Crónicas de la peste (18)
Normalidad en motocicleta
Por
Sergio Sinay
“Lo que hace tan difícil ver el mundo con claridad
no es su extrañeza, sino su normalidad. La familiaridad puede cegarnos”. Esto
escribía Robert Maynard Pirsig (1928-2017) en su libro Lila, publicado en
1991. Era su segunda y última obra. Había accedido a la celebridad en 1974 con Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta, un libro desafiante,
inclasificable, del que algunos lectores huían pronto, en el que otros quedaban
atrapados sin remedio y del que unos y otros salían modificados. Pirsig contaba
allí su viaje en moto atravesando todo Estados Unidos, acompañado de su hijo
adolescente Chris. La travesía, una auténtica odisea existencial, tenía varios
propósitos. Indagar en sí mismo, conocer en profundidad a su hijo, explorar y
poner a prueba ideas que lo rondaban y evidenciar, desde las experiencias
vividas, el estado de los valores en el mundo contemporáneo.
Pirsig había sido una suerte de niño prodigio, con
un cociente intelectual de 170 a los 15 años, convertido luego en profesor de
filosofía y literatura en la Universidad de Montana, de donde sería expulsado
con un diagnóstico de esquizofrenia que le costó años de tratamientos
implacables y más insalubres que sanadores. Como suele ocurrir, Pirsig escapaba
de las cajas y envases en los que se pretende capturar a la normalidad para
mantener sedada a la población. Solía incitar a sus alumnos a que se salieran
de los moldes teóricos y académicos, que arriesgaran, que pensaran por cuenta
propia, que cuestionaran la normalidad, la familiaridad, la creencia de que
todo es explicable y previsible. Su propia obsesión, evidenciada en sus dos
libros, era cavar en la superficie de lo normal, de lo habitual, y buscar
significados profundos y ocultos. Insistía en que quien acomete esa aventura
podrá acceder a lo que llamaba la “calidad”, palabra que repetía y lo
identificaba. Pirsig invocaba una calidad existencial, esa que no se verifica
con controles ni protocolos ni se reduce a la producción material, pero aun así Zen y el arte de mantenimiento de la motocicleta se convirtió en un explosivo
best-seller en su momento y luego en un long-seller que, gracias a continuas
reediciones, lo mantienen vivo y actual.
En tiempos en que se habla con soltura de vieja y
nueva normalidad, sin ideas claras acerca de lo que define a una y a otra,
volver al viaje y a las ideas de Pirsig no está de más. ¿Qué añoran quienes
hacen duelo por la vieja normalidad? ¿La pobreza estructural, la corrupción
cotidiana y aceptada en todos los órdenes, el consumismo depredador, la
indiferencia hedonista y narcisista convertida en cultura, la desigualdad
ultrajante, el hambre pandémico, la injusticia obscena repartida desde los
mismos tribunales que deberían velar por la justicia, la ignorancia por la
existencia, el dolor y las necesidades del prójimo (léase próximo), el
clientelismo desvergonzado en la práctica política y social, la intolerancia
hipócrita que se esconde bajo diversos seudónimos y no se atreve a llamarse
machismo, racismo, xenofobia? Estos son algunos aspectos de lo que era normal.
Pero quizás resulte apresurado decir “era”. No existen pruebas de que los
corruptos, los intolerantes, los injustos, los indiferentes, los violentos (verbales
y físicos), los consumistas tóxicos y depredadores, los autoritarios hayan
dedicado la cuarentena más larga del mundo a realizar actos de contrición, a
transformar sus cosmovisiones, a entrenarse en nuevos modos de vivir y actuar,
más empáticos, más generosos, más validadores de una vida con la que,
normalmente, emponzoñan el mundo. No, no hay pruebas de que eso esté
ocurriendo. Por el contrario, abundan indicios de que, en muchos casos, presas
del síndrome de abstinencia solo esperan que se levante definitivamente la
tranquera para salir a recuperar al tiempo perdido. Algunos, poseedores de
poder político y/o económico, ni siquiera tienen que esperar. Siguen en lo
suyo. ¿Qué hará cada persona para que la nueva normalidad no sea el simple
seudónimo de la vieja? ¿Y para que la normalidad de siempre no siga impidiendo
ver el mundo con claridad? Confinados, debemos responder desde la quietud, sin
viaje en motocicleta.
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