EL VOTO ESPEJO
Por Sergio Sinay
El voto
emocional (guiado por la bronca, el resentimiento, el hartazgo, la tristeza)
suele producir frutos amargos tanto para el que vota como para la sociedad. El
análisis emocional de los resultados de las elecciones, también. En ambos casos
la deserción de la razón deja al potro de la emoción desbocado, sin jinete y
corriendo hacia lugares peligrosos. La oferta electoral de este domingo 22 de
octubre presentaba candidatos mediocres, o tramposos, o delirantes según cada
caso. Ninguno capaz de generar una esperanza sólida, fundamentada, una visión
convocante por encima de las diferencias que hay en toda comunidad, ninguno que
alentara a desarrollar propósitos individuales y colectivos ciertos y
movilizadores. Una campaña larga, opaca, sucia, patética, hecha de bajezas,
amenazas, escándalos, corrupción, mentiras y miserables trifulcas internas transcurrió a
espaldas de 18 millones de argentinos pobres, de 1 millón y medio de
indigentes, de un país sin educación, sin salud, sin seguridad. Nadie habló de
eso y la ciudadanía tampoco lo exigió. Finalmente, aunque duela decirlo y
escucharlo, las sociedades tienen los dirigentes que producen, que admiten y
que se les parecen.
Ahora los
ganadores repiten la prepotencia de siempre, la creencia de que mayoría es
impunidad, de que las cuentas no se rinden. Y los perdedores aparecen
ofendidos, con una cierta actitud moralista que, desde su indignación, les hace
creerse por encima de los provisorios ganadores. Y sorprendidos, con una
sorpresa un poquito hipócrita (todo hay que decirlo), como si la vida los
hubiera traicionado, como si esto hubiera llovido del cielo y sin aviso. Y en
realidad surgió de aquí, del territorio que pisamos todos los días, y con
aviso. Ninguna sorpresa. La víscera criolla más sensible sigue siendo el
bolsillo. En algunos por escasez terminal, en otros por abultamiento. Y al
final del día la mayoría de los electores vota con el resentimiento que le provoca
el bolsillo vacío o con el miedo producto del bolsillo lleno. Después eso se
viste de justificaciones endebles e insostenibles, apoyadas en la emoción. Pero
la razón es minoritaria en las elecciones. Cada uno a su manera, los de arriba
y los de abajo esperan al mesías, a los reyes magos, a Papá Noel. Y creen verlo
llegar en cada elección. Cuando descubren el fiasco ya es tarde, viene el ciclo
de la bronca, se ahondan las grietas y se reanuda la espera en la convicción de
que la próxima vez será. Los candidatos no caen del cielo, no nacen de
repollos. Nacen de la sociedad. Son espejos y el espejo siempre refleja lo que
tiene en frente.