esencialmente financieros, “no tienen que esforzarse mucho, solo con sus dedos pueden mover sus capitales y llevarlos a cualquier lugar”. Mientras eso ocurre, quienes pierden sus trabajos debido a esos movimientos siguen fijos en sus lugares, arraigados al suelo. Y, como señalan estos autores, si bien el progreso tecnológico hace crecer el pastel (la riqueza), no existe ninguna regla ni ley económica según la cual todo el mundo se beneficiará de eso. “Las empresas más importantes del planeta crean una riqueza inmensa, afirman, pero por sus características tecnológicas emplean una cantidad ridícula de trabajadores respecto a las inmensas empresas del pasado (Facebook, Amazon o Google, respecto a la Ford, por ejemplo)”.

Se habla mucho de supuestos nuevos empleos y profesiones que nacerán al compás de las flamantes tecnologías, pero mientras permanecen en el plano de la fantasía o la suposición, se sabe con certeza el trabajo que se va perdiendo. Oxford Economics, firma global de pronóstico y análisis cuantitativo, pronostica que las máquinas inteligentes eliminarán unos 20 millones de empleos industriales en todo el mundo durante la próxima década. La Brookings Institution, centro de investigación sin fines de lucro, pronostica que el 25% de los trabajadores estadounidenses correrán el riesgo de ser desplazados en las próximas décadas. Eso se traduce en unos 36 millones de empleos en riesgo de eliminación. Apenas un reflejo de lo que puede ocurrir en el planeta. Chan Kim y Maugborne ofrecen, a su vez, estos ejemplos: Procter & Gamble aumentó sus ventas de $ 40 mil millones de dólares en 2000 a $ 67 mil millones en 2018, pero redujo su fuerza laboral en el mismo período de 110,000 a 92,000 puestos. Y aunque las ventas en General Motors, alguna vez rey automotriz del mundo, se redujeron de $ 166 mil millones en 1998 a $ 147 mil millones en 2018, el número de sus empleados se desplomó de 608,000 a 173,000, una pérdida del 71%. Parece, concluyen, que la tecnología está reduciendo la necesidad de mano de obra en todas las industrias.

 

EL PERRO SE MUERDE LA COLA

Y esto nos lleva de regreso al problema que mencionan los propios Chan Kim y Mauborgne, al que describen así: “Para comprar bienes y servicios de menor precio ofrecidos por la moderna tecnología, y disfrutar de un nivel de vida más alto, no hace falta decir que las personas deben tener empleos e ingresos sólidos. Sin ellos, no importa cuán eficientes, de bajo costo y de alta calidad se vuelvan los bienes y servicios a través de los avances tecnológicos, la gente no tendrá los medios para comprarlos. Y si no puede comprarlos, la relación establecida desde hace mucho tiempo entre una mayor productividad y un nivel de vida creciente se vuelve ilusoria”.

Más claro, agua. El perro se muerde la cola. Como apuntan Bauman y Gnutti, cuánto más tecnológica es una sociedad, más rápidamente destruye lugares de trabajo. Y el trabajo en la vida humana no es solo productividad y generación de riqueza. Es fuente de sentido existencial, escenario de manifestación de vocaciones, talentos y potencialidades, espacio de expresión de valores y reafirmación de principios, origen de vínculos importantes en la vida de las personas, capítulo trascendente en la historia de cada individuo y oportunidad de dejar una huella de su paso por la vida y por el mundo. Desde que el hombre descubrió el fuego la tecnología es parte de la historia humana. Toda la humanidad debe ser su heredera y la beneficiaria de su acción y no solo una pequeña parte a expensas de una enorme mayoría, como bien dicen Gnutti y Bauman. No es útil cuando genera más ganancias económicas, sino cuando permite a más personas trabajar, relacionarse y vivir mejor en un planeta mejor cuidado. El tema central no es hoy el del futuro del trabajo, sino el de un futuro sin trabajo.