Introducción al libro Pensar, de Sergio Sinay
Atrevernos a ser personas
Terminaba yo de corregir este libro cuando dos
fundamentalistas asesinos entraron en la redacción del semanario satírico
francés Charlie Hebdo y exterminaron
a doce personas (dibujantes, escritores, correctores, asistentes). ¡Alá es grande!, chillaron mientras
cometían su crimen deleznable, injustificable, imperdonable. Es imperdonable
porque no hay perdón sin arrepentimiento. Y el arrepentimiento es una expresión
del pensamiento. En la redacción de Charlie
Hebdo fue asesinado el pensamiento, encarnado en esos doce cuerpos
martirizados. Los canallas que lo hicieron encarnaban a su vez, de un modo
atroz, la incapacidad de pensar, la imposibilidad de expresar una idea y
argumentar por ella, la horrible y trágica consecuencia del oscurecimiento y la
degradación de un atributo humano esencial, la conciencia, y de su fruto más
excelso: el pensamiento. Quienes cultivan este fruto se elevan por sobre el
mero hecho de ser individuos de una especie, la humana, y alcanzan la condición
de personas. Quien mata al que piensa, no sólo porque piensa sino porque
expresa ideas y cosmovisiones ajenas a las propias, es humano. Por eso es
asesino. No hay animales asesinos, el animal mata por hambre, no por odio. Los
animales ni odian ni tienen noción de bien y mal. No son morales. El que mata
una idea en el otro asesinándolo, es humano, lo repito, no animal. Pero no es
persona, dimite de esa condición, y no por falta de atributos, ya que una
característica de los humanos es que venimos al mundo equipados para pensar.
No sólo se deja de hacerlo asesinando a
personas indefensas en una redacción. Lamentablemente hay muchas maneras de no
pensar o de hacerlo de modos tan disfuncionales que arrojan resultados
trágicos. Hay maneras de no pensar que se disfrazan de pensamiento. Hay maneras
sofisticadas, hipócritas, sutiles, engañosas de no pensar. Y ninguna es inocua.
Se pagan altos costos por la pereza mental, por el temor a tomar las
herramientas del pensamiento y adentrarse con ellas en el mundo, en los
vínculos, en las incertidumbres que nos acompañan, en la búsqueda y comprensión
del sentido de nuestra vida. Lamentablemente vivimos en una sociedad y en un
tiempo que facilitan las coartadas para quienes no quieren pensar y desean
evitar que se note.
Desgraciadamente los costos de la pereza y de
la cobardía mental no sólo alcanzan a quienes desertan de este esencial
atributo humano, sino que comprometen, empobrecen y lastiman a toda la
sociedad. Esto se refleja en la política, en la economía, en la cultura, en el
deporte, en la tecnología, en la ciencia, en las relaciones humanas, en la vida
familiar, en la pareja, en los vínculos de padres e hijos, en la relación con
el medio ambiente. Pensar asusta, cansa, requiere esfuerzo, salir del redil, convoca
a compromisos que no se quiere asumir, lleva a recorrer el mundo interior, a
percibir el mundo externo y a cumplir en él con los deberes morales que se nos
plantean desde que existimos, a salir del egoísmo, a mirar al prójimo, a
comprender los propios sentimientos y emociones para acceder a la empatía, a
escuchar y entender ideas y cosmovisiones diferentes.
Pensar es un desafío. Aceptarlo nos compromete
a vivir como personas, a asumirnos como agentes morales, a emprender una vida
que deje en el mundo una huella que lo mejore. Negarse al desafío tiene un
precio. El de vivir como objetos, pasar por la superficie de la vida apenas
rozándola, aunque se pretenda, acudiendo a fórmulas prefabricadas, haber vivido
“intensamente”, haberse “divertido”, haberla “pasado bien”. Hoy y aquí, en
nuestra sociedad, en nuestro tiempo, el desafío de pensar se ha hecho
omnipresente e ineludible. Nadie puede pensar por cada uno de nosotros. Como
toda responsabilidad, también ésta es personal e intransferible. Y como toda
responsabilidad, nos pone de frente al otro, a los otros, a la comunidad de la
que somos parte. Este libro explora con la mayor honestidad y sinceridad de la
que me siento capaz el escenario doloroso que deja el pensamiento vacante. Es
un análisis de lo que significa pensar y de lo que significa no hacerlo. Es una
evaluación de los daños de la desidia mental y del pensamiento oportunista, así
como de las múltiples formas de manipulación del pensamiento débil. Es también,
por oposición y por afirmación, una invitación a pensar. A volver a pensar
antes de que sea tarde y ya no sepamos cómo hacerlo. Y, quiero aclararlo, no es
una invitación a que pensemos igual, a que estemos de acuerdo, a que nos
guardemos argumentos para evitar desacuerdos. Es una invitación a todo lo
contrario. Es decir, a pensar.
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