Crónicas de la peste (20)
La larga cuarentena del hombre que amaba a los pájaros
por Sergio Sinay
El 21 de noviembre de 1963 moría Robert Franklin Stroud en
Missouri, en el Centro Médico Springfield para Presos Federales. Había sido
trasladado desde Alcatraz, cárcel de oscura fama conocida como La Roca. Stroud
tenía 73 años y vivió en prisión desde los 19. Había nacido en 1890 en Seattle,
y escapó de su casa (padre alcohólico, madre depresiva) a los 13 años. Tenía 18
cuando, en la frontera con Alaska, conoció a una prostituta que lo doblaba en
edad, se enamoró y se casó con ella. A los pocos meses mató a un hombre que la
maltrató y fue sentenciado a 12 años en la cárcel de McNeill Island. Debido a
sus continuas peleas con otros presos fue trasladado pronto a Leavenworth,
Kansas, prisión en la que apuñalaría a un guardia que le negó la visita de su
hermano menor, al que no veía desde hacía ocho años. Eso le valió la primera de
las dos condenas a muerte que recibiría a lo largo de su vida. En 1916 y en
1920 se fijaron fechas para su ahorcamiento, postergado debido a apelaciones.
Finalmente, el presidente Woodwrow Wilson, a instancias de su esposa, conmutó
la pena canjeándola por cadena perpetua en una celda de aislamiento total, sin
relación con ningún preso.
Diagnosticado
como psicópata, Stroud fue trasladado a Alcatraz el 19 de diciembre de 1942. Para
entonces había terminado de escribir dos manuscritos. Su tema: las aves. En su
confinamiento absoluto trabó amistad con tres gorriones que hicieron su nido en
la ventana de su celda. Los alimentó, los cuidó, luego llegaron algunos
canarios. Stroud los observaba, detectaba sus hábitos, pidió libros sobre
pájaros, los leyó ávidamente, se dedicó a escribir sus propios tratados, a
través de su madre estos llegaron a especialistas en el tema y, tras ser
publicados, fue considerado como una autoridad y un inevitable referente en
ornitología. Lo sigue siendo. Se lo llamó The birdman of Alcatraz (El
hombre de los pájaros de Alcatraz), aunque no se le permitió llevar sus 300 canarios
a La Roca. Su vida se convirtió película. La celda olvidada, dirigida en
1963 por John Frankenheimer, con una memorable interpretación del gran Burt
Lancaster.
Acaso
sin saberlo, Robert Stroud se erigió como un héroe existencialista. Hizo honor
a una idea central de esta corriente filosófica. Nadie es responsable de la
vida que recibe en la ruleta de la existencia, pero todos lo somos de lo que
hacemos con esa vida. O, en palabras del médico y filósofo vienés Víktor Frankl
(autor de El hombre en busca de sentido y padre de la logoterapia): “Las
fuerzas que escapan a tu control pueden quitarte todo lo que posees excepto una
cosa, tu libertad de elegir cómo vas a responder a la situación. Nuestra mayor
libertad es la libertad de elegir nuestra actitud”. Durante los cincuenta y
cuatro años de su cuarentena carcelaria Stroud hizo uso pleno de esa libertad.
Tras
meses de cuarentenas y confinamiento decididos por fuerzas ajenas a nuestro
control y decisión (el Covid-19, la carencia de opciones o de inteligencia
emocional para buscarlas y administrarlas por parte de los decisores), el
recuerdo de la odisea vital del hombre de los pájaros de Alcatraz dispara una
suerte de inevitable moraleja. Podemos tener toda la libertad deseable para
mover nuestro cuerpo por el mundo exterior y, pese a ello, estar atrapados por
creencias, mandatos, temores, fobias y todo tipo de cadenas y barrotes
invisibles que nos mantendrán cautivos e infelices a perpetuidad. O, por el
contrario, físicamente confinados, podemos avizorar horizontes y propósitos que
hagan de nuestra vida una existencia con sentido. Ni una alternativa ni la otra
nos serán impuestas u ofrecidas desde afuera. Ambas dependen de nuestras alas y
de moverlas para levantar vuelo existencial o dejar que se entumezcan mientras
despotricamos contra el encierro. Como decía Confucio, antes que maldecir la
oscuridad, es preferible encender una vela.
Sergio Sinai, siempre es un placer leerlo, sus reflexiones amplian horizontes, muestran otras miradas de la realidad. Gracias!
ResponderBorrarSigue despertando mi admiración, Sergio Sinay ... no sólo por su gran conocimiento si no por la sencillez para plasmarlo en los distintos escritos. Abarca tantos temas y tan profundos, que es IMPOSIBLE no admirarlo. BRAVO!!
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