miércoles, 4 de enero de 2017

El amor y la política

Por Sergio Sinay

Esta columna fue publicada en el diario Perfil el 31-12-16


¿De qué son capaces los individuos cuando se reúnen, se organizan, piensan y deciden? Para el filósofo, dramaturgo y novelista Alain Badiou, lúcido pensador contemporáneo, responder a este interrogante hace al corazón de la política. Por eso, dice en Elogio del amor, no se puede hacer política sin el Estado, pero la meta no puede ser apoderarse del mismo para acumular poder. La meta es la respuesta a la pregunta inicial de este texto.
El mismo interrogante, acota Badiou se aplica al amor: ¿dos que son irremediablemente diferentes, serán capaces de asumir juntos esa diferencia volviéndola creadora? Si lo hacen romperán con lo establecido y crearán algo nuevo. Lo mismo ocurrirá, de modo colectivo, en la política. No puede haber una política del amor, señala el filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han al ocuparse de este tema. Pero tampoco puede haber verdadera política sin amor. Veamos por qué.
Si no se reconoce la existencia del otro, su diferencia, la imposibilidad de aprehenderlo y convertirlo en objeto, si no se respeta la alteridad y no se la convierte en motor del vínculo, no hay amor ni erotismo, sino pura sexualidad narcisista, genitalidad sin destino más allá del instante fugaz. En La agonía del Eros, Han insiste en que erotismo y amor son inseparables. El erotismo necesita del otro, es de a dos, y allí talla el amor. La sexualidad a secas, se basta con la pornografía, donde no hay otro ni contacto, ni mirada, ni piel ni tacto.
A su vez, agrega el filósofo, la política actual carece de valentía, se carga de enojos o de descontentos, pero no de ira. La ira transforma estados, produce algo nuevo. El enojo y el descontento carecen de potencia alteradora, dejan todo como está. Así la política se atrofia y se convierte en mero trabajo. Burocracia sin un para qué colectivo, sin “nosotros”, aunque se repitan estribillos carentes de pasión, como  “en todo estás vos” o “juntos podemos”.
¿Cómo podría haber alteridad, como podrían existir el otro y un Eros político, cuando quienes gobiernan creen dogmáticamente que las redes sociales remplazan al encuentro real entre personas reales, que se trata de llegar a  muchos aunque no tengan rostro ni carnalidad, aunque sean presencias virtuales, y no al prójimo personificado, ese que (en palabras del gran filósofo existencialista Emanuel Lévinas) con su presencia, su rostro, su mirada, me da existencia, funda el humanismo y da sentido a la moral? Cuando se timbrea ante puertas previamente seleccionadas o se viaja en colectivos escenográficos junto a pasajeros reclutados, se convierte al Eros de la política en simple genitalidad. El otro de ese colectivo, de ese timbreo o de ese abrazo epidérmico a un jubilado es un simple objeto. Esa persona no existe como tal, es un medio, no un fin. Como en la pornografía, no hay amor ni erotismo.
Cuando Eros está ausente, dice Byung-Chul Han, el logos deja de ser conocimiento real y profundo y se transmuta en una colección de datos. Nada más. Acaso a la luz de todas estas ideas se pueda ver desde otra perspectiva las recientes eyecciones de Isela Costantini y Alfonso Prat-Gay. Lidiando con áreas extremadamente conflictivas en sus funciones aparecía en ellos la alteridad, la diferencia, se configuraban como otros reales dentro del “equipo” (?) gobernante. Proponían la discusión, la búsqueda del objetivo común desde la divergencia. Sobre todo Costantini, que además de números veía personas (el personal, los pasajeros). Demasiado Eros para un narcisismo primitivo, que se parapeta detrás de lo igual, sospecha de lo diferente y le teme o lo desprecia.
El amor es una aventura singular mientras la política propone una aventura colectiva, advierte Badiou. No deben confundirse, aunque, en su esencia, ambos proponen cambiar, transformar, crear. Solo que en el amor hay obstáculos y en la política enemigos. Saber identificarlos es el desafío. Si no se sale al mundo externo se creerá que están adentro. Y salir requiere quitar los ojos de las pantallas y mirar a las personas. El amor interrumpe la perspectiva unipersonal, hace surgir al mundo desde el punto de vista del otro, dice Han. Y quizás en este punto el amor tenga algo importante que enseñarle a la política.


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