lunes, 11 de abril de 2016

Psicópatas al natural
Por Sergio Sinay

Cuando latrocinio y psicopatía se funden en el poder, los costos para la sociedad y la convivencia son devastadores. Lo estamos comprobando una vez más.




En enero de 2009 la revista venezolana Zeta publicó una entrevista de la periodista Laura Di Marco al psiquiatra Hugo Marietan (ambos argentinos). Marietan es una reconocida autoridad en el estudio de la psicopatía. En esa entrevista decía: “Los políticos de fuste generalmente son psicópatas, por una sencilla razón: el psicópata ama el poder. Usa a las personas para obtener más y más poder, y las transforma en cosas para su propio beneficio. Esto no quiere decir, desde luego, que todos los políticos o todos los líderes sean psicópatas, ni mucho menos, pero sí que el poder es un ámbito donde ellos se mueven como pez en el agua".  El psiquiatra agregaba que “el psicópata siempre trabaja para sí mismo, aunque en su discurso diga todo lo contrario”. Desconoce la empatía, es incapaz de ponerse en el lugar del otro. Todo tiene que estar a su servicio, y eso incluye “personas, dinero, la famosa caja, para comprar voluntades”.
Este diagnóstico de Marietan armoniza con la visión del psiquiatra canadiense Robert Hare, célebre especialista en el tema y creador del test PCLR, usado internacionalmente en la clínica, la justicia e incluso la policía para detectar la personalidad psicopática. En una conversación con José Manuel Nieves, del diario madrileño ABC, publicada el 19 de marzo de 2007, Hare señalaba que los psicópatas alcanzan al 1% de la población mundial y que están mayoritariamente enquistados en la política, en los negocios y, desde ya, en el crimen organizado. “Docenas de políticos de alto nivel deberían claramente estar en la cárcel”, afirmaba Hare. Según su descripción, los psicópatas saben controlar a los demás, tienen carisma y suelen convertirse en líderes. Agregaba un aspecto significativo: “Te van a engañar y a chupar la esencia, pero resultan atractivos, aún a costa de ese precio tan alto. Al final, cuando ya no les sirves, te dejan. Los psicópatas son esponjas emocionales y absorben todo lo que tengamos”.
Acaso esta última sea la razón por la que suelen captar voluntades, incluso de personas que se suponen lúcidas e informadas. “Una característica del psicópata, advertía al respecto Marietán, es la manipulación que hace de la gente. Alrededor del dirigente psicópata se mueven obsecuentes, gente que, bajo su efecto persuasivo, es capaz de hacer cosas que de otro modo no haría. Es gente subyugada, e incluso puede ser de alto nivel intelectual”.
A la luz de los últimos episodios judiciales y policiales, la mirada de Marietán y la de Hare permitirían confirmar que la última década no fue “ganada”. Fue, quizás como nunca, la década de los psicópatas en el gobierno. Ahora desfilan por los tribunales y empiezan a alojarse en celdas. Habían constituido una vasta asociación ilícita dedicada a saquear el erario público y los bienes comunes de la sociedad argentina mientras declamaban consignas vacías sobre derechos, soberanía y otros temas que desvirtuaron y degradaron. La psicopatía se extendió como una mancha desde el nivel más alto hasta el zócalo. La creencia de que eran impunes los hizo torpes. Sabemos quiénes son. No lo sabe quien no quiere o quien (aun a pesar de su supuesto nivel intelectual) fue subyugado, como dice Marietan. “Sus banderas pueden ser la apelación al hombre nuevo, el proyecto nacional, la liberación, la raza superior, la Nación, la patria. El psicópata siempre necesita buscar un enemigo, para aglutinar”, señala este especialista. Y la realidad lo confirma.
También es importante saber que nunca estaremos a salvo de los psicópatas, y menos en el poder. Según Hare, lleva tiempo identificarlos, no hay patrones fijos, como, por ejemplo, con la esquizofrenia. Tampoco tienen cura. Jamás reconocen que son psicópatas. Necesitan que haya crisis o situaciones extremas en las cuales aparecer como salvadores. En la calma no tienen lugar.
Los antídotos posibles frente a estos individuos son la información, la atención, el pensamiento crítico, la autonomía intelectual. Una sociedad puede defenderse de ellos a través de la normalidad, no de la excepción. Pensando y mirando antes de elegir. Reflexionando, aprendiendo de sus experiencias. “Están en todas partes, viven entre nosotros y tienen formas mucho más sutiles de hacer daño que las meramente físicas”, apunta Hare. “La sociedad no los ve, o no quiere verlos, y consiente”.

No verlos o consentir tiene costos muy altos. Los hemos pagado. Los seguimos pagando. Razón suficiente para no dejar de estar atentos. El poder los atrae, de manera que, ante cualquier gobierno, la vigilia debe ser permanente.

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