Manchester frente al mar: en el cine como en la
vida
Por Sergio Sinay
Cuando una película se convierte en una epifanía que ilumina las zonas dolorosas de la vida
Luis Buñuel, director de Viridiana, El ángel exterminador, El
discreto encanto de la burguesía, un auténtico genio (palabra devaluada por
su uso banal y excesivo), decía que una vez apagada la luz en una sala
cinematográfica, el espectador queda a merced de lo que emite la pantalla. No hay
tiempo para la reflexión (sí, quizás, al final de la proyección), las emociones
mandan. Una gran diferencia con la literatura (podemos poner pausa en la
lectura, pensar, regresar), con la pintura (nos alejamos de la obra, la miramos
en perspectiva) o del teatro (los actores están en tamaño real, también sus
voces lo son, no hay primer plano, podemos reflexionar). Por este motivo el
cine se presta también a la manipulación emocional, a que un director tramposo
nos acose con golpes bajos que no tenemos tiempo de esquivar, a que se nos
abrume con chantajes emotivos.
Manchester frente al mar, película con cinco
nominaciones al Oscar de este año, es una muestra de cómo se puede evitar todo
eso y producir una obra de profunda sensibilidad y de enorme honestidad moral.
Está mil veces demostrado que estos premios se deciden a menudo por razones
oportunistas, por cálculo económico o político, o incluso por torpeza para diferenciar
lo artístico de la chabacanería sentimental. Cualquiera de esas razones podría llevar
el premio hacia un film que no sea este, dirigido por Keneth Lonergan y
protagonizado por Casey Afleck, Michelle Williams, Kyle Chandler y Lucas Hedges.
Más allá de esa eventualidad Manchester
es un profunda, respetuosa, serena y empática incursión en el dolor que produce
la más terrible de las pérdidas: la de los seres más cercanos, más queridos y
más indefensos. En este caso, pérdidas físicas y afectivas. Confieso que pocas
veces he visto en el cine un acercamiento a ese dolor hecho de un modo más
honesto, más comprometido y más virtuoso en el plano de la narración, puesta en
escena y actuación, que en esta película.
En la era del ¡pum para arriba!, de
la liviandad como consigna, de la diversión boba e infatigable, de la
superficialidad emocional, de los vínculos descartables, Manchester frente al mar es una joya rara, una piedra preciosa. El
relato es pausado, no hay un solo golpe bajo (en un tema que invita a
propinarlos), no hay catarsis prefabricadas, de esas en que los personajes entienden
todo en un segundo y lo recitan con una sabiduría que ni por asomo mostraron en
sus conductas previas, no hay esas confesiones del final que le permiten al
espectador salir del cine tranquilo y listo para cenar o para la pizza, no hay
redenciones utilitarias. No hay concesiones fáciles. Hay una historia real de
seres reales, que pueden lo que pueden (a veces muy poco), que caminan a
tientas con culpas y dolores
a cuestas, que no son ni héroes, ni villanos, que se dañan sin saberlo y se aman
a tientas.
Hay algo que me hizo recordar,
aunque parezca insólito, a La rosa
púrpura del Cairo, de Wody Allen. Y es que aquí, de veras, los personajes
parecen abandonar la pantalla, echar andar por la vida real, a nuestro lado, entre
nosotros, y observándolos no queda otra cosa que seguirlos en silencio, a su
ritmo, respirando con ellos, recibiendo en silencioso y hospitalario silencio
su padecimiento. Si alcanzan esa carnadura es porque las actuaciones de Afleck,
Hedges y Williams semejan epifanías, obedecen a momentos de inspiración que
solo pueden explicarse porque (especialmente Afleck) estuvieron iluminados al
abordar este trabajo. Sin adelantar el argumento, quiero marcar una secuencia
(la de un entierro) y una escena (la del encuentro casual y el diálogo de una
pareja que circunstancias trágicas separaron tiempo atrás). Solo esas dos
gemas, entre tantas, honran al lenguaje del cine como arte, a los actores como
mensajeros de ese arte y al director Lonergan como un artista que, como Miguel
Ángel, quitando con talento lo que sobra, deja a la vista la belleza profunda
de su creación.
Si hay obras de arte que
pueden dejar huellas perennes en sus espectadores y modificar algo en el interior
de ellos, Manchester frente al mar es
una de ellas, sin duda.
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