El gran
escape
Por Sergio Sinay
Cuando un candidato huye al debate con sus adversarios falta el respeto a los ciudadanos y muestra cobardía cívica. Y los medios que omiten transmitir ese debate debilitan a la democracia y demuestran irresponsabilidad.
En una
democracia, quien aspira a ser Presidente del país y se niega a participar de
un debate al que concurren todos los demás candidatos, actúa con falta de
respeto hacia la ciudadanía y con cobardía cívica. Además permite sospechar, con
fundamentos que carece de propuestas (o que si las tiene son insostenibles o
indemostrables) y que es incapaz de dialogar o de articular ideas mediante la
palabra. Si, por otra parte, huye de ese debate por órdenes superiores, da la
razón a quienes sostienen que es apenas un testaferro de quien lo designó.
Patético testaferro, sin duda, cuando quien lo designó manifiesta por él (a
través de actitudes y palabras) un profundo desprecio. Con su ausencia,
entonces, dice mucho.
Si un candidato
con esas características ganara las elecciones, una masa crítica de la sociedad
lo habrá elegido como el sepulturero del futuro colectivo y de toda esperanza
republicana. En la noche del domingo 4 de octubre, cinco de los seis candidatos
a la presidencia en las elecciones del próximo 25, expusieron en público y por
televisión sus propuestas, sus ideas, sus visiones. Con mayor riqueza o con
mayor pobreza, con mayor elocuencia o con menor precisión, las expusieron y las
debatieron. Además, lo hicieron con respeto y con escucha. Se pueden tener
mayores acuerdos o desacuerdos con cada uno. Lo cierto es que allí estuvieron.
Honraron a los votantes a los cuales apelan.
El sexto
candidato escapó de la cita. El desertor prefirió asistir a un festival de
rock. Mostró en toda su dimensión su idea de diálogo, democracia, coraje cívico.
Una idea nula. En consonancia con él, la mayoría de canales de televisión, especialmente
los de noticias (?), omitieron transmitir lo que era un hecho histórico en la
anémica democracia argentina. Olfatearon, quizás, que allí no habría agresiones
gratuitas, no habría olor a sangre, no habría bajezas, no habría personajes
bizarros, es decir faltaría la materia prima con la que están acostumbrados a
alimentar sus pantallas. Faltaron a su responsabilidad periodística. Mostraron
cuál es su ética. La ética del oportunismo, del rating fácil y barato, de la
pereza intelectual. Esos canales son privados. La televisión pública (esa que
pagamos todos y que manipulan obscenamente unos pocos) transmitía fútbol.
Sería un buen
ejercicio para la memoria y para fortalecer nuestra condición de ciudadanos en
un caso, y de telespectadores en el otro, no olvidar ni la actitud del
candidato que huyó ni la de los canales que miraron para otro lado. Porque las
democracias fuertes, las repúblicas estables y los futuros de las sociedades se
construyen desde aquello que los ciudadanos, a través de sus votos y de sus
acciones de cada día (hasta las más mínimas, como apagar televisores o cambiar
canales) les dicen a quienes pretenden representarlos o informarlos. Como en
todos los casos, quien calla otorga. Y, como en todos los casos, la culpa no es
del chancho. La responsabilidad es de quien le da de comer.
Excelente Sergio, coincido, gracias
ResponderBorrar