Una pregunta para el
Día del Padre
Por Sergio Sinay
Aunque se habla de nueva paternidad, prevalece, a veces de un modo sutil, la idea de que el padre complementa a la madre, pero es ella quien sostiene el vínculo
A propósito del Día del Padre, una de esas fechas en las
cuales la publicidad y el marketing sacan a la luz todos sus recursos de
manipulación y su inescrupulosidad en materia de argumentos de venta, viene al
caso una pregunta: ¿de quién son los hijos? No es un interrogante ocioso en
nuestra sociedad. Vemos con espantosa frecuencia cómo hombres matan a sus
mujeres y a sus propios hijos o a los hijos de esas mujeres, para saciar
oscuros resentimientos (como si esos hijos les fueran ajenos). Vemos salas de
espera de pediatras en donde las mamás superan en número a los papás. Vemos que
cuando en una pareja alguno debe resignar su trabajo para prestar mayor
atención a los hijos son más las mujeres que los hombres que asumen esa
actitud. Vemos que en las reuniones de padres en los colegios, el número de
mamás sigue superando al de papás. Seguimos escuchando voces que ironizan sobre
la intervención paterna en cuestiones domésticas y cotidianas (“Lo vistió el padre,
qué querés”; “Cuando cocina el padre la cocina es un enchastre”). Asistimos con
frecuencia a fallos judiciales en divorcios conflictivos en los cuales se
decide que los hijos permanecerán con la madre mientras el padre tendrá derecho
a visita (como si él o sus hijos fueran presos o enfermos y como si ese
“derecho” fuera una gracia que se le concede); la razón de esas decisiones
suele fundarse en que…la madre es la madre y los hijos necesitan más de ella
que del padre. Apenas un síntoma del machismo de jueces que condena a la mujer
a una única condición (la de madre) y al padre a una única función (la de
proveedor).
¿De quién son los hijos? En nuestra cultura prevalece la
idea de que, en el fondo, son más de la madre que del padre. Subsiste la
creencia de que, en casos extremos y dramáticos, el padre puede faltar o ser
remplazado, pero la madre no. Esto va más allá de algunos cambios de actitud
(ni tantos ni tan profundos como se pretende) que se verifican en generaciones
jóvenes. Esos cambios no han modificado aún las creencias más profundas y
hegemónicas, han suavizado las superficies (lo que no deja de ser bienvenido)
pero, cuando se va más allá de ellas, aquello que marcó a generaciones enteras
sigue allí. Cambiar paradigmas es más difícil que cambiar pañales, lleva más
tiempo y esfuerzos de los que hoy, en tiempos de impaciencia, inmediatez y
ansiedad, se está dispuesto a aceptar y emplear.
Desde la leyenda urbana y a veces desde discursos
científicos o religiosos se nos explica que la madre entiende más a sus hijos, que
ella los llevó en su vientre, que tiene un instinto orientado a esa
disposición. Se ofrece así como natural lo que es cultural. Llevar a los hijos
en el vientre no es una elección (un padre no puede optar por eso), la anatomía
no es destino. Y así como para concebir un hijo se necesita de dos seres que
aporten en partes iguales ingredientes distintos, también para acompañar esa
vida y guiarla hacia su desarrollo, su germinación y su florecimiento como
existencia autónoma son necesarios esos mismos aportes, diferentes,
complementarios y equitativos. Cuando no ocurre de ese modo, el padre es más un
ser imaginario y deseado que real. Y la necesaria y amorosa separación del hijo
y la madre (el corte de un cordón umbilical emocional cuya prolongación en el
tiempo es tóxica) no se produce. Así, tantos adultos llegan a esa condición con
hambre de padre y empacho de madre. Así lloran a padres que hubieran deseado
tener y no a los que tuvieron (tan limitados en su radio de acción, tan
ausentes en donde eran necesarios, tan presentes en donde se hubiese agradecido
mayor flexibilidad).
Cuando los hijos hayan sido de la madre y del padre en todos
los aspectos del vínculo alcanzarán a transformarse en individuos con
autonomía, recursos y riqueza emocional suficientes como para pertenecerse a sí
mismos y agradecer (sin necesidad de regalos costosos e impuestos) a quienes
los trajeron a la vida y les ayudaron a convertirse en personas.
Gracias !.. Exquisitas palabras.
ResponderBorrarMuy lindas palabras, muy bueno lo que transmites. Pero... qué hace una madre cuando los padres están "tan limitados en su radio de acción, tan ausentes en donde eran necesarios" y no se produce "el corte de un cordón umbilical emocional cuya prolongación en el tiempo es tóxica"? Lo siento como una nueva responsabilidad para la madre, que debe, además, asumir esta otra función (como le salga). No sé, me rechinó que utilizaras la palabra "tóxica", porque siento que culpabiliza. Y porque luego tampoco hay una "salida" o alternativa para aquellas mujeres que son "mapadres"; y con esto no quiero decir que espero una receta mágica, ni un aplauso, sino simplemente sentir que a pesar de la toxicidad, una madre igual puede salir adelante y criar un hijo "sano". Creo en el autodeterminismo, y por lo que leí en tu blog, vos también. Por eso, acá te escribo. No quiero una receta ni una solución, como ya te dije, pero capaz sí espero algo: un poquito de esperanza, o mejor dicho, un poquito de sentido (del sentido de Frankl)
ResponderBorrarGracias por leerme!