La salida
equivocada
por
OSVALDO AGUIRRE
(Publicado en La Agenda BA el 24-6-25)
Sergio Sinay saca a pasear a su
otro yo. Así dice Javier Sinay en el prólogo de Un cana, refiriéndose al
contraste entre el autor de esta novela “acelerada, desafiante y por momentos
cruel”, cargada de realismo sucio, y el de una obra quizá más reconocida que
reflexiona con tono diáfano sobre las relaciones de pareja, la psicología del
varón, los lazos entre padres e hijos y otros aspectos de los vínculos entre
las personas. Pero se trata del mismo escritor, y los temas no son tan
distintos.
La
primera pregunta es a quién refiere el título, porque en Un cana
confrontan dos policías, uno que cuenta su historia y otro que escucha a la
espera de saber cuál es su papel. Ambos se encuentran en una pizzería de
Estados Unidos y Defensa y al cabo de varias horas Martín Lastra, un policía en
actividad, cuenta sus aventuras extramatrimoniales y sus planes para el futuro
inmediato ante Joaquín Barraza, un inspector retirado. El narrador deja el
asunto librado al juicio del lector, y la incógnita es productiva: puede
pensarse, por ejemplo, que los personajes son dos caras de la misma criatura,
como Jano, el dios romano.
No es que
uno sea el policía bueno y el otro el policía malo. Lastra y Barraza están
atravesados por igual por prácticas irregulares y por la corrupción
institucional, y ninguno tiene las manos limpias en cuanto al ejercicio de la
violencia. Las diferencias tienen que ver con la edad, con las características
personales y sobre todo con la forma en que resuelven o intentan resolver sus
trayectorias de vida. Hijo de un policía de honestidad inmaculada, Lastra está
sumergido en la corrupción y lleva una doble vida que se volvió insostenible;
la carrera y el matrimonio de Barraza terminaron después de salir herido de un
tiroteo con asaltantes, cuando cenaba con una amante.
Sinay (1947) escribe novela negra desde Ni un dólar partido por la mitad (1975, reeditada en 2011). Un cana, publicada por la editorial Hugo Benjamín, viene a continuación de Noruega te mata (2014), otra novela que a primera vista parece muy diferente: la acción está ambientada en un pueblo bonaerense y el protagonista es el hijo de un inmigrante irlandés en busca de una salida para sus fracasos en la vida. Sin embargo, los hilos conductores son los mismos y no solo en cuanto al estilo descarnado y el lenguaje sucio. La relación conflictiva entre un padre y su hijo, los vínculos malsanos de pareja, la violencia apenas solapada en las relaciones sociales y en las creencias de las personas persisten como temas de indagación.
Noruega
aparece en esa novela como un lugar ideal para vivir, “un país previsible”
donde “la gente no hace ruido, deja vivir al semejante, no se mete con nadie”.
Jimmy Flaherty, el personaje, sueña con alcanzar ese paraíso y concibe un plan
al efecto, la simulación de un secuestro. Cada paso ha sido cuidadosamente
previsto, pero ningún plan puede abolir el azar. En las novelas de Sinay sucede
rigurosamente lo inesperado, y es el caso de Un cana y las aspiraciones
de Lastra, que el personaje sintetiza de forma muy simple y como Flaherty: el
deseo es “irse a la mierda”, perderse de vista, comenzar de cero.
La
lección de Un cana no sería que ciertas situaciones opresivas no tienen
escapatoria, o que terminan inevitablemente mal, sino que tomar la salida
equivocada provoca consecuencias irreparables. La cuestión parece afirmarse con
mayor densidad que en Noruega te mata, donde el fracaso de Flaherty
queda rubricado cuando el vecino que ponía fichas en sus sueños llega a Oslo en
compañía de su propia mujer. Barraza se contrapone en cambio a Lastra en un
sentido más profundo: él también pudo desmoronarse después del hecho que le
costó la carrera y el matrimonio, pero siguió adelante porque encontró la
manera de tramitar una concepción personal de la justicia.
Barraza
tiene una oficina en el Palacio Barolo, donde contempla los atardeceres, se
dedica a leer y recibe encargos para actuar de oficio. Es un auxiliar sui
generis de la Justicia, porque “pone orden en casos donde la ley no llega y los
jueces miran para otro lado”, según el narrador. Justiciero discreto, pasa
desapercibido, sus intervenciones quedan convenientemente borradas por las
historias oficiales –por ejemplo cuando ejecuta a un comisario que golpea a la
mujer y abusa de una hija- y cultiva una sabiduría estoica. Barraza no cree que
se pueda alcanzar la felicidad en la vida y piensa que en todo caso es posible
limitar el sufrimiento; en particular aprendió a reprimir la violencia que la
institución policial inocula a sus integrantes, a trocarla en lo que llama
“rabia inteligente”. Hincha de Ferro, está desencantado con el fútbol pero no
por el equipo sino por los árbitros, a los que observa tan comprados como los
jueces de los tribunales.
Una
novela policial suele imponerse por su argumento. Las tramas hacen menos
visible el trabajo del escritor con el lenguaje y la forma narrativa. Sinay
cultiva un registro verbal que es notorio, pero también otros aspectos
igualmente logrados y menos perceptibles. La situación ambientada en una
pizzería de San Telmo representa también el acto de cómo se narra y cómo se
escucha una historia, y en ese marco Un cana recorta perfiles nítidos de
los personajes: uno que habla en voz baja, inclinándose como en un
confesionario, alerta ante los oídos extraños, y otro que ya se resignó a que
le toca escuchar a los demás.
El ritmo
de la narración aparece además tensionado entre la conversación que sostienen
los protagonistas mientras toman cerveza y comen pizza y fainá y las
digresiones hacia el pasado y los pensamientos de Barraza, contenidas una y
otra vez con una frase repetida como un mantra: “esta historia no trata de
Barraza”. Y sin embargo es el verdadero protagonista de la novela, el que se
hace cargo del problema que se presenta.
Los
diálogos en Un cana, en particular los comentarios de Lastra sobre las
mujeres y el sexo, sobre su carencia de culpa y de miedo como “cosas de
maricas”, no son simplemente incorrectos. Los conflictos se resuelven con
ensañamiento en el castigo, con crueldad, como apunta Javier Sinay en el
prólogo. El volumen está al máximo, y la desmesura es otro plano artístico, el
del registro de la violencia en las palabras y en los modos de decir.
En un
instante de lucidez Lastra comprende que se hizo policía para que su padre lo
reconociera. Ese drama íntimo parece más determinante para su historia que la
corrupción con la que convive como policía y está presente en la conversación
en la pizzería, porque lo que espera de su interlocutor es también el perdón
que el padre no podría darle. Barraza, por su parte, “sospecha que está siendo
depositario de algo que el tipo tiene que desembuchar para no morir intoxicado,
y que no le cuenta a nadie”. Un cana reencuentra finalmente aquello que
el otro yo de Sergio Sinay investiga con otro estilo, en otros géneros, y le da
una resolución distinta.
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Osvaldo Aguirre
Es periodista, poeta y e scritor. Trabajó en la sección Cultura del
diario La Capital de Rosario.