Elecciones
responsables
Por Sergio Sinay
Más allá de quién gane el balotaje, hay una responsabilidad que la sociedad no puede transferir a los candidatos
Gane quien gane
las elecciones del próximo domingo, el candidato triunfador emitirá sobre la
sociedad un interrogante cuya respuesta le corresponderá a esta. La pregunta
será diferente según el elegido. Y en ambos casos lo que está en juego es el
ejercicio de la responsabilidad.
Si la mayoría de
los votantes opta por el candidato oficialista, cada uno de sus electores
deberá hacerse cargo durante los próximos cuatro años de las consecuencias de
esa elección, sobre todo de las consecuencias que provoquen decepción,
desencanto, hartazgo. Si el candidato encara la continuidad de un modelo, como
él mismo lo ha demostrado con sus actitudes, y si traslada al escenario
nacional lo que hizo como gobernador de su provincia, la sociedad deberá
padecer hospitales en deplorables condiciones, una educación clientelista,
cuerpos policiales tan elefantiásicos como corruptos, una inseguridad
angustiante y la libre expansión del narcotráfico. Habrá grandes zonas indefensas
ante inundaciones y otras catástrofes previsibles, un presidente evasivo, incapaz
de hablar con claridad sobre cualquier tema, rutas deplorables y peligrosas,
carencia extendida de servicios básicos y un clientelismo galopante que demuela
los restos de la cultura del trabajo. La corrupción sin precedentes de la
última década quedará impune, el país seguirá alineado con los regímenes más antidemocráticos
del mundo y posiblemente los flagelos de la inflación, la pobreza y la
educación decadente no serán atacados porque el candidato nunca los reconoció
(es más, los negó). En materia de energía es probable que sigamos el actual
camino hacia la época de las cavernas.
Si nada de esto
ocurriese, una parte mayoritaria de la sociedad podrá felicitarse a sí misma
por haber hecho la elección correcta. Y si ocurriese, cada integrante de esa
mayoría deberá tomar su cuota de responsabilidad y no trasladarla a terceros.
En caso de que el
elegido fuera el candidato opositor, la porción mayoritaria de la sociedad que
habrá optado por un cambio tendrá ante sí la responsabilidad de explicitar a
qué cambio aspira, cómo espera que se produzca y de qué manera está dispuesta a
participar en él. El candidato opositor ha transmitido con entusiasmo su
vocación por cambiar pero no ha sido muy explícito en el cómo. Así como una
declaración de amor no es un acto de amor hasta que no se traduce en hechos y
conductas concretas, la aspiración a cambiar no significa una transformación
hasta que no florece en acciones y realizaciones. Si la masa crítica de la
sociedad que consagra a este candidato considera que una vez depositado el voto
hay que sentarse a esperar los cambios, su conducta habrá sido la que a lo
largo de la historia argentina produjo repetidas frustraciones, desilusiones,
iras y hartazgos. Depositar la tarea en un elegido y no participar más que a
través de la concurrencia a las urnas es una expresión de pensamiento mágico o,
peor, de irresponsabilidad. Si se elige un cambio, hay que empezar por
practicarlo: respetar leyes y reglas, convivir civilizadamente, descartar la
solidaridad utilitaria muy en boga y ejercer una generosidad no especulativa,
acostumbrarse a postergar el beneficio propio en nombre del bien común. En todos
estos rubros la sociedad argentina vive un prolongado déficit del que no la
sacará ningún gobierno si no empieza a cambiar ella a partir de las conductas
cotidianas de sus integrantes.
Si esto ocurre y
el cambio se percibe también en los actos de gobierno, la mayoría de ciudadanos
que lleve al candidato opositor al gobierno podrá felicitarse por haber sido
protagonista del inicio de una transformación trascendente que irá más allá de
su propias tiempo de vida y se
convertirá en legado para las próximas generaciones. Habrá cambiado una
cultura. Si no fuera así, cada elector tendrá que revisar su propia
responsabilidad en la repetición de una frustración.
Como señalaron
esas grandes personas morales del siglo XX que fueron Hanna Arendt y Albert Camus, la responsabilidad es siempre
individual. Pero las consecuencias de nuestras conductas, acciones y elecciones
no lo son. Afectan a los otros, y es ante ellos ante quienes responderemos. Un
voto es más que un voto. Las sociedades tienen los gobernantes que se les
parecen, y estos nacen de la relación entre cada ciudadano y su propia responsabilidad.
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