miércoles, 27 de julio de 2016

¿Y dónde está el piloto?

Por Sergio Sinay

Siete meses no alcanzan para arreglar un país devastado por la corrupción, pero sí para mostrar inquietantes banalidades que ponen dudas sobre rumbo, prioridades y valores.


  
En verdad siete meses es un plazo demasiado breve para remediar un pavoroso latrocinio de doce años en el que la impunidad y la corrupción fueron la ley de cada día. Sólo desde un pensamiento mágico e infantil (que prevalece en esta sociedad) o desde la mala fe (otro producto que abunda) se puede pedir la transformación inmediata del infierno en paraíso.
Pero hay cosas que no tienen que ver con el corto tiempo que el gobierno lleva en funciones. Y son graves. Que el presidente distraiga su tiempo en un encuentro con Marcelo Tinelli creyendo que hay que halagar a un showman que siempre se mostró oportunista y ventajero, y lo haga en la creencia de que el humor bizarro de este showman lleva a ganar o perder elecciones, es grave. Indica la pobrísima calidad de nuestra democracia, la superficialidad del pensamiento de quienes la conducen y su riesgosa tendencia a la improvisación lisa y llana. Curiosamente, también algunos fundamentalistas creen que la sátira y la realidad son la misma cosa y arrasan con la sátira por cualquier medio. Pero si se cree de veras que un programa de televisión determina el humor social, y no al revés, da para pensar que sólo se entendieron los mecanismos externos de la democracia y que tampoco se confía mucho en ellos. Ningún estadista serio, con una mínima formación intelectual y una visión trascendente de su cargo y de su función, malgastaría un segundo del tiempo que le debe a la sociedad y a sus problemas para arreglar un entuerto de cuarta categoría con un gurú de la televisión chatarra. La reunión Macri-Tinelli es preocupante porque resulta un indicio de navegación a la deriva, de golpes de timón impulsados por los aspectos más groseros de la coyuntura antes que por la certeza de un rumbo. Llevan a preguntarse dónde está el piloto.
Y también es grave que, con espíritu adolescente (por decir lo menos) y techie, desde el gobierno se decida jugar irresponsablemente con la base de datos de la ANSES. Ninguna entre los millones de personas que proveyeron sus datos con el fin de recibir los beneficios jubilatorios que se merecen, por los cuales trabajaron y que se les siguen postergando más allá de discursos oportunistas, entregó esos datos para que un equipo de fanáticos de las redes sociales y de Internet se apropie de ellos para un uso espurio, a pesar de que se pretenda explicar otra cosa. Esos datos son privados y el uso propagandístico (las cosas por su nombre) que se les pretende dar significa lisa y llanamente una violación de lo más sagrado de cualquier persona: su intimidad.
A esta altura de su desarrollo ya se sabe que las Tecnologías de Conexión provocan peligrosas adicciones, empobrecen los vínculos reales, facilitan delitos, alientan relaciones peligrosas, acosos y otras disfunciones. No es bueno que un gobierno, en nombre de una presunta “modernidad” light, cuente en sus filas con ese tipo de adictos y les facilite prácticas que pueden derivar en peligrosas manipulaciones masivas. Parar a tiempo con la euforia tecnológica y dedicar mejores esfuerzos a un tratamiento sólido y profundo de los serios problemas de la sociedad no sería una mala idea. Y siete meses bastan para eso.
Doce años de corrupción salvaje y criminal dejaron devastada y atónita a una sociedad que, en buena parte de sus integrantes, fue cómplice. Reparar la economía no será fácil (y menos si se lo encara con un optimismo pueril). Pero a pesar de lo que digan los tecnócratas y mercadócratas, no es la economía lo principal. Antes está, siempre, la política. De ella depende orientar la economía hacia el bien común. Y antes aún está la moral, sin la cual la política se convierte en puro, simple (y a veces sangriento) delito. Lo explica con toda claridad el filósofo André Comte-Sponville en El capitalismo, ¿es moral?
Es precisamente por ese ordenamiento de las prioridades que banalidades como el encuentro del presidente y el showman y la apropiación de una base de datos para fines propagandísticos adquieren una dimensión inquietante. Son síntomas que indican ausencia de visión, mirada corta, oportunismo, principios confusos. Pobre equipaje para un viaje que promete ser largo y dificultoso.

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