lunes, 6 de abril de 2015

Números delatores

Por Sergio Sinay 


Como los espejos, algunas encuestan muestran lo que no queremos ver


Algunas encuestas conocidas en la última semana hablan con crudeza sobre el estado actual de la sociedad argentina. Según tres de ellas (realizadas por Ibope y Adimark) los índices de popularidad de las presidentes de Chile, Michelle Bachelet, y de Brasil, Dilma Rousseff, han caído al 31% y 12% respectivamente, mientras el de la presidente argentina es del 40%. De acuerdo con la otra investigación, realizada por Poliarquía y el Institute for Democracy and Electoral Assistance (IDEA) para el diario La Nación, el 79% de los argentinos considera que el país vive al margen de la ley y el 43% está dispuesto a violarla si cree que tiene razón.

Si una gran parte de los que integran el 79% de quienes describen la anomia generalizada no estuvieran ellos mismos en la ilegalidad, probablemente las cifras serían diferentes. De lo contrario, no cierran. Sobre todo si, por lo demás, tenemos a ese 43% dispuesto a vivir bajo la ley de la selva, a no respetar normas y a considerar su versión de la realidad como única válida. Se trata, para decirlo técnicamente, de individuos inmorales. Y son, posiblemente, más de un 43%, ya que en las encuestas los consultados suelen mentir bastante. El filósofo Immanuel Kant sentó una de las bases de la moral al proponer su imperativo categórico: actúa de tal manera que tus acciones puedan convertirse en leyes universales (solo roba, mata, miente, falsea o corrómpete si estás de acuerdo en que todos lo hagan, y después hazte cargo de las consecuencias de tus actos). Para ese 43% el ir contra la ley sería, en términos kantianos, aceptar que el 100% lo haga. Con lo cual no tardaríamos en descender a una etapa previa a la civilización y a la cultura. Un camino que la sociedad argentina parece empeñada en recorrer mientras se aleja del mundo, de la modernidad y de la moral.
A esto agreguemos que la vertical caída de las imágenes de Bachelet y Rousseff está motivada por los actos de corrupción a los que se vieron ligados sus nombres (en el caso de la chilena por un negociado del que participaron su hijo y su nuera, ya expulsados del gobierno, y en el de la brasileña por las coimas obscenas recibidas en la petrolera oficial Petrobras, por las cuales ya hay investigación y juicios en marcha). Siguiendo esta línea, el 40% de aceptación de la mandataria argentina, vendría a demostrar que a una porción grande y decisiva de la sociedad argentina la corrupción no le mueve un pelo, posiblemente porque (como lo indica el tétrico 43% de la encuesta sobre anomia) o participa de ella o lo haría con gusto a pequeña o gran escala, según se presente.
Una vez más se llega a la conclusión de que las sociedades producen gobiernos a su imagen y semejanza, aunque algunas de ellas (las que no han sido carcomidas hasta el hueso por años de populismo) conservan anticuerpos. En el país regido por un gobierno corrupto y corruptor, que a la vez actúa repetidamente en los márgenes de la ley, casi la mitad de los consultados están dispuestos a violar la ley y otro tanto tiene buena imagen de quien, sin metáforas, busca impunidad para cuando deba abandonar el cargo que hasta ahora consideró como propiedad privada.

A veces un par de cifras dicen mucho más que mil palabras. 

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