martes, 31 de marzo de 2020


Crónicas de la peste (2)

Atender necesidades, eliminar deseos

Por Sergio Sinay



   Salimos poco (o nada, según el caso). Gastamos poco (lo necesario para comer, algún medicamento imprescindible). Usamos ropa de entrecasa y lavamos menos. No gastamos en combustible, en salidas a comer afuera, en antojos que se nos despiertan al pasar por una vidriera o un kiosco. De pronto descubrimos una verdad elemental y vieja como la especie. Las necesidades humanas son pocas: alimento, techo, abrigo, agua, reconocimiento, pertenencia, amor, realización. Las de la pirámide que diseñó sabiamente el terapeuta existencial Abraham Maslow (1908-1970) a mediados de los años 40.
   Una necesidad es algo que no puede ser desatendido, si no es a altos costos individuales o sociales, psíquicos, emocionales y físicos. Lo demás son deseos. Las necesidades verdaderas son pocas. Los deseos son miles, millones. Vivimos en un mundo en el que, como a animales de laboratorio, se nos incita a desear haciendo pasar perversamente deseos por necesidades. Animales amaestrados para el consumo. Como los perros de Pavlov, siempre listos para responder al estímulo publicitario y marketinero.  
   Quizás aprendamos a vivir con menos, con lo necesario, y a estar más disponibles para lo importante. Tenemos muchos días por delante para desintoxicarnos de consumismo y para revisar nuestras verdaderas necesidades y tirar al inodoro los deseos banales, superfluos, tóxicos. O podemos sufrir síndrome de abstinencia, desesperación por no poder saciar deseos, esperar el fin de la pandemia para volver a lo mismo. Son elecciones personales. Cada uno dirá.

viernes, 27 de marzo de 2020


Crónicas de la peste (1)

Elogio del miedo

Por Sergio Sinay



    El peor miedo es el miedo al miedo. Ocultarlo, disfrazarlo, disimularlo. El miedo no es zonzo. Se presenta cuando hay algo que lo dispara. Es una emoción natural, viene en nuestro kit de vida, junto con todas las emociones. No hay que expulsarlo. Hay que escucharlo. Dice algo. En primer lugar, dice: “Cuidate”. Cuidate de eso que enfrentás o que te enfrenta. Revisá tus recursos. ¿Están a la altura de la situación? ¿Están actualizados? ¿Hay que aumentarlos? ¿Hay que reforzarlos? Si los recursos están a la altura, seguimos adelante. Si hay que actualizarlos o reforzarlos, nos tomamos un tiempo, nos preservamos mientras los ponemos al día. Si no los tenemos, exploramos dónde o de quién obtenerlos. Pedimos ayuda, enseñanza, orientación. Y si, pese a todo, no hay manera de equiparar los recursos con la situación a enfrentar, nos retiramos. No por cobardía, sino por inteligencia.
    En todos los casos decimos “Gracias” al miedo. Le agradecemos su aparición, sus preguntas, su mensaje. Ha cumplido su función. Cuidarnos. Entonces se retira. Porque no podemos vivir con miedo. Pero tampoco sin él. Necesitamos del miedo. No del que nos paraliza, sino del que nos actualiza, el que nos induce a explorarnos. El que no nos saca de la vida, sino que nos estimula a vivirla con inteligencia, con sabiduría, con aprendizaje.
    Quien no tiene miedo no es valiente. Es inconsciente. El verdadero valiente toma decisiones tras haber dialogado con el miedo. Y le pide que no lo abandone. Que sea su permanente y cuidadoso compañero. El miedo acepta ese lugar, pero con una condición. No ser confundido con la paranoia. Y tiene razón. No lo merece. El miedo funcional aclara la mente, mejora las ideas. La paranoia enceguece, crea confusión y falsos enemigos. Diseña fantasmas. Tengamos miedo. No seamos paranoicos. El miedo es socio de la razón. La paranoia destierra a la razón. Nos deja sin uno de los mejores recursos de la condición humana.

viernes, 13 de marzo de 2020


Virus y estupidez
Por Sergio Sinay

Quizás el pequeño microorganismo que siembra terror pueda también ayudarnos a pensar y a revisar algunas cuestiones que tenemos postergadas.




Un virus no habla, pero puede ayudar a pensar.
Pienso que el planeta no está en peligro. Existió antes que los humanos y seguirá existiendo. En todo caso es la Humanidad la que está en peligro por mérito propio. Y desde hace rato. El planeta se las arregló y se las arreglará sin humanos.
Pienso que la Naturaleza, así como la vida, no es buena ni mala. No es moral. No es rencorosa. ES. Por lo tanto, el virus no es una venganza de la Naturaleza por lo que le “hacemos”. El virus es solo un revelador de la estupidez humana.
Pienso, como dice el gran historiador y economista italiano Carlo Cipolla (1922-2000) en su imperdible Las leyes fundamentales de la estupidez humana, que el estúpido se reconoce porque daña y se daña. Estudios serios muestran que cada vez más virus que vivían fuera del organismo humano se están mudando a nuestros cuerpos debido a la deforestación masiva y a otras destructivas estupideces humanas producto de la ambición, de la avaricia, del egoísmo, de la voracidad materialista. Al perder sus hábitats naturales (especies vegetales y animales en extinción por la acción humana) los virus mutan y se mudan. Somos su nueva casa.
Pienso que todo lo anterior no es una “venganza” del virus. Como nosotros, y como cualquier organismo vivo, el virus quiere vivir y busca en dónde. Estúpidamente nos ofrecemos como hábitat.
Pienso que los antiguos griegos eran indudablemente sabios. Nada nuevo hay desde ellos. En su mitología y su filosofía está todo. Hablaron hace 25 siglos de la Hybris. Esto es el pecado de soberbia. Y de la Némesis, consecuente castigo que recibe la Hybris. Se referían a la soberbia de los humanos al creerse dioses.  Y al castigo conque los dioses verdaderos los ponían en su lugar.
Pienso que nunca como en estos tiempos de desmedida euforia tecnológica, científica, económica y consumista la Humanidad había alcanzado semejante grado de soberbia, semejante pretensión de ser dioses. Y ahí está su némesis bajo la forma de un invisible microorganismo. Que se llama, además, Coronavirus. Es decir, es él quien lleva la corona y no los soberbios que se creyeron dioses. Cruel ironía, creerse tan fuertes e indestructibles y ser tan débiles y frágiles.
Pienso que después del virus algunos habrán recapacitado sobre cómo vivimos, cómo nos vinculamos, cómo nos venimos desentendiendo del otro, como venimos creando paraísos artificiales en los que reina el egoísmo, la voracidad consumista, la indiferencia. 
Y pienso que muchos más, acaso la mayoría, olvidarán rápidamente la histeria y la paranoia que los llevó a actuar de maneras ridículas y patéticas, a dejar de pensar, a decir y difundir gansadas, a tomar medidas insensatas, a mostrar su incapacidad de gobernar o de gestionar, y regresarán, desmemoriados, a la estupidez de cada día. Hasta el próximo virus.